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Antonio Diéguez

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¿Existe la verdad en realidad?

Pedro Sánchez afirmó hace unos días aquello de que "la verdad es la realidad". ¿Significa eso que es un pragmatista, un realista semántico o un relativista?

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, visitando el astillero de Navantia en Ferrol el pasado miércoles 24. EFE /Cabalar
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, visitando el astillero de Navantia en Ferrol el pasado miércoles 24. EFE /Cabalar

Es un hecho notable y hasta de agradecer que el debate político, cada vez más agrio en en todas partes, haya dado pie a volver sobre un viejo asunto filosófico; nada menos que el de la naturaleza de la verdad. Un asunto que tuvo perplejo a Pilatos y que parecía haber entrado en un lento declive a finales del siglo pasado, hasta que vino a rescatarlo hace unos años el anuncio de que habíamos entrado en la era de la posverdad, una época en la que la verdad dejaba de importar, no solo en el discurso político, sino en general en toda la cultura. Eso hizo que algunos empezaran a echarla de menos.

El tema es complejo, no solo porque ha habido a lo largo de la historia diversas definiciones de verdad, sino porque algunos han cuestionado incluso la pertinencia o validez de este concepto. Nietzsche sostuvo que “La verdad es la clase de error sin el que no puede vivir un ser viviente de una determinada clase. El valor para la vida es lo que decide en último término”. Pensaba que nuestro lenguaje había surgido de la experiencia evolutiva para servir exclusivamente a nuestros intereses y que, por tanto, llevaba incorporado de forma inextricable ilusiones que son útiles para la supervivencia, como la existencia de objetos permanentes, la identidad o la causalidad, pero que no reflejan lo real. Lo que llamamos verdadero, por tanto, no es más que un producto del lenguaje y la cultura.

Foucault hablaba de “regímenes de verdad” producidos a lo largo de la historia en los que se distingue lo que debe ser tenido por verdadero o falso como forma de establecer, a través de normas y prácticas, un dominio de unos sobre otros Esos regímenes de verdad son los que establecen en cada caso qué es la realidad y fundamentan las relaciones de poder. Por su parte, el filósofo norteamericano Richard Rorty creía que lo mejor que puede hacerse con la noción de verdad es usarla en el lenguaje cotidiano, donde no ofrece problemas, pero olvidarse de cualquier caracterización filosófica, porque, dada su carencia de utilidad práctica, no hay ninguna cuestión genuina que resolver ahí.

Lo que llamamos verdadero, por tanto, no es más que un producto del lenguaje y la cultura

Entre los autores que han mantenido que la noción de verdad no es una ilusión, una construcción o un producto institucional y político, sino que es pertinente y filosóficamente interesante, ha habido muchas definiciones del concepto. El relativismo es una concepción de la verdad que cuenta hoy con un número nutrido de simpatizantes. Algunos llegan a creer que es la única concepción de la verdad aceptable en una sociedad democrática.

Sus dos modalidades principales son la subjetivista y la cultural. Un relativista subjetivista diría que lo verdadero es lo que acepta como tal cada individuo (esta es mi verdad, esa otra será tu verdad, etc.). Un relativista cultural, en cambio, diría que lo verdadero es lo que acepta como tal una determinada comunidad (esto es verdadero dentro de la física actual, pero no es verdadero para un hechicero de una tribu africana, y no hay criterio superior con el que decidir la cuestión). La concepción coherentista de la verdad es mucho más exótica. Pocos la han defendido. Sostiene que verdadero es aquel enunciado que encaja bien, o que mantiene la coherencia, con el resto de enunciados que se aceptan. Lo verdadero es el todo, que diría Hegel.

Más frecuente es hoy entre los filósofos la concepción pragmatista, en sus múltiples versiones, casi tantas como pragmatistas hay. En una de sus modalidades más socorridas, sostiene que lo verdadero es aquello que alcanzaríamos si lográramos un estado ideal de conocimiento, como, por ejemplo, cuando la ciencia llegara a su final, si es que llega a él alguna vez (Peirce), o cuando estableciéramos una comunidad ideal de diálogo, capaz de manejar toda la información de forma no sesgada y de deliberar racionalmente sobre ella (Habermas), o cuando estuviéramos en situación de justificar con plenas garantías epistémicas todo lo que sostengamos (Putnam). En su versión más popular, pero no la más representativa, el pragmatista diría que verdadero es lo que funciona bien en la práctica.

Las teorías pragmatistas de la verdad suelen ser teorías epistémicas de la verdad, puesto que la definen en función de las características de un cierto tipo de conocimiento. En los últimos años han tenido una influencia creciente la teoría deflacionista de la verdad. El deflacionismo tiene también variantes, pero la más aceptada sostiene que afirmar que algo es verdadero es simplemente afirmar ese algo. Es decir, la verdad no añade ninguna información nueva a la afirmación ya hecha. Decir que el enunciado “la nieve es blanca” es verdadero es simplemente decir que la nieve es blanca.

No obstante, la definición que sigue siendo más popular, entre filósofos (hay encuestas sobre ello) y quizás en general, es la definición clásica, que es la que se considera fundamental en las posiciones epistemológicas llamadas “realistas”. Según esta definición, la verdad es la correspondencia de nuestros enunciados (o proposiciones o creencias) con la realidad (o con los hechos). La adecuación del intelecto con la cosa, que decían los medievales. Algunos intérpretes creen que Aristóteles dijo esto mismo, pero de forma algo más enigmática.

Lo que Aristóteles dijo fue que verdadero es decir de aquello que es, que es y de aquello que no es, que no es, y falso es decir lo contrario. Otros intérpretes, en cambio, distinguen entre esta definición aristotélica y la definición realista de la verdad como correspondencia. Sin embargo, el gran teórico contemporáneo de la verdad, cuya definición para lenguajes formales es comúnmente aceptada, Alfred Tarski, pensó en algunos de sus trabajos que la definición de Aristóteles era similar a la correspondentista. Cuando los filósofos realistas se refieren al progreso científico suelen utilizar una noción diferente, pero dependiente de esta. Prefieren hablar, como propuso inicialmente Karl Popper, del progreso científico como una consecución de teorías crecientemente verosímiles, entendiendo la verosimilitud como una verdad aproximada y revisable, pero con alto contenido informativo.

El primer cuestionamiento importante de la teoría de la verdad como correspondencia fue el idealismo trascendental de Kant. Después fue cuestionada sobre todo por el idealismo alemán, por Nietzsche, por Heidegger, por el pragmatismo americano y por el constructivismo social. Entre sus defensores contemporáneos están Engel y Lenin, Russell y Moore, Nicolai Hartmann, los realistas científicos, desde Popper en adelante, y los nuevos realistas o realistas especulativos (Graham Harman, Maurizio Ferraris, Markus Gabriel, etc.).

La principal crítica a la teoría de la verdad como correspondencia es que la noción misma de correspondencia es vaga, y cuando se trata de precisar se desemboca en numerosos problemas. El fracaso del intento de Wittgenstein por ofrecer una explicación satisfactoria de dicha relación desanimó a muchos. Hay también quien señala que esa correspondencia es incomprobable, porque exigiría un punto de vista externo a nuestra propia mente, una visión desde ningún lugar. No cabe ocultar que, en efecto, la teoría de la verdad como correspondencia tiene problemas, pero tiene algo a su favor: todas las demás teorías propuestas los tienen también y aparentemente más graves.

Para saber qué posición epistemológica y semántica defiende Sánchez hay que pedirle que desarrolle un poco más lo que quiso decir

En definitiva, si lo que Sánchez quiso decir hace unos días, cuando afirmó que la verdad es la realidad, era que la verdad es [lo que se corresponde con] la realidad, entonces es un realista semántico y su postura es básicamente la aristotélica, como algunos intérpretes han sugerido estos días. Pero esta interpretación de las palabras de Sánchez no es la única posible. Quizás lo que quiso decir es que la verdad es [lo que funciona en] la realidad. Entonces es un pragmatista. En ambos casos, no sería un constructivista social ni un relativista, pues presupondría la existencia de una realidad objetiva independiente del sujeto y de nuestras creencias sobre ella.

En cambio, si lo que quiso decir es que [lo que importa no es] la verdad, [sino eso que llamamos] la realidad, o bien que la verdad es [lo que cada uno o un grupo considera como] la realidad, o que la verdad es [lo que constituye] la realidad, entonces sí podría ser un constructivista social o un relativista. O sea, que para saber qué posición epistemológica y semántica defiende Sánchez hay que pedirle que desarrolle un poco más lo que quiso decir. Entre tanto, es pronto para pronunciarse.

*Antonio Diéguez es catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia de la Universidad de Málaga.

Es un hecho notable y hasta de agradecer que el debate político, cada vez más agrio en en todas partes, haya dado pie a volver sobre un viejo asunto filosófico; nada menos que el de la naturaleza de la verdad. Un asunto que tuvo perplejo a Pilatos y que parecía haber entrado en un lento declive a finales del siglo pasado, hasta que vino a rescatarlo hace unos años el anuncio de que habíamos entrado en la era de la posverdad, una época en la que la verdad dejaba de importar, no solo en el discurso político, sino en general en toda la cultura. Eso hizo que algunos empezaran a echarla de menos.

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