Islamismo de izquierdas

El islamismo de izquierdas ha aparecido con cierta fuerza en España. Tiene su origen en Francia, aunque tal vez se gestara antes en Irán. En nuestro país se manifiesta como un mixto entre inmigración, xenofobia y derechos humanos.

Pienso que habría que distinguir entre una cuestión más teórica y otra más practica e inmediata. Teóricamente, se trata de la posible colaboración entre las religiones monoteístas. O en la posibilidad de reunir rasgos propios de tales religiones que sean útiles para la convivencia sociopolítica. En este sentido, citaría a autores como el francés Luc Ferry o al conocido teólogo católico Hans Küng. Una ética universal podría beneficiarse de lo mejor de dichas religiones. En ese campo me atrevo a situar al teólogo español Juanjo Tamayo.

En lo que atañe al mundo de todos los días, la fragmentación del discurso en España alcanza tonos propios de un parvulario. Por un lado, está una casposa idea de defensa de los valores occidentales contra la invasión de los peligrosos musulmanes. Es una corriente que viene de lejos y que se basa en el anquilosado lema de 'Santiago y Cierra España'. España se convierte así en el bastión de Occidente y el cristianismo se erige en cruzada. La diversidad de las culturas desaparece ante un inmoral supremacismo.

Por otro lado, está surgiendo una corriente que, en cuanto señalas los aspectos conflictivos del islamismo, te tacha de falta de comprensión o, sencillamente, derechista. Esta actitud, que manifiesta no poca ignorancia, está fuertemente incrustada en una manera de actuar que podríamos llamar política del buen samaritano. A lomos de un negacionismo inconsistente, tilda de racista o xenófobo cualquier rechazo racional de muchas costumbres de la religión de Mahoma, con su Corán y su sharia, como tendría que hacerlo con aquellos monoteísmos que, entre otras cosas, han favorecido la sumisión de la mujer.

Si molesta la toca de una monja en el espacio público, molesta tanto o más el velo que minimiza a la mujer

Es un movimiento al servicio de un progresismo vacío, que grita contra las Iglesias cristianas y calla o concede, sin más, ante las mezquitas. Además, una perversa politización lo embadurna todo. Y mete en la misma bolsa la emigración, la ayuda al indigente, la libertad de expresión o tantas otras cosas que conviene verlas por separado, ocultando así intereses oscuros y políticas superficiales.

En este punto, un laicismo que no se pliegue a moda alguna debe levantar la cabeza, y medir a todos por el mismo rasero. Condescendencias pocas, por no decir ninguna. Si molesta la toca de una monja en el espacio público, molesta tanto o más el velo que minimiza a la mujer. Esto no es supremacismo o racismo cultural. Esto es laicismo puro y duro.