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Nigel Mansell, el piloto que los tenía "así de grandes"
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Javier Rubio

Dentro del Paddock

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Nigel Mansell, el piloto que los tenía "así de grandes"

Gran Premio de Hungría, 1992. En el podio, Ayrton Senna abrazaba por el cuello a Nigel Mansell, quien con su segundo puesto se acababa de proclamar,

Gran Premio de Hungría, 1992. En el podio, Ayrton Senna abrazaba por el cuello a Nigel Mansell, quien con su segundo puesto se acababa de proclamar, por fin, campeón del mundo. Tras varios intentos frustrados, el británico había logrado finalmente el gran objetivo de su vida, también compartido por su mujer, Rossane, quien desde su juventud habría sacrificado todo lo necesario para apoyar a su marido.

 

Precisamente el último podio de Hungría tenía en lo más alto un piloto forjado en el mismo molde que Mansell. Mark Webber, también de origen modesto, creció en el automovilismo sin recursos, con grandes sacrificios personales, sin managers ni grandes mecenas empresariales. Y como al australiano, a Nigel Mansell le llegó el éxito tras años de formar parte de la clase media de la Fórmula 1. De hecho, necesitó setenta y dos grandes premios para lograr su primera victoria, casi con la misma edad que Webber.

Determinación a prueba de accidentes

La historia deportiva de Mansell en la Fórmula 1 fue una continuación de su trayectoria automovilística previa. Especialmente duros fueron sus años en la Fórmula Ford y la Fórmula 3, donde conseguía éxitos también a costa de vender todas sus pertenencias y abandonar su trabajo para poder seguir corriendo. Además, su brutal determinación de entonces fue el preludio de una identidad que sería leyenda en la Fórmula 1. En 1977 sufrió un grave accidente que a punto estuvo de dejarle en silla de ruedas. En contra de la opinión de los doctores, se marchó del hospital. En la Fórmula 3, Nigel y Rossane llegaron incluso a vender su casa para seguir compitiendo. También entonces se rompió las vértebras en otro accidente.

Pero su determinación no pasó desapercibida para Colin Chapman, el alma de Lotus. Tras una prueba, Mansell se ganó el puesto de tercer piloto, y luego el volante oficial tras la marcha de Andretti. Desde 1981 a 1984 pasó cuatro años difíciles con material de segunda fila. Por el camino, el británico seguía dejando testimonios de su determinación, como en el Gran Premio de Dallas de 1984, cuando cayó colapsado mientras empujaba su monoplaza, con la transmisión rota, para cruzar la línea de meta y conseguir así un punto por el sexto puesto.

Una frustración tras otra

En 1985 fue fichado por Williams y llegó su explosión deportiva, en la que tampoco faltaron los innumerables obstáculos que se levantaban en la vida de los Mansell. Tras un duro duelo con Piquet y Prost, cuando acariciaba el título en el Gran Premio de Australia de 1986, a doce vueltas del final del campeonato un reventón evaporó dramáticamente sus ilusiones. La imagen de un Mansell cojeando y abrazado a Rossane parecía ilustrar mejor que ninguna otra el destino de la pareja.

A ello apuntó Piquet el año siguiente, cuando en guerra psicológica con el británico insultó públicamente a su esposas aludiendo a su físico. Rosanne no era una mujer al uso de las amazonas de Nelson Piquet. No sería una belleza en un mundo de maniquíes, pero su presencia en los boxes, discreta y callada junto a su marido, siempre daba testimonio de una particular fuerza interior.

En 1987, y de nuevo en los momentos decisivos en su lucha con Piquet por el título, otro brutal accidente le dejó fuera de combate en Japón. Parecía que Mansell no tendría una tercera oportunidad, aunque seguía dejando una estela de momentos memorables de arrojo y determinación que le valieron el apodo de “Il Leone” por parte de los “tifosi” italianos durante sus años de Ferrari (89 y 90). Volvió a Williams, en 1992 llegó el famoso FW14 de Adrian Newey y, esta vez sí, con treinta y nueve años, Nigel Mansell logró finalmente el título.

Para los tifosi, “Il Leone”

Este año, y con cincuenta y seis, Mansell decidió crear su propio equipo para competir en las 24 Horas de Le Mans de 2010, y ayudar así a encauzar la carrera deportiva de sus hijos, Greg y Leo, quienes decidieron convertirse en pilotos a una edad tardía. “Il Leone” sufrió un espectacular accidente en los primeros compases de la prueba por una avería mecánica. Una vez más en su trayectoria deportiva, y quizás por última vez, también salió en camilla del circuito, afortunadamente sin consecuencias.

Ricardo Patrese fue compañero de Mansell en Williams, en 1991 y 1992. Tras una sesión de entrenamientos en el Gran Premio de Gran Bretaña, al llegar a boxes, señaló a Mansell a sus mecánicos, refiriéndose a cómo pasaba el británico por la rapidísima zona de Becketts. Luego hizo un gesto mientras se señalaba a sus partes, como diciendo “así de grandes los tiene”. La mejor definición de Nigel Mansell. Mark Webber tiene un buen espejo en el que mirarse.

PD: Nigel y Rossane se conocieron a los diecisiete años, se casaron a los veintiuno. Ella estuvo con él en todos y cada uno de los momentos claves de su vida deportiva, desde las pistas de kart de su juventud hasta el título de 1992. Durante aquellos años de lucha, siempre me preguntaba cómo sería aquel momento en el que Mansell y su esposa se encontrarían cara a cara si conseguía alguna vez el título tras tantos años de frustraciones y sacrificios comunes.

Al terminar aquel Gran Premio de Hungría, la sala de prensa estaba atestada de periodistas, apelotonados delante de la mesa de los pilotos, a la espera del nuevo campeón. Mansell se retrasaba con las celebraciones del podio. Aburrido, me senté al fondo de la sala, sentado junto a la enorme cristalera exterior, y pegada al pasadizo que daba acceso a la sala de prensa, y por el que llegaba corriendo un agobiado Mansell. De repente, sonó un grito por detrás. “¡Nigel!” Era Rosanne, quien le seguía también a la carrera, porque no había tenido ocasión de ver todavía a su marido como campeón. Entonces, se fundieron en un enorme abrazo, aún lejos de la vista de los periodistas. Mansell tenía lágrimas en los ojos, su cara cercana a la mía, separada por un muro de cristal. Si me preguntaba por ese primer momento entre ambos, allí mismo lo estaba viviendo. A tan solo un metro.

Gran Premio de Hungría, 1992. En el podio, Ayrton Senna abrazaba por el cuello a Nigel Mansell, quien con su segundo puesto se acababa de proclamar, por fin, campeón del mundo. Tras varios intentos frustrados, el británico había logrado finalmente el gran objetivo de su vida, también compartido por su mujer, Rossane, quien desde su juventud habría sacrificado todo lo necesario para apoyar a su marido.

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