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Carlos Sainz: cambiando la montaña de sitio
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Javier Rubio

Dentro del Paddock

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Carlos Sainz: cambiando la montaña de sitio

Un grupo de periodistas compartíamos mesa con Carlos Sainz días antes de su marcha a Argentina, a finales del pasado mes de diciembre. En un momento

Un grupo de periodistas compartíamos mesa con Carlos Sainz días antes de su marcha a Argentina, a finales del pasado mes de diciembre. En un momento dado, la conversación  entró por los derroteros del Mundial de Rallys y de la mentalidad necesaria para triunfar.

"En aquella época, cuando empezaba, cuando debuté en Finlandia, por ejemplo, me decía: ¿cuál es el piloto al que debo ganar?, ¿Kankkunen?, ¿en qué tramo debo ganarle?, ¿en el que pasaba por delante de la puerta de su casa…? Pues a por él me iba en aquel tramo si hacía falta…”.

¿Se imaginan a un joven debutante en Primera División que, en su primer partido, quiere  hacer un 'caño' a Sergio Ramos o a Carles Puyol para meter un gol a toda costa? Pues lo mismo. Entonces, Sainz  remató la conversación con vehemencia y entusiasmo: "¡Es que en aquella época, si tenía que mover una montaña, es que la cambiaba de sitio si hacia falta…!".

Toda la carrera de Sainz lleva el sello de semejante declaración de principios. Se entiende así su espléndida trayectoria deportiva. Se comprende que ganara en el primer tramo de su debut mundialista en el Rally de Portugal, en 1987. Que ridiculizara a los pilotos de Lancia en aquel famoso San Remo de 1988, con un Ford Sierra privado, que le valió el contrato de Toyota. Que fuera el primer piloto no escandinavo en ganar en el Mil Lagos finlandés, o el primero capaz de triunfar en cualquier rallie de asfalto o tierra del Mundial. Entre 1990 y 2003 terminó once veces entre los tres primeros clasificados, lo que hace de Sainz el piloto más consistente de toda la historia de los rallies, a pesar de luchar con los Kankkunen, Biasion, McRae, Burns, Makkinen, Gronholm y compañía.

Si lo dicen los alemanes…

Sainz llegó al Mundial como un auténtico huracán. Con un talento inmenso, con una pasmosa seguridad en sí mismo, con una brutal ambición, y con una ética de trabajo que exprimía cada equipo en el que se integraba. "Carlos Sainz está increíblemente orientado hacia los objetivos, y trabaja de una forma increíblemente estructurada", declaraba tras la victoria Kris Nissen, director de Volkswagen Motorsport. "Todo el mundo en el equipo le respeta por su naturaleza y resultados, aunque no es fácil para los mecánicos y los ingenieros ser permanentemente empujados hasta el límite de su rendimiento". Que tales palabras vengan de un equipo alemán… Otro tanto ha ocurrido en todas las marcas con las que ha competido.
 
Alguien que por origen social tenía el futuro resuelto, se embarcó en una extenuante aventura de viajes, sesiones de entrenamientos, rallys y riesgo. Porque en Sainz arde la incombustible llama del ganador nato.  Por ello, buscaba a toda costa la victoria en el Dakar antes de retirarse. Con casi cuarenta y ocho años lo ha logrado, venciendo una prueba que exige grandes sacrificios durante toda la temporada. Y, de paso, rompe esa imagen con la que tanta gente en España simplifica su extraordinaria trayectoria.

Porque, ciertamente, la fortuna castigó a Sainz con increíble saña en 1998, ("¡Carlos, por Dios, trata de arrancarlo…!"). Sin embargo, para quienes conocen bien su vida y carrera, aquel dramático episodio fue un mensaje recordatorio de que la moneda de la vida tiene su cara y su cruz para todos, al igual que en los fastos del triunfo los generales romanos llevaban tras de sí al esclavo que le susurraba al oído: "recuerda que eres humano".

"Soy un hombre afortunado"

Sainz perdió el Dakar el pasado año a tres días del final. Quienes veían en ello una confirmación de su mala estrella ignoran el peaje a pagar por cualquier aspirante a la victoria en esta carrera. Que le pregunten a  Coma, Roma, Despres o el mismísimo Peterhansel, quienes también perdieron victorias en los últimos días de la prueba. Porque El Dakar, tarde o temprano, ha hecho pagar facturas a quienes han querido domarlo.

No es de extrañar que tras cruzar la línea de meta, recién bajado de su Touareg, Sainz lanzara ante las cámaras dos nítidos mensajes: "Me lo merecía" y "soy un hombre muy afortunado". Más emotivo de lo que mucha gente cree, tremendamente sensible al cariño de los aficionados, pero siempre presto a contener sus emociones públicamente, pocas veces se ha visto a un Carlos Sainz tan pletórico y vibrante como en el podio de Buenos Aires.

Por cierto, ¿recuerdan el tramo finlandés de la cita que abría este artículo? Cuando terminó la competición en el mismo, Juha Kankkunen, se acercó a Sainz bromeando: "Oye Carlos, ¿tú no estarás viendo a mi novia, no? A ver si voy a tener que ponerme celoso…". Porque, en su primera participación, el joven Sainz le había ganado en la misma carretera que Kankkunen utilizaba todos los días para ir a ver a su chica.

En el Dakar, como en sus comienzos, como durante toda su carrera deportiva, el piloto español ha  cambiado una vez más la montaña de sitio. A pesar de ello, curiosamente, Carlos Sainz aún no ha recibido el premio Príncipe de Asturias. Esta es un montaña, sin embargo, que resulta muy fácil mover.

Un grupo de periodistas compartíamos mesa con Carlos Sainz días antes de su marcha a Argentina, a finales del pasado mes de diciembre. En un momento dado, la conversación  entró por los derroteros del Mundial de Rallys y de la mentalidad necesaria para triunfar.