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Nanas del escorpión

En el metaverso fílmico abertzale, devotos de los escorpiones entonan canciones de cuna sin un resquicio de humanidad para las dianas de sus aguijones. Nada podía estar más lejos de la sensibilidad ética de Miguel Hernández

Foto: Detalle de una tarjeta con un poema de Miguel Hernández. (EFE/Manuel Lorenzo)
Detalle de una tarjeta con un poema de Miguel Hernández. (EFE/Manuel Lorenzo)

Miguel Hernández tenía 31 años, aquel 28 de marzo de hace ochenta años en que un viacrucis de enfermedades y prisiones provocó su muerte. Poco antes había escrito a su amigo Carlos Rodríguez Spiteri: "Lo importante […] es dar una solución hermosa a la vida". En una carta el 12 de septiembre de 1939 a su mujer, Josefina Manresa, resumía su estado: "¡Pobre cuerpo! Entre sarna, piojos, chinches y toda clase de animales, sin libertad […] no sabe qué postura tomar". Adjuntaba, para consolar a su hijo "indignado de mamar y sacar zumo de cebolla en vez de leche" porque la madre no comía otra cosa, unas coplillas que se llamaron "Nanas de la cebolla".

Puede sondearse la presencia de Miguel Hernández en el paisaje vasco (callejeros, colegios, asociaciones, camisetas, txosnas…). En San Sebastián, sin calle dedicada al poeta, se estrenó en febrero el documental 'Nanas de la cebolla', que cuenta con la colaboración del Institut Culturel Basque de Francia. En la sinopsis se lee: "A partir del poema 'Nana de la cebolla' del poeta español Miguel Hernández, muerto en la cárcel en 1942, la película hace una analogía histórica: si no tenía sentido morir en prisión el 1936, ¿tiene sentido hoy?". De modo que, a pesar del antiespañolismo cultural del nacionalismo vasco radical y la afirmación en el Manual de ETA de que "Nosotros no somos España", Miguel Hernández es 'recuperado' en virtud de su virtud analógica.

¿No son la verdad, la memoria, la justicia y la reparación lo que alimenta la convivencia?

La analogía opera en un doble registro. En el inconsciente remite al franquismo, avalista principal del terrorismo. En el explícito equipara a Miguel Hernández con los presos vascos de hoy, que son presentados en virtud de la analogía como víctimas, es decir, como 'las' víctimas. Ninguna referencia al motivo por el que están presos; de modo que no existen las víctimas de los presos, sino solo los presos como víctimas. La coartada poética ─"más que una película política, es una película artística"─, constituye una nueva expresión del saqueo por la analogía, reformula la realidad y difumina a las víctimas. En una columna encomiástica en 'Gara', un responsable de Sare —plataforma de apoyo a los presos de ETA–, cofinanciadora del film, se refiere a un Miguel Hernández, "tan acertadamente recuperado", a la "motivación política" como causa de la prisión para concluir que "la salida de todas ellas de prisión será un soplo de vida, salud y convivencia para toda la sociedad". ¿Incluye 'toda' a las víctimas o presupone el motivo por el que se las convirtió en víctimas para excluirlas del universo de obligación moral? ¿No son la verdad, la memoria, la justicia y la reparación lo que alimenta la convivencia?

La columna citada arranca así: "Bienvenida sea la película de Garro y Sare si es capaz de remover conciencias". No cabe confundir remover conciencias con anestesiarlas. El documental se inscribe en la estela de los denominados Artesanos de la Paz —ejemplificada en dos productos cinematográficos de Thomas Lacoste, dirigidos a presentar a los 'socializadores del sufrimiento' como agentes comprometidos con la paz— de convertir la historia de sangre de ETA en un relato entre épico (gudarismo) y lírico (nanas). Las firmas recientes en apoyo al exdirigente de ETA, Mikel Antza, responden a la misma querencia (por no hablar de la promoción política de David Pla).

¿Cuál de ellos escucharon Miguel Ángel Blanco, Gregorio Ordóñez, Yoyes, Joseba Pagaza o Fernando Buesa?

Llama la atención que se realce una biografía ajena al universo cultural abertzale y se haga caso omiso de la del director. Lander Garro Pérez fue detenido por la Ertzaintza en 1997 acusado de formar parte de un Grupo Y de apoyo a ETA. En 2001 fue condenado a un año y ocho meses de prisión por quemar un autobús. Un año antes había sido arrestada una hermana como parte del Comando Madrid. A finales de 2006 fueron detenidos en Francia su hermano Zigor (Tonino), la novia de este, Marina Bernadó, y Ekain Mendizabal, lugarteniente del primero. Tonino, muy activo en la kale borroka, era jefe del aparato logístico de ETA en el momento de su detención. Marina Bernadó había escondido en su casa al jefe del Comando Barcelona, Fernando García Jodrá; luego, Marina huyó a Francia e ingresó en ETA. Unos detalles biográficos tentadores para una analogía acrobática entre el estertor de la pólvora y el arrullo de la cuna. ¿Cuál de ellos escucharon Miguel Ángel Blanco, Gregorio Ordóñez, Yoyes, Joseba Pagaza o Fernando Buesa?

El director podría haber encontrado referentes poéticos cercanos. No habría necesitado acrobacias para recuperar al cantautor Imanol, tan étnicamente próximo, que murió muy lejos de su pueblo, en el pueblo que vio nacer al autor de 'Nanas de la cebolla'. Cuando Imanol denunció el asesinato de Yoyes fue puesto en el disparadero: "Imanol, traidor, vas a morir", "Arrepentidos al paredón". Triste ver que sean los asesinos quienes condenan el arrepentimiento; ni asomo de él en el documental. Murió Imanol exiliado por los héroes de Garro y cantó en "¡Adiós a las penas de abril!": "Sonaron campanas por el desertor/ Vi a la muerte bailar junto a mí". En el metaverso fílmico abertzale, devotos de los escorpiones entonan canciones de cuna sin un resquicio de humanidad para las dianas de sus aguijones. Nada podía estar más lejos de la sensibilidad ética de Miguel Hernández.

Miguel Hernández tenía 31 años, aquel 28 de marzo de hace ochenta años en que un viacrucis de enfermedades y prisiones provocó su muerte. Poco antes había escrito a su amigo Carlos Rodríguez Spiteri: "Lo importante […] es dar una solución hermosa a la vida". En una carta el 12 de septiembre de 1939 a su mujer, Josefina Manresa, resumía su estado: "¡Pobre cuerpo! Entre sarna, piojos, chinches y toda clase de animales, sin libertad […] no sabe qué postura tomar". Adjuntaba, para consolar a su hijo "indignado de mamar y sacar zumo de cebolla en vez de leche" porque la madre no comía otra cosa, unas coplillas que se llamaron "Nanas de la cebolla".

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