Tribuna
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Sobre los pesados
Son unos artistas robando el tiempo. El pesado desconoce el tiempo. No sabe, o no quiere saber, que de tejido temporal estamos hechos
Abundan tanto que se meten por todas las rendijas. Los hay de todas las edades y de todos los gustos. Puede ser un presumido profesor, un sabio de barrio o un cuñado. O simplemente, uno que se aburre, que se cree algo. Qué le vamos a hacer, el Señor los hizo así.
Los pesados son una lata. Son unos plastas. Si te llaman por teléfono, y por mucho que les digas que no tienes tiempo, continúan hablando. Siempre te preguntan por lo mismo y te cuentan la misma historia. Gran error invitarles a casa, porque no los echas. Por no hablar de aquellos que te cuentan una película. Te tratan como un párvulo, mientras hablan embelesados de la mayor trivialidad que han visto en pantalla. Son unos artistas robando el tiempo. El pesado desconoce el tiempo. No sabe, o no quiere saber, que de tejido temporal estamos hechos.
Cuánta paciencia demandan. Y son especialistas en dar consejos sin que nadie se los pida
Como novios deben ser peores que un moscardón. Como amantes sospecho que tendrán otras virtudes porque, en caso contrario, cosecharían poco éxito. Como pareja estable prefiero no decir nada. Cuánta paciencia demandan. Y son especialistas en dar consejos sin que nadie se los pida.
En mi juventud y en mi pueblo, temía más a uno de esos pesados que el portero a la bota de quien le tira el penalti. Iba de poeta, llevaba una poesía en el bolsillo y si te pillaba te la soltaba sin posibilidad de huir. Esta especie de pesados es muy peligrosa. Aunque hay otra que no le va a la zaga. Se trata de aquellos que, sin tener ninguna gracia, te cuentan un chiste que, además, es largo. Suelen cosechar una carcajada hipócrita.
Dicen del filósofo Nietzsche que espantaba a los amigos. En cuanto agarraba a uno, le leía las hojas en las que plasmaba su pensamiento. No sé cuanto hay de cierto en esta historia. Pero los que nos dedicamos a ese apasionado arte del filosofar tendemos a enrollarnos. Deberíamos de hacer de vez en cuando examen de conciencia para no caer en ese vicio. En caso contrario, mezclamos azúcar con aceite de ricino. Este país posee latosos de todos los colores. No continuo hablando más de ellos a pesar de que hay materia de sobra para hacerlo. Pero no quiero ser pesado.
Abundan tanto que se meten por todas las rendijas. Los hay de todas las edades y de todos los gustos. Puede ser un presumido profesor, un sabio de barrio o un cuñado. O simplemente, uno que se aburre, que se cree algo. Qué le vamos a hacer, el Señor los hizo así.