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Schumacher: la vida, un paréntesis entre dos carreras
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Javier Rubio

Dentro del Paddock

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Schumacher: la vida, un paréntesis entre dos carreras

“Pilotar un coche como este (su nuevo Mercedes)… era de nuevo esa antigua sensación que conozco tan bien”. Michael Schumacher reconocía esta semana que sigue totalmente

“Pilotar un coche como este (su nuevo Mercedes)… era de nuevo esa antigua sensación que conozco tan bien”. Michael Schumacher reconocía esta semana que sigue totalmente enganchado al simple hecho de conducir una sofisticada máquina de Fórmula 1. “Nada se acerca a ello, amo esa sensación, siempre lo hice…”.

Determinadas actividades, unas más sanas que otras, unas más peligrosas que otras, son susceptibles de trasladarnos  de la rutina a otra dimensión vital. La velocidad es una de ellas. Combinada con la increíble complejidad tecnológica de un fórmula 1, pilotar  un monoplaza al límite puede convertirse en una experiencia verdaderamente adictiva.

Durante los entrenamientos de Cheste, en un momento dado, le señalábamos a Pedro Martínez de la Rosa las constantes y calurosas muestras de afecto de los aficionados: “Tenía que ir al otro lado de la pista, pasé delante de la tribuna, que no sabía que estaba tan llena de gente, y no veas…”, “Pedro, es que mereces disfrutar  tu protagonismo, después de tantos años como probador”, le justificábamos.  “Tú sabes que yo hago esto porque  de verdad me gusta, y no por eso…” respondió humildemente.

Contra el peaje, a toda pastilla

“La vida es un paréntesis entre dos carreras”, declaró una vez un famoso piloto. Manejar un  fórmula 1 ofrece grandes desafíos y fuertes emociones.  La mayoría de los pilotos, dinero al margen, reconocerán que asumen  resignadamente toda la parafernalia política y la fanfarria mediática y promocional con tal de acceder a un sofisticado “pepino” de dos millones de euros.

¿Qué tiene un fórmula 1 para  crear adicción?. En una ocasión le pedimos a Marc Gené que intentara  explicar  la brutal  frenada de un monoplaza: “Mira, tú vas circulando por una autopista a tope, ¿vale?”, explicaba, “cuando faltan quinientos metros para llegar al puesto de peaje, sigues acelerando a tope, cuando llegas a los doscientos, sigues acelerando a tope…, y cuando crees que te vas a estampar contra la barrera, le pegas un pisotón brutal al freno y te quedas parado con el ticket en la mano del operario que te va a cobrar”. También contaba que las gotas de sudor se estampaban contra la visera al frenar. Es solo un ejemplo de la singularidad de un fórmula 1.

En otra dimensión

Por ello, los pilotos buscan enfrentarse a Spa o la curva 130R en Suzuka, y algunos consideran Mónaco como el mejor escenario para coquetear con el último límite. En su búsqueda, el piloto puede entrar en otra dimensión. “El mundo se reducía a lo que veía a través de la apertura de mi casco” explicó tras una de sus victorias el australiano Alain Jones, campeón del mundo de 1980, “porque llegó un momento en que no sentía que cambiaba, ni que aceleraba, ni que giraba el volante... Solamente me dí cuenta de dónde estaba cuando cayó la bandera a cuadros”.

Alan Jones  hablaba de esa experiencia óptima, “ de flujo” acuñada del psicólogo Mihaly Csikszentmihalyi y a la que ya nos referimos en un artículo anterior. Según este, se busca repetir una experiencia gratificante sin necesidad de recompensas, independientemente de su peligrosidad y  dificultad. Es el caso de Schumacher, quien hace un año por estas fechas seguía buscando sucedáneos a su necesidad de pilotar y acabó estampado con su moto en Cartagena.  Hoy  resulta increíble escucharle: “estoy totalmente convencido de que tenemos un coche para luchar por el título este año”. Quién lo iba a decir, un año después, con cuarenta y un “tacos” y todos los récords a sus espaldas…

“Lo importante en la vida es divertirse”

En la historia de la Fórmula 1 no existe un caso como el de Schumacher. Lo tenía todo la vida, pero no  el reto de bajarse la visera y salir a la pista para domar la “bestia salvaje”, en palabras del propio Martínez de la Rosa. “Creo que mi principal habilidad es la capacidad que tengo para reconocer el límite de un coche, y llevarle constantemente allí ”, reconocía el propio Schumacher hace tiempo. Es difícil ser un virtuoso en algo, y resignarse a no practicarlo.

Para ilustrar el alcance de su  pasión, cabe compararle con Mika Hakkinen, por ejemplo, su gran rival a finales de los noventa. El finlandés ganó los títulos de 1998 y 1999, pero se retiró vaciado física y mentalmente por el desgaste psicológico de su lucha contra el alemán. Schumacher, por el contrario, continuó sin inmutarse hasta 2006, tras  haber debutado en 1991. “Alguna vez he pensado que nací sobre cuatro ruedas, en vez de sobre dos piernas”, llegó a reconocer en una ocasión. ¿Qué piloto ha sido capaz de ganar un título, como el propio Schumacher en 2001, y días después apuntarse al Mundial de karting frente a una pandilla de adolescentes?.

Conviene reconocer los méritos de algunos deportistas  por algo más que sus resultados. En el caso de Schumacher cabe descubrirse ante su inextinguible vocación por el pilotaje puro y duro. "Su pasión es pilotar. Vuelve a su pasión”, declaró su compañero Nico Rosberg en referencia a su retorno. ¿A quién le importa el resto?. Hace lo que quiere, y lo más importante en la vida es divertirse”. Qué razón tiene, y qué envidia ¿No creen?

“Pilotar un coche como este (su nuevo Mercedes)… era de nuevo esa antigua sensación que conozco tan bien”. Michael Schumacher reconocía esta semana que sigue totalmente enganchado al simple hecho de conducir una sofisticada máquina de Fórmula 1. “Nada se acerca a ello, amo esa sensación, siempre lo hice…”.

Fórmula 1 Pedro Martínez de la Rosa