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Antonio Sanz

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Guerra abierta por Motta con el PSG amenazando al Atlético

El jugador ha dicho que quiere jugar en el Atlético de Madrid, pero Nasser Al-Khelaifi, dueño del PSG, se niega dejarlo salir y el club rojiblanco no quiere arriesgarse a con el jeque catarí

Foto: Thiago Motta, durante un partido con el PSG (Imago)
Thiago Motta, durante un partido con el PSG (Imago)

Una tarde de este verano se apeó en la estación de tren de Atocha en Madrid, próxima al estadio Vicente Calderón. Su nombre no había sonado como futurible para ningún conjunto nacional. Sin embargo, rápidamente se asoció el fichaje con el Atlético de Madrid. ¿Por redimirse de la confusa anterior etapa en el club? ¿Por el perfil de su juego? ¿Por unas características tan cercanas al ideario del entrenador? En definitiva, Thiago Mottailusionó al parroquiano rojiblanco cuando los medios de comunicación desvelaron de inmediato su aproximación. Es el que faltaba, la boya de equilibrio, el mejor oficial para la consolidación definitiva de Koke en su puesto natural, el eje indisoluble del centro del campo. El italo-brasileño y su asesor deportivo ponían con el intenso calor de junio pie en Madrid para demostrar a la propiedad rojiblanca que no iban de farol. Aquel curso vivido, nada transitivo entre entidad y futbolista, pesaba en el recuerdo. Pero esta vez, Motta quiso demostrar que va en serio. Y Simeone, tan contento.

Thiago Motta cumplirá a final de agosto 33 años. Quizá lo celebre ya en Madrid, tal y como es su deseo. O no. El centrocampista alcanzó el FC Barcelona desde el Clube Atlético Juventus de Sao Paulo en el ocaso de la era Núñez. Esos momentos convulsos del barcelonismo sirvieron para los albores del jugador en La Masia. Con Gonzalvo de entrenador en el filial, compartió vestuario con Reina, Valdés o Arteta, además de medir los primeros impulsos de Xavi, Puyol o Iniesta. La llegada de Carlos Rexach al banquillo le permitió debutar con el Barça en una campaña donde se vio obligado a reforzar el segundo equipo para pelear por el ascenso de categoría. Sin embargo, hasta que Rijkaard no se hizo con las riendas de la plantilla no terminó de afianzarse entre la élite culé. Pero con escaso margen. Un sinfín de lesiones -con triple rotura de ligamentos en las rodillas- no lo dejaron terminar de arrancar. La ausencia de césped lo refugió en una agitada vida social junto a otros compatriotas-compañeros de caseta. Ese desorden obligó al Barça a estimar que su tiempo debía sacudirse de la entidad. Sólo un lamento se escuchó en las oficinas del Camp Nou, el de Txiki Beguiristain, su único valedor.

La cesión al Atleti se convirtió en un primer auxilio para el chico. Con poco consuelo se vivió la estancia del futbolista en Madrid. Formó más veces en el parte médico del doctor Villalón que en las alineaciones de Javier Aguirre. El Atleti lo alineó únicamente en diez partidos en todo el curso. Una rotura de menisco en la rodilla izquierda terminó de aflojar el escaso fuelle del que dispuso para la causa rojiblanca. El relevo de Peter Luccin, que había decidido marcharse a última hora a Zaragoza, no satisfacía. Pocos auguraban el éxito posterior tras salir del Calderón. Más si cabe cuando, tras probar en la Premier -Portsmouth-, fue desestimado por su estado físico. Al borde del precipicio, Motta tiró de orígenes y se refugió en la tierra de algunos de sus antepasados. Se alió a las raíces italianas: el bisabuelo Fortunato abandonó con 20 años la región de Rovigo, donde había nacido, para emigrar a Brasil. Con una primera estación en Génova, los aficionados del Inter se sintieron privilegiados al observar el renacimiento de Thiago.

Raza y carácter

Los seguidores del Atlético de Madrid se deben sentir satisfechos con el ardor de Motta para volver a vestirse de rojiblanco. El medio no se ha mordido la lengua y si aquella etapa resultó frustrante, el empeño hoy es tan real como rotundo. En declaraciones a L’Equipe aclaró dudas y sentenció el presente: “Mi intención es dejar el París Saint-Germain. Siempre he sido honesto con la directiva y ya he anunciado mis intenciones. Ellos saben que necesito otras motivaciones para continuar con mi carrera jugando al más alto nivel”. El resto de las manifestaciones del italo-brasileño desprenden un sentimiento de redención: “El Atleti es un club donde jugué y donde no pude dar todo lo que quería, algo que sólo me pasó allí. Para mí sería un gran desafío”. La caducidad del contrato, el próximo 30 de junio, lo sitúa en posición de mando respecto al conjunto francés, el mismo que sin regatear abonó al Inter casi 12 millones de euros en enero de 2012. Tres años y medio después, el jugador considera que la etapa ha concluido y nada mejor que continuarla en Madrid a las órdenes de Simeone. El Cholo busca un futbolista con la misma personalidad, raza y carácter que demuestran dentro y fuera del campo Gabi y Tiago. Sólo un jugador como él, entiende el técnico, será capaz de pelear con opciones por el puesto. Con Motta se mejora y se crece.

Con todo el staff rojiblanco conforme, la propiedad descolgó el teléfono para tratar de agradar a Nasser Al-Khelaifi, el jeque catarí dueño del PSG. Sin embargo, no recibió la respuesta esperada. Todo lo contrario. El tono altivo del árabe desconcertó al ejecutivo madrileño. La amenaza se convirtió en el predicado de la conversación: “Estás tocando a mi jugador, prepárate porque te voy a alterar el vestuario”. Y el Atleti, que ya mira a las grandes potencias económicas de igual a igual, es lo que tiene ganar en el césped, midió el paso. Les interesa mucho Motta, mucho. Pero son conscientes de que entrar en una guerra abierta con el PSG podría dejar demasiados jirones en las vestiduras. El centrocampista presiona día tras día, no juega y Blanc, el técnico, admite que además de las molestias, otras cosas impiden la normalidad. En el despacho de la dirigencia atlética ya saben cómo se las gasta el multimillonario árabe. Lo saben porque Simeone sintió la tentación hace unos meses, porque Griezmann es objeto de deseo por la intención de afrancesar el equipo y porque Koke o Saúl habitan en la recámara de sus objetivos futuribles. Cualquier instigación al deseo se frota con los insignes petrodólares. Y cualquiera puede sucumbir.

Así las cosas, con las partes enfrentadas, con Motta en el medio de la pelea, el conjunto rojiblanco mide los esfuerzos. Todos aguardan a que el jeque baje un escalón y aprecie el deseo de un jugador veterano. Sólo él tiene la llave para desatascar la operación. En todo caso, el encendimiento de Nasser contra el oso y el madroño preocupa en las instalaciones nobles del Calderón. Consideran que pueden ganar esta batalla, si bien más miedo les da perder una futura guerra en ulteriores episodios. Que te coja ojeriza un acaudalado de este porte sólo invita al peligro. Y eso en el Atleti lo saben. Tanto que están dispuestos a sacrificar a Motta.

Una tarde de este verano se apeó en la estación de tren de Atocha en Madrid, próxima al estadio Vicente Calderón. Su nombre no había sonado como futurible para ningún conjunto nacional. Sin embargo, rápidamente se asoció el fichaje con el Atlético de Madrid. ¿Por redimirse de la confusa anterior etapa en el club? ¿Por el perfil de su juego? ¿Por unas características tan cercanas al ideario del entrenador? En definitiva, Thiago Mottailusionó al parroquiano rojiblanco cuando los medios de comunicación desvelaron de inmediato su aproximación. Es el que faltaba, la boya de equilibrio, el mejor oficial para la consolidación definitiva de Koke en su puesto natural, el eje indisoluble del centro del campo. El italo-brasileño y su asesor deportivo ponían con el intenso calor de junio pie en Madrid para demostrar a la propiedad rojiblanca que no iban de farol. Aquel curso vivido, nada transitivo entre entidad y futbolista, pesaba en el recuerdo. Pero esta vez, Motta quiso demostrar que va en serio. Y Simeone, tan contento.

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