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El Punto Lila y el veto de SFDK: elogio de esas damas tan sensibles
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Loola Pérez

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El Punto Lila y el veto de SFDK: elogio de esas damas tan sensibles

Cuando la educación en igualdad se fundamenta en la censura y la imposición de lo políticamente correcto solo estamos creando una ciudadanía sumisa, negligente y obediente

Foto: Fans del cantante C.Tangana en el festival Lollapalooza de Chile. (EFE)
Fans del cantante C.Tangana en el festival Lollapalooza de Chile. (EFE)

Cada vez que con la excusa del feminismo se pretende censurar o limitar la libertad de expresión de un artista, se socava no solo la coherencia de la lucha feminista sino también su capacidad para dinamitar los cimientos de la moral. En esta tensión, no es tanto que el feminismo resulte incómodo para gran parte de la sociedad sino que, con respecto a determinadas acciones, demuestra que su línea originaria, esa que ambicionaba la transgresión, el saber y la crítica, se ha reconvertido en una especie de catecismo. Así, el feminismo que defiende la censura está condenado a convertirse en enemigo de sí mismo, a ser una servidumbre sobre lo políticamente correcto y a la postre, un símbolo nutricio del poder.

Hace apenas unas semanas fuimos testigo de ello a través de la cancelación de la actuación de C.Tangana por parte del Ayuntamiento de Bilbao, aludiendo a que sus letras son ‘machistas’ o más recientemente con el anuncio de que el grupo de rap SFDK no será contratado en el Festival BioRitme porque sus canciones hieren la sensibilidad de un conjunto de damas, organizadas libre y popularmente, en lo que se denomina como Punto Lila.

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Para quien no esté familiarizado con el tema, el Punto Lila, también conocido como Punto Violeta, pretende ser un espacio dentro de los eventos de ocio que permita concienciar, sensibilizar, prevenir y en algunas ocasiones, hasta atender, agresiones machistas. Se trata de iniciativas que son promovidas tanto por instituciones públicas como por organizadores privados. Como cada uno es de su padre y de su madre, más allá de coincidir en el objetivo operativo, las acciones que desarrollan pueden ser bastantes disparares. Por ejemplo, algunos cuentan con personal profesional, otros lo aplican a través de voluntariado, algunos son meramente informativos, etc. Y sí, puede que la idea sea estupenda, pero en la práctica no son pocas las lagunas que muestran la ineficacia, las carencias formativas de quien atiende, la incoherencia de sus protocolos o la falta de coordinación con la seguridad privada contratada, la Policía Local o Protección Civil.

Más allá de las carencias operativas, hay otras cuestiones sobre las que cabe poner la duda: ¿en qué momento una canción malsonante y soez se convierte según ciertas voces que se autodenominan feministas o defienden la igualdad de género en una agresión machista? ¿Tanto poder tiene un Punto Violeta o una comisión de género para censurar el trabajo de un artista?

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Decía el escritor K.J. Huysmans que "el mayor logro de Manet es haber pintado a la ramera". Sin embargo hoy, a riesgo de sonar exagerada y cambiando la pintura por la música, parece que el mayor logro de un artista, más allá de sobrevivir con su trabajo en un país que desmerece la cultura, es no ofender al orwelliano elenco de guardianas de la igualdad. En este variado grupo, donde convive desde la joven que acaba de descubrir el feminismo, el aliado feminista y la feminista de despacho, subyacen dos cuestiones clave.

Por un lado, encontramos la creencia de que la educación de repente ha pasado a ser competencia de los artistas y, si no cumplen con la expectativa, se censuran. Mientras el ruido lo acapara la preocupación sobre lo que ven y escuchan los jóvenes, el silencio se apodera de cuánto invierten y de qué manera los consistorios e instituciones competentes en educación en igualdad. El hecho de que el poder público censure temas musicales como una medida para ‘educar en igualdad’ no es más que un limpia conciencias. Cuando la educación en igualdad se fundamenta en la censura, la reprimenda y la imposición de lo políticamente correcto solo estamos creando una ciudadanía sumisa, negligente y obediente. Se prefiere entonces a una juventud conformista y mecánica, incapaz de cuestionar los mensajes y entender su contexto, pero muy hábil y justiciera cuando se trata de censurar y criminalizar los códigos que no comprenden y tensan su sentido de la justicia, del pudor o de la igualdad.

"La censura, la reprimenda y la imposición están creando una ciudadanía sumisa, negligente y obediente"

Por otro lado, la tendencia a la distorsión cognitiva, donde una canción soez y maleducada se valora bajo el mismo estatus que una agresión, parece acribillar al sentido común. No es que estén locas, es que actúan como unas auténticas fanáticas. Prueba de ello la encontramos en el poder que ejercen para censurar y cargar a pobres inocentes con el sambenito de ‘machista’ o de hacer ‘apología de la cultura de la violación’.

No obstante, el rasgo característico que más preocupa es aquel que denota una falta de higiene intelectual y por ende, una incapacidad para analizar las fallas entre ética y estética. Por supuesto, esto no es solo un síntoma de quien pueda organizar y participar con la mejor de las voluntades en un Punto Violeta, es una tendencia cada vez más frecuente en el movimiento feminista y en las instituciones afines.

placeholder Saturnino Rey 'Zatu' y Óscar 'Acción' Sánchez, durante la actuación de SFDK. (EFE)
Saturnino Rey 'Zatu' y Óscar 'Acción' Sánchez, durante la actuación de SFDK. (EFE)

El arte es una interrogación sobre la belleza y la fealdad, sobre lo que nos conmueve y sobre lo que nos repugna. No está obligado a representar la respetabilidad, las buenas costumbres o las reivindicaciones del 8 de marzo. Estamos ante la expresión libre de una voluntad individual y en su trabajo, en el resultado, se aprecia toda una serie de valores que profundizan en las historias, emociones, frustraciones, fantasías, excesos, confesiones y pequeñas vergüenzas humanas.

Lamentablemente, admitir solo lo políticamente correcto es una forma de encerrar al artista, amedrentar la inspiración y empobrecer la creación. La imaginación y la composición no pueden girar en torno a la tiranía de los juicios dominantes y oficiales. Además, evidencia un camino sumamente perverso donde se impone un código moral único y exclusivo a la hora de interpretar una imagen o una canción: "¡No se hable más, es machismo y el artista es machista!". Cualquier otra apreciación que pudiera contextualizar la obra y su intención, como pudiera ser lo explícito, lo malsonante, lo orgiástico, lo repugnante, lo pornográfico, lo turbulento y lo insolente se ignora, desaparece.

"Hay un punto medio entre desvincular una expresión artística de sus códigos e intención y alentar a alguien a juzgar como bella la mierda"

Aunque irremediablemente tengamos que convivir con el mal gusto, esto no significa que todo sea bueno o aceptable. Hay un punto medio entre desvincular una expresión artística de sus códigos e intención y alentar a alguien a juzgar como bella la mierda.

Como en tantas otras situaciones, si el feminismo quiere resistir las tentaciones y embistes de la guerra cultural, debe rescatar el componente reflexivo y hacer que prevalezca por encima de la instrumentalización partidista que hacen algunos consistorios y colectivos satélite sobre la "causa de la mujer". En cuanto a la censura de ciertas expresiones artísticas, es elemental aprender a entender el caudal del arte y las inquietudes del artista. Sin embargo, lo verdaderamente urgente hoy es analizar el resurgir de normas autoritarias y disciplinarias, que bajo el eslogan de "todo por la igualdad" sitúan a las mujeres en un escenario de descontento y culpa; y arrastran a los hombres a un estado de sospecha si se atreven a cantar o representar la sexualidad de una mujer.

Cada vez que con la excusa del feminismo se pretende censurar o limitar la libertad de expresión de un artista, se socava no solo la coherencia de la lucha feminista sino también su capacidad para dinamitar los cimientos de la moral. En esta tensión, no es tanto que el feminismo resulte incómodo para gran parte de la sociedad sino que, con respecto a determinadas acciones, demuestra que su línea originaria, esa que ambicionaba la transgresión, el saber y la crítica, se ha reconvertido en una especie de catecismo. Así, el feminismo que defiende la censura está condenado a convertirse en enemigo de sí mismo, a ser una servidumbre sobre lo políticamente correcto y a la postre, un símbolo nutricio del poder.

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