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La avaricia de Florentino (y sus socios) romperá el saco
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Alfredo Pascual

Agresión sin balón

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La avaricia de Florentino (y sus socios) romperá el saco

La decisión solo responde a motivos económicos y está llamada a dinamitar los cimientos del fútbol europeo

Foto: Florentino Pérez, en el WiZink Center, durante el último Clásico de Liga ACB. (EFE)
Florentino Pérez, en el WiZink Center, durante el último Clásico de Liga ACB. (EFE)
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Dinero. Todo lo que está sucediendo en fútbol europeo se puede explicar desde la perspectiva económica, y nada desde la deportiva. Los grandes clubes hace años que se sienten por encima de federaciones y reguladores, y han acordado escindirse solo para engordar sus cuentas. El movimiento no solo implica la creación de un nuevo torneo, sino también el final del fútbol europeo tal y como lo conocemos.

La gran perjudicada, por supuesto, es la Champions League, una de las pocas competiciones a nivel mundial que han conseguido incrementar su prestigio con el paso de los años. Es el sueño de cualquier club europeo, desde el Barcelona hasta el San Federico de Valdezarza, en Madrid, en buena medida porque existe un libro de ruta estipulado para acceder a ella: quedar entre los primeros clasificados de tu liga nacional. Todos pueden llegar, ricos y pobres, mientras se lo ganen en el campo.

Foto: David Alaba y Joshua Kimmich persiguen a Neymar Júnior durante el Bayern-PSG de cuartos de final. (Reuters)

Esto es la teoría. En la práctica, juegan la Champions casi siempre los mismos, pero la ilusión, el señuelo de la gloria, es definitorio. La Superliga nace con otra filosofía, la de un club para la élite, al estilo de la NBA o la Euroliga, donde los miembros con voto deciden quién juega y quién no. Quince miembros tendrán plaza asegurada y otros cinco accederán "por el rendimiento en sus ligas domésticas". Esta parte, no especificada en el proyecto de la Superliga, es de sumo interés. ¿Cómo se accede a unas de esas plazas libres? Si es en coordinación con las ligas domésticas, algo que en este momento parece imposible, conllevaría una renuncia a la Champions League. ¿Quién jugaría la máxima competición de la UEFA? ¿El quinto clasificado de cada país? Sería el final de la Champions, por no mencionar la pobre Europa League, de la que nadie se acuerda.

Para la LaLiga también sería un suicidio, en tanto que vería a los mejores equipos de cada temporada, más allá del trío independentista, centrarse en una competición mucho más lucrativa. Al menos, estos equipos tendrían aliciente por competir en LaLiga o la Premier, porque para los grandes, con su plaza asegurada en la Superliga, la liga doméstica no sería más que un trámite que acometer con un 'equipo B'.

Pero es que la Superliga estaría también abocada a morir de éxito, por saturación. Tomemos por ejemplo las noches mágicas del Bernabéu, referente espiritual del madridismo. Aquellos rivales eran el Neuchatel, el Anderlecht, el Videoton o el Colonia, equipos de nivel medio con una buena generación de futbolistas que, durante un corto periodo de tiempo, pudieron plantar cara a los grandes. Esos equipos no podrían acceder a la Superliga y, en el caso de hacerlo, serían masacrados antes de llegar a las eliminatorias. Con todo, un partido contra el Anderlecht, emparedado entre encuentros entre el Chelsea y el United, perdería todo el interés para el aficionado.

Foto: Pedro Sánchez, en una imagen reciente. (Efe)

Pero es que hasta los partidos entre grandes clubes de Superliga quedarían descafeinados. No hay mejor forma para perder el interés en un Atlético de Madrid-PSG que repetirlo en exceso, arrebatarle lo que tiene de especial por infrecuente. El modelo de la Superliga, importado de las competiciones norteamericanas, tiene un encaje difícil en la cultura europea. Basta con asistir a un partido de liga regular de la NBA para comprobarlo: aficionados que acuden al pabellón a pasar el rato y comerse unos jalapeños, jugadores que se juegan los tiros desde nueve metros para no gastar mucha energía y pabellones que tienen que liquidar las últimas entradas a 20 dólares. Esta filosofía puede funcionar con los turistas asiáticos y norteamericanos que visitan Europa, pero cuesta imaginarla en los viejos aficionados locales. Y si no, piensen en la Euroliga de baloncesto. ¿Sabían que hoy juega el Madrid contra el Efes? Ese partido, hace 15 años, habría movilizado la ciudad; hoy, las empresas patrocinadoras tienen que repartir entradas entre sus clientes para llenar el pabellón. La Euroliga no ha conseguido despegar y cada día son más fuertes los rumores de que un grupo de clubes planea pedir la cabeza de Bartomeu y emprender un nuevo rumbo.

La Superliga es, quizás, el proyecto más codicioso que haya concebido nunca el deporte profesional. Los grandes clubes son rentables y las pérdidas acumuladas se deben, en su mayor parte, a la mala gestión y al impacto del covid. Esta liga no es para salvar el fútbol, sino para beneficiar a 20 equipos, mientras que el resto empeorará sus condiciones y topará con un techo de cristal. La única que tiene armas para frenarla es la UEFA, que ha conseguido una victoria diplomática con los equipos franceses y alemanes y se guarda una cabeza nuclear en el granero: sacar a los jugadores implicados de Mundiales y Eurocopas. ¿Se atreverá a lanzar la gran bomba? Ni siquiera está claro que puedan hacerlo, pero recurrirán a la gran bomba si finalmente se ven acorralados.

Dinero. Todo lo que está sucediendo en fútbol europeo se puede explicar desde la perspectiva económica, y nada desde la deportiva. Los grandes clubes hace años que se sienten por encima de federaciones y reguladores, y han acordado escindirse solo para engordar sus cuentas. El movimiento no solo implica la creación de un nuevo torneo, sino también el final del fútbol europeo tal y como lo conocemos.

Florentino Pérez
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