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Jazmín Beirak

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¿Qué pasa en España con la Cultura?

Hagamos de la cultura una conversación común

Foto: Una pareja frente a la obra 'Mujer y perro delante de la luna' de Joan Miró en el museo Reina Sofía tras su reapertura. (EFE)
Una pareja frente a la obra 'Mujer y perro delante de la luna' de Joan Miró en el museo Reina Sofía tras su reapertura. (EFE)

La cultura nunca forma parte de los debates electorales, los programas de los partidos políticos suelen -salvo excepciones- recogerla como algo secundario y en los medios de comunicación apenas existen espacios culturales que sean atractivos o se emitan en horarios razonables. Todo esto es un hecho. Se podría pensar que es así porque tanto la política como los medios de comunicación responden a los intereses de la gente, y se podría pensar, alternativamente, que este desinterés cambiaría si los políticos y los medios prestasen a la cultura la atención que merece. Podemos alternar infinitamente entre una hipótesis y otra, pero la cuestión es que la cultura es percibida como algo secundario, accesorio y únicamente prioritario para quienes trabajan o se dedican a ella de alguna manera.

Esta crisis sanitaria ha puesto en evidencia de forma patente esta realidad en nuestro país. Comparado con Alemania, Portugal, Francia, Austria o Italia, donde la cultura ha sido declarada bien de primera necesidad, y donde Primeros Ministros y Jefes de Estado han salido personalmente en su defensa, la dificultad que están encontrado en nuestro país los trabajadores culturales para que se les garanticen los mismos derechos que al resto de los trabajadores resulta enormemente elocuente. Aunque también hay que decir que esta situación no ha sido igual en todas las comunidades o municipios: País Vasco, Navarra o Cataluña han vuelto a demostrar que siempre van por delante en los asuntos culturales.

Por su parte, artistas, intelectuales y profesionales de la cultura, dedican enormes esfuerzos a tratar de convencer a la ciudadanía de la relevancia económica de la cultura, de su papel clave en la constitución de lo que somos como sociedad y como individuos, de su centralidad como herramienta para comprender la realidad e intervenir en ella, y de su utilidad para extraer aprendizajes del pasado y construir nuevos horizontes. Sin embargo, es sabido que cuando es necesario insistir en que algo es importante, lo más probable es que realmente no se lo tenga por tal.

Es esta escasa valoración la que se encuentra detrás de muchos de los males que aquejan a la cultura

Esta escasa valoración social es clave para explicar, por un lado, la dificultad que encuentra la cultura para ser declarada bien de interés esencial en nuestro país y, por otro, el permanente cuestionamiento al que se ven sometidas las escasas ayudas públicas a la cultura, la falta de reconocimiento del trabajo cultural o la clamorosa ausencia de las artes en los programas educativos. De hecho, es esta escasa valoración la que se encuentra detrás de muchos de los males que aquejan a la cultura. También detrás de algunos de los males que nos aquejan como sociedad.

Todo momento de conciencia es, en el mismo instante de serlo, una puerta de acceso a la transformación. Sin duda, esta crisis supondrá muchos cambios en las políticas culturales, desde la adaptación a los requerimientos de seguridad, hasta la reformulación de los modelos de negocio, y todo ello puede convertirse en una oportunidad. Sin embargo, ante todo, es un excelente momento para abrir, por fin, un debate público con la menor cantidad de prejuicios posible, para tratar de comprender qué le pasa a España con la cultura. Hablemos, discutamos, aportemos desde distintos enfoques históricos, culturales, sociológicos, políticos o educativos, pero hagamos de la cultura una conversación común. Lo necesitamos.

La cultura nunca forma parte de los debates electorales, los programas de los partidos políticos suelen -salvo excepciones- recogerla como algo secundario y en los medios de comunicación apenas existen espacios culturales que sean atractivos o se emitan en horarios razonables. Todo esto es un hecho. Se podría pensar que es así porque tanto la política como los medios de comunicación responden a los intereses de la gente, y se podría pensar, alternativamente, que este desinterés cambiaría si los políticos y los medios prestasen a la cultura la atención que merece. Podemos alternar infinitamente entre una hipótesis y otra, pero la cuestión es que la cultura es percibida como algo secundario, accesorio y únicamente prioritario para quienes trabajan o se dedican a ella de alguna manera.