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Antonio Sanz

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Cholo, no te sientas intocable

Parte de la afición tuvo a gusto silbar una sustitución. Un grande, y Simeone lo fue, lo es y lo será, sabe que nadie resiste eternamente con el cartel de intocable...

Foto: Simeone es el indiscutible líder del Atlético (EFE)
Simeone es el indiscutible líder del Atlético (EFE)

No hay mejor comportamiento que dar marcha atrás y rectificar cuando eres consciente de que has atravesado la línea. Y Diego Simeone así lo ha entendido y así lo ha hecho. Los inoportunos y mal medidos comentarios realizados por su jefe de Prensa en una red social habían colocado al entrenador del Atleti en una tesitura comprometida con quien más le ama. La carga contra la afición se había descontrolado y al técnico sólo le aguardaba un camino: tolerar ‘las críticas’ y alabar a la tribuna… porque nadie quien porta el escudo discute al Cholo todo lo alcanzado en esta reconversión rojiblanca. La ardua travesía durante la década pasada resultó tan prolongada en el tiempo, el propio Diego vivió un periodo como futbolista, que la afición se sentía anestesiada. Se acudía al Vicente Calderón con el desánimo de ver jugar al equipo, sólo ocupaba ver qué pasaba. Simeone ha logrado que la masa acuda al estadio ilusionada con la seguridad de que verá ganar a su equipo.

No ha resultado un verano sencillo para la cúpula de mando del Atleti. Por enésima vez se debía reconstruir la plantilla, esta vez, una plantilla campeona. La cantada salida de un seguro de vida llamado Courtois se acumulaba a las bajas de los goleadores del grupo, Diego Costa y David Villa, y de un intocable, Filipe Luis. Demasiado daño y demasiada responsabilidad para quienes deben cubrir las dos posiciones determinantes del terreno de juego: el portero y el ariete. Simeone contaba con voz y voto para las altas. Otra cosa eran las bajas, se escapaban de su jurisdicción. Y es que así quedó pactado en la renovación del entrenador, formalizada el pasado mes de mayo, poco antes de ganar el título de Liga en el Camp Nou. La cuestión es que el técnico se tomó muy en serio su participación en las decisiones y fue apoyando, con discrepancias en algunos casos, a casi todas las caras nuevas.

El consenso trajo rápido al club a Griezmann, al tiempo que devolvía a Tiago tras el engaño al que fue sometido. Mandzukic se puso a tiro tras su enfrentamiento con Guardiola, y restaba el acompañante de Moyá, a quien se fichaba para ocupar la plaza de Aranzubía. Entonces, se dio crédito al mismo miembro de la dirección deportiva que avaló al desconocido Courtois. Habló de otro portero de futuro y se agilizó el fichaje de Oblak, un espigado esloveno de sólo 21 años que aterrizaba tan justo físicamente que terminó por no pelear la titularidad. Siqueira completaba el primer arranque de adquisiciones. Para Simeone, aún faltaba otro delantero, un zaguero polivalente y un medio ofensivo con capacidad creativa. Sin embargo, la caja no daba para mucho más. Más tarde, aterrizaron Ansaldi, Cerci y Raúl Jiménez, ésta una triple apuesta clara del cuerpo técnico.

El entrenador había concluido la temporada con las revoluciones en exceso. El comportamiento exhibido en la final de Lisboa, cuando se fue a por Varane cruzando el césped, disgustó a posteriori a quien recibió por la acción felicitaciones por la osadía. La acumulación de tanto éxito, cuentan algunos de los que comparten el tiempo con él, posibilitó que el ego creciera, también apoyado por los movimientos publicitarios que lo rodearon. Sin ser la primera vez que las marcas comerciales llaman a la puerta, su figura se convertía en un verdadero reclamo para vender conjuntamente el triunfo, el trabajo bien hecho y el logro del que consigue todo lo que se propone. Algo recorría en su interior que provocó una equivocación de alto voltaje que terminó exhibiendo en la vuelta de la final de la Supercopa. Simeone se miraba pero no se reconocía.

Un nuevo título, el quinto en dos años y medio, arropa el buen hacer laboral de un cuerpo técnico que ha cambiado la mentalidad al vestuario y a la grada. En los últimos tiempos, la afición se mostraba complaciente en el Vicente Calderón. La fidelidad alcanzó tal calibre que bastaba con acudir y animar, poco importaba el resultado final. Y así pasaron los años salpicados con la felicidad de aquella victoria europea en Hamburgo lograda en la prórroga o del merecido título de súper campeón del continente. El club había ascendido peldaños deportivos, ya se peleaba por la disputa de la Liga de Campeones, pero hasta la entrada de Simeone nadie respiró repetidamente la fragancia que ofrecen los trofeos. Pero sobre todo, logró recortar la sideral distancia que existía entre los dos colosos y el Atleti. Ese cambio de mentalidad en el vestuario se trasladó al graderío. Y la gente volvía a presumir de escudo. Por aquí se explica que parte de los aficionados tuvieron a gusto silbar una sustitución que se entendió como desafortunada. No porque no gustase la entrada de Raúl García y sí porque el elegido era Griezmann y no Raúl Jiménez, tal y como demandaba la gente. El listón de la exigencia elevado por el propio técnico, tanto dentro como fuera, no puede ser ahora arma arrojadiza de nadie.

El aviso en tono de advertencia del asesor de Prensa del técnico, doy por seguro que escrito a voluntad del comunicador, desliza situaciones de futuro. Consciente de la crudeza del mensaje, Simeone optó por echar agua al fuego veinticuatro horas después. Lanzar más gasolina en el mes de septiembre adulteraría la convivencia sin fisuras que habita entre el mesías y los fieles. Lejos de mirar atrás, el astuto entrenador argentino vislumbra que cada jornada debe quitar absurdos palos en las ruedas que espinan el sendero por el que transita el cargo, que desgasta cada día. Las propuestas, gracias a su magnífico trabajo, no le han tentado más allá de renunciar y sacar tajada en la renovación.

Argentina sondeó al técnico para reemplazar a Sabella, pero Diego entendió que no era el momento de tomar el timón del equipo de la nación. Mientras tanto, el Manchester United peleó por seducir al bonaerense como recambio de Moyes. Sin embargo, no encontró en su interior el entusiasmo suficiente para el reto de dirigir a los ‘diablos rojos’. El Inter de su amigo Zanetti continúa agazapado. La duda, que se despejará con el transcurso de la competición, invitará a culminar el trabajo con una estación más en Madrid, o bien a terminar sin hacer daño para dejarse la puerta abierta para un futuro regreso. Aún es pronto para saber la decisión, pero se sienten las dudas del Cholo. Eso sí, un grande, y Simeone lo fue, lo es y lo será, debe conocer que nadie resiste eternamente con el cartel de intocable. Pese a tanto como ha dado para el presente y para la historia del Atleti.

No hay mejor comportamiento que dar marcha atrás y rectificar cuando eres consciente de que has atravesado la línea. Y Diego Simeone así lo ha entendido y así lo ha hecho. Los inoportunos y mal medidos comentarios realizados por su jefe de Prensa en una red social habían colocado al entrenador del Atleti en una tesitura comprometida con quien más le ama. La carga contra la afición se había descontrolado y al técnico sólo le aguardaba un camino: tolerar ‘las críticas’ y alabar a la tribuna… porque nadie quien porta el escudo discute al Cholo todo lo alcanzado en esta reconversión rojiblanca. La ardua travesía durante la década pasada resultó tan prolongada en el tiempo, el propio Diego vivió un periodo como futbolista, que la afición se sentía anestesiada. Se acudía al Vicente Calderón con el desánimo de ver jugar al equipo, sólo ocupaba ver qué pasaba. Simeone ha logrado que la masa acuda al estadio ilusionada con la seguridad de que verá ganar a su equipo.

Diego Simeone José Luis Pasqués Miguel Ángel Gil Marín
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