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Este país se ha convertido en una colosal estupidez
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Este país se ha convertido en una colosal estupidez

Una reflexión sobre el juego del poder, sus avances, sus tropiezos, su estancamiento y el papel que en todo ello representan las derechas y las izquierdas

Foto: Un semáforo en rojo en Madrid. EFE / Juan Carlos Hidalgo
Un semáforo en rojo en Madrid. EFE / Juan Carlos Hidalgo

A veces las luces rojas se presentan de sopetón. Han ido cambiando poco a poco hasta mostrar todo su color, hasta obligarnos a parar y exigir que, sorteando todos los obstáculos, intentemos decir una verdad incómoda, señalar una situación anómala y de perversa incoherencia.

Habría que atreverse a decir, desde una afinada e independiente izquierda, que el par izquierda-derecha camina a tropezón limpio. Y es que hay que sostener que la derecha sigue siendo la sinrazón del poder que arrasa y la izquierda la sinrazón de una necia y torpe oposición. En términos un tanto metafísicos, que la derecha es ontológicamente el lugar donde se impone el dinero mientras que la izquierda es un desastre lógico.

Si llamas la atención sobre una incontrolada y mal gestionada inmigración eres racista; si llamas la atención de los excesos de no pocos feminismos eres redomado machista

La derecha, fiel a su historia, conserva el puente de mando y desde ahí mantiene privilegios y no cede su muy asentada potencia. Es esa su esencia. Pero la izquierda cae, en su impotencia, en un cretino buenismo. Si llamas la atención sobre una incontrolada y mal gestionada inmigración eres racista. Si llamas la atención de los excesos de no pocos feminismos eres redomado machista. Si no estás de acuerdo con un puritanismo absurdo eres fascista. Craso error el de esta izquierda.

Si quisiera exponer gráficamente lo expuesto se podría recurrir a la siguiente imagen. Supongamos una cárcel en la que los carceleros son unos esbirros impenitentes. Y supongamos que los reclusos comienzan a acuchillarse entre ellos y a reproducir los mismos males que los que poseen las llaves de todas las estancias. Unos mandan sin escrúpulos y los otros se autodestruyen llenos de resentimiento.

Es esa la situación de nuestros días. El poder crece y los que teóricamente dicen intentar derrocarlo nadan en la estupidez. El país se ha convertido en una colosal estupidez. Solo queda contemplar el espectáculo desde fuera, lo que sucede y actuar desde aquellas esquinas que, quién sabe, acaben un día con ese reparto imbécil de papeles. Y si no hubiera esquinas, habría que inventarlas.

A veces las luces rojas se presentan de sopetón. Han ido cambiando poco a poco hasta mostrar todo su color, hasta obligarnos a parar y exigir que, sorteando todos los obstáculos, intentemos decir una verdad incómoda, señalar una situación anómala y de perversa incoherencia.

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