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Antivacunas y anticiencia: la frustración por el desencantamiento del mundo
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Antonio Diéguez

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Antivacunas y anticiencia: la frustración por el desencantamiento del mundo

¿Cómo explicar que muchos líderes de la anticiencia sean personas con formación científica?

Foto: Activistas antivacunas protestan en Nueva York (EFE)
Activistas antivacunas protestan en Nueva York (EFE)

La rápida obtención (en apenas un año) de vacunas con un alto grado de efectividad frente al SARS-Cov-2 ha sido señalada como uno de los grandes logros de la ciencia en las últimas décadas, algo que será recordado como un hito histórico en la lucha contra las enfermedades infecciosas y que, al decir de algunos, reforzará la confianza de los ciudadanos en la ciencia. Sin embargo, siendo un éxito indudable, vemos también que un sector muy significativo de la población (que aproximadamente ronda un 50% en España, según una encuesta del CIS publicada en diciembre de 2020) se muestra reacio a la vacunación, al menos hasta que no haya más pruebas de su seguridad y efectividad, y, lo que es mucho menos comprensible, existe también un número relevante de personas (un 8,4% según la encuesta) que afirman que no se vacunarán en ningún caso. Si nos atenemos a lo que se difunde por las redes sociales, parecería incluso que el peso de los movimientos antivacunas es cada vez mayor y que esta pandemia no ha hecho sino aumentarlo, aun cuando la eficacia de las vacunas que más se van a usar, establecida siguiendo los controles habituales, es altísima.

Las posiciones contrarias a la vacunación no son nuevas. Son tan antiguas como la vacunación misma, como se vio en la oposición a la vacuna contra la viruela a principios del XIX. No obstante, el movimiento antivacunas actual empezó a cobrar fuerza a raíz de la publicación en 1998 en The Lancet de un artículo, después retractado debido a sus errores, que establecía una supuesta correlación entre la vacunación infantil y el autismo. En nuestros días, estas posiciones se encuadran dentro del fenómeno más general de la anticiencia (no confundir con las pseudociencias, aunque haya parecidos de familia), que también viene de atrás e incluye hoy no solo a los antivacunas, sino a los negacionistas de la pandemia, a los negacionistas del cambio climático, a los terraplanistas, a los defensores del diseño inteligente, etc.

Las causas de la existencia de los movimientos anticiencia son complejas y variadas, y sería absurdo pretender señalarlas todas, pero me atrevo aquí a sugerir algunas que considero más destacables. Abro paréntesis: no tienen necesariamente que ver con la ignorancia de la ciencia; muchos líderes de la anticiencia son personas con formación científica y hasta hay científicos practicantes

Dar sentido

En primer lugar, un factor decisivo ha sido lo que Max Weber, en una muy repetida expresión, llamó el “desencantamiento del mundo”, es decir, la desaparición propiciada por el avance de las ciencias del sentido de la reverencia hacia lo existente y de la entrega al misterio; un misterio que, sin embargo, una gran parte de los seres humanos siguen necesitando para dar sentido a sus vidas. Sencillamente hay personas que no soportan tener que aceptar que son una parte más de una naturaleza regida por leyes que no se preocupa de nosotros y en la que no hay magia alguna, ni más misterio que el que implica la limitación de nuestro conocimiento. Es la situación de los que prefieren la calidez vital que les puede proporcionar la creencia en algo trascendente o insondable frente a la sequedad y frialdad de la indagación racional. La modernidad inició la separación entre la imagen popular (manifiesta) del mundo y la imagen científica, y la Ilustración primó la segunda sobre la primera. Son muchos, sin embargo, los que no pueden trasladar esta primacía a sus vidas y deciden que la imagen científica del mundo es algo que no les concierne o incluso que les perjudica. Como ha subrayado el historiador de la ciencia Gerald Holton, la anticiencia ofrece a estas personas una visión del mundo motivadora, estable y funcional. Al fin y al cabo, si la ciencia no tiene todas las repuestas sobre el mundo, ¿por qué no resistirse entonces a su voluntad de controlarlo todo?

Los posmodernos llevan a gala su desconfianza frente a la autoridad científica

En segundo lugar, estaría el auge de las tendencias sociales relativistas, posmodernas o neo-románticas (anti-ilustradas, en definitiva). Sus defensores se suelen sentir comprometidos con el rechazo frontal de lo que consideran una alianza sospechosa y peligrosa entre la ciencia y el poder, sea el poder de los Estados, el de las élites, o el de las empresas y los mercados. Son personas que llevan a gala su desconfianza frente a la autoridad, incluyendo la autoridad científica, a la que no consideran particularmente distinguible de otras, llegándola a identificar en ocasiones con el colonialismo occidental. Los enormes beneficios económicos de las multinacionales farmacéuticas son aducidos frecuentemente en ese ámbito como argumento probatorio de que se nos presiona injustificadamente para que nos vacunemos, con el fin oculto de que esas compañías puedan seguir haciendo negocios a costa de nuestra salud.

De un modo análogo, algunos negacionistas del cambio climático aducen los intereses profesionales y políticos de un supuesto lobby científico, o de las empresas del sector nuclear o de las energías alternativas, para explicar el empeño en hacernos creer en sus teorías. En las posiciones más extremas estarían los que creen que hay un complot detalladamente trazado de los que están en el poder para ejercer el control directo sobre los ciudadanos mediante el despliegue de las nuevas tecnologías. Estas personas tienden a creer en teorías conspiranóicas difundidas profusamente por las redes sociales, lo cual, a su vez está correlacionado con la reticencia a la vacunación y con el negacionismo climático, aun a costa de renunciar a veces a la coherencia en el discurso. Piensan, por tanto, que ellos disponen de mejor información que el resto de la población, resignada a aceptar las mentiras que unos medios de comunicación comprados y sumisos les quieren contar. Se consideran pertenecientes a un colectivo más avisado, más vigilante, menos crédulo que la mayoría, alejado de los tópicos y atento a lo que tienen que decir los científicos disidentes (esos auténticamente libres, pero sistemáticamente acallados por el poder). Y, sin embargo, lo cierto es que con frecuencia son solo personas que se consideran particularmente vulnerables ante las amenazas que ven en el éxito creciente de una tecnología que no dominan, convertida en el eje central de la cultura y de la economía.

Los más reacios a vacunarse son los votantes de JxCat: un 16% más

No hay que dejar atrás tampoco en todo esto las actitudes políticas asumidas y sus efectos psicológicos y sociales. Las posiciones anticiencia, por estar fuera de las corrientes de opinión mayoritarias, refuerzan en sus seguidores el sentimiento de pertenencia a un grupo. En cierto modo son vistas por ellos mismos como una forma de reivindicar una identidad diferencial. En otra encuesta del CIS publicada en octubre de 2020 se obtiene que el porcentaje de los que no se vacunarían inmediatamente es un 14% mayor entre los votantes de Vox que entre la población general, aunque los más reacios a vacunarse son los votantes de JxCat, en un porcentaje 16% mayor que el de la población general. Es igualmente interesante saber que, según una encuesta realizada para El País en noviembre de 2020, aproximadamente el 65% de los españoles cree que el coronavirus fue creado en un laboratorio, pero ese porcentaje se dispara entre los votantes de Vox hasta un 85%.

Los estudios internacionales no permiten, sin embargo, establecer un sesgo ideológico claro entre las personas contrarias a las vacunas. Aunque hay indicios de que en los Estados Unidos su porcentaje es mayor entre los simpatizantes de la derecha, otros estudios muestran que la ideología no es determinante a la hora de adoptar su posición. Lo que sí parece ocurrir, aunque esto requeriría de más estudios que lo confirmaran, es que el ascenso del voto a los partidos populistas en Europa, tanto de derechas como de izquierdas, correlaciona bien con las actitudes de recelo ante la vacunación. En otras posiciones anticientíficas la polarización política es más clara, como es el caso del negacionismo del cambio climático o el del creacionismo y el diseño inteligente frente a la biología darwiniana, cuyos partidarios se sitúan con mucha mayor frecuencia a la derecha del espectro político.

Los científicos han descuidado la tarea de explicarle al público sus logros

Finalmente, me parece inevitable mencionar que el éxito de la ciencia ha propiciado la extensión del cientifismo y ha hecho que los científicos descuiden la tarea imprescindible de explicarle al público general la importancia que sus logros tienen para resolver sus problemas más acuciantes. La agenda investigadora se decide por lo común con secretismo y sin un reconocimiento bien estudiado de esos intereses. Por decirlo de otro modo, no se ha sabido todavía articular bien el funcionamiento de la ciencia en una sociedad democrática. No es sorprendente en tales circunstancias que muchas personas, especialmente en los países más desarrollados, se sientan desconectadas de un progreso científico y tecnológico no asumen como propio. Con la agravante de que ese sentimiento se ve alimentado por una comprensión pobre, cuando no errónea de la ciencia, como se ha visto estos días con el desconcierto que generaban los debates científicos sobre el origen del virus.

Si estas son las causas principales de la anticiencia, como creo que lo son, poco se puede hacer de efectivo a corto plazo para luchar contra ellas, excepto quizás en lo que concierne al último de los factores citados, que es, sin embargo, el de menor peso. La propuesta tradicional es la de mejorar la educación científica y, con ella, la de promover la divulgación. Eso es encomiable, y ciertamente hay que apoyarlo, pero difícilmente podrá paliar de forma significativa los otros factores que he señalado y que tienen que ver con actitudes políticas y con visiones alternativas del mundo. Esas no cambiarán, me temo, hasta que no cambien las condiciones culturales y sociales que las fundamentan.

La rápida obtención (en apenas un año) de vacunas con un alto grado de efectividad frente al SARS-Cov-2 ha sido señalada como uno de los grandes logros de la ciencia en las últimas décadas, algo que será recordado como un hito histórico en la lucha contra las enfermedades infecciosas y que, al decir de algunos, reforzará la confianza de los ciudadanos en la ciencia. Sin embargo, siendo un éxito indudable, vemos también que un sector muy significativo de la población (que aproximadamente ronda un 50% en España, según una encuesta del CIS publicada en diciembre de 2020) se muestra reacio a la vacunación, al menos hasta que no haya más pruebas de su seguridad y efectividad, y, lo que es mucho menos comprensible, existe también un número relevante de personas (un 8,4% según la encuesta) que afirman que no se vacunarán en ningún caso. Si nos atenemos a lo que se difunde por las redes sociales, parecería incluso que el peso de los movimientos antivacunas es cada vez mayor y que esta pandemia no ha hecho sino aumentarlo, aun cuando la eficacia de las vacunas que más se van a usar, establecida siguiendo los controles habituales, es altísima.

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