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Sobre la figura de Jesús (desde un punto de vista personal)
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Sobre la figura de Jesús (desde un punto de vista personal)

Jesús ha sido una presencia constante en mi vida, fue un amigo temprano de infancia y me moriré admirando a un elusivo y agitador hombre bueno

Foto: Salida de la procesión del Santísimo Cristo de la Fe y del Perdón en Madrid el pasado 13 de abril de 2025. Jesús Hellín / Europa Press
Salida de la procesión del Santísimo Cristo de la Fe y del Perdón en Madrid el pasado 13 de abril de 2025. Jesús Hellín / Europa Press

Siempre me ha interesado la figura de Jesús. Como a tanta gente a lo largo de dos mil años. Yo no voy a entrar en cuánto hubo de realidad, en si se le trasformó pronto en Cristo, en cómo lo ha ido utilizando la Iglesia o cómo lo ha disecado la teología. Es esa una labor que compete a la exegesis y a la crítica literaria. Y si alguien de este país quiere conocer del asunto, que lea a Antonio Montero o a Manuel Fraijó, que hacen fácil lo difícil. Yo voy a desgranar cómo Jesús ha sido una sombra en mi vida, cómo lo he contemplado y cómo su lejana imagen forma parte de mi historia.

Comenzaré diciendo que Jesús fue un temprano amigo de infancia. Junto a él me dormía y con él jugaba en mis fantasías. La idea de un buen amigo quedo pegada a mí. No gritaba, no imponía. Sencillamente te protegía. Con el paso del tiempo y la asimilación cultural del cristianismo, ese Jesús de infancia se fue convirtiendo en algo ritual, más abstracto y alejado de una bondad directa y cotidiana. Desde mi agnosticismo, me gustaba el dicho de Loisy cuando afirmaba que Jesús predicó un reino y salió una iglesia; o autores como Schweitzer con su muy sentido y desmitificado Jesús o el clérigo Marmion con su espléndido Jesucristo, vida del alma.

Pasado el tiempo, recorrida ya la madurez y entrado en la vejez, contemplo a Jesús con ojos de niño

Todos miraban a una persona con corazón, de larga visión de los pobres humanos, de la insensata imbecilidad que nos es constitutiva. Pasado el tiempo, recorrida ya la madurez y entrado en la vejez, contemplo a Jesús con ojos de niño. Y no puedo por menos que volver a verlo con esos ojos. Un individuo que solo quiere hacer el bien y todo le sale mal. Es lo que nos dejó escrito Dostoyevski en El Idiota.

Pobre Jesús. Le han amado tanto como maltratado. Yo lo contemplo como ejemplo de mansedumbre. Y me moriré admirando a un elusivo y agitador hombre bueno. Ahora que llega la Semana Santa, habría que contemplarle, más allá de tanto espectáculo, como aquel Jesús que anduvo en la mar que poetizó Machado y cantó Serrat

Siempre me ha interesado la figura de Jesús. Como a tanta gente a lo largo de dos mil años. Yo no voy a entrar en cuánto hubo de realidad, en si se le trasformó pronto en Cristo, en cómo lo ha ido utilizando la Iglesia o cómo lo ha disecado la teología. Es esa una labor que compete a la exegesis y a la crítica literaria. Y si alguien de este país quiere conocer del asunto, que lea a Antonio Montero o a Manuel Fraijó, que hacen fácil lo difícil. Yo voy a desgranar cómo Jesús ha sido una sombra en mi vida, cómo lo he contemplado y cómo su lejana imagen forma parte de mi historia.

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