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El imbatible Ayrton Senna en Mónaco, una experiencia de otra dimensión
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Javier Rubio

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El imbatible Ayrton Senna en Mónaco, una experiencia de otra dimensión

“Esta pista saca al exterior al verdadero piloto, y los mejores se elevan hasta lo más alto”. La apreciación de Lewis Hamilton no es un simple

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El imbatible Ayrton Senna en Mónaco, una experiencia de otra dimensión

“Esta pista saca al exterior al verdadero piloto, y los mejores se elevan hasta lo más alto”. La apreciación de Lewis Hamilton no es un simple tópico. Los grandes de la historia se enfrentan en el Gran Premio de Mónaco no solo a sus rivales, sino también a una pista a la que se erige en el yunque de su propio talento.

Como muestra, un botón: de las cincuenta y ocho carreras celebradas en Mónaco, cuatro pilotos (con  diecisies títulos mundiales) se reparten veinte victorias: Alain Prost  logró cuatro triunfos (cuatro campeonatos) Graham Hill (bicampeón) y Michael Schumacher (siete títulos) lograron cinco victorias cada uno. Sin embargo, de entre los grandes destaca Ayrton Senna (seis victorias, tres títulos) quien convirtió la pista de Mónaco en escenario de experiencias que trascendían lo deportivo para entrar a una profunda dimensión psicológica. Y, por peregrino que resulte para algunos, incluso hasta espiritual.

“Una de las grandes y únicas cualidades de Senna era su determinación, quería ser el mejor y nada se iba a interponer en su camino”, recordaba Ron Dennis sobre él. La arquitectura mental y psicológica del brasileño perseguía una implacable superación de sus propios límites físicos y mentales. Una vez identificados, no cejaba hasta pasar a un nivel superior, en una carrera interminable de crecimiento personal difícilmente comprensible para el mundo exterior. Porque Senna también alimentaba y fortalecía su pilotaje con la energía que le inspiraba su profunda vida espiritual. La pista monegasca era su escenario preferido para todo ello.

“Eres vulnerable…”

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En 1988 Senna dejó vislumbrar los terrenos mentales en los que se desenvolvía. “Llegué a un punto en el que era dos segundos más rápido que mi compañero de equipo (Alain Prost), que utilizaba el mismo monoplaza, motor y neumáticos”, recordaba el brasileño tras aquella famosa sesión de entrenamientos en la que, literalmente, entró en trance, hasta el punto de que su subconsciente tomó el control sobre su mente consciente en una delirante secuencia de vueltas, a cada cual más veloz que la anterior.

“De repente, me di cuenta que estaba rodando demasiado rápido, no había el menor margen en absoluto. Cuando tuve esa sensación, levanté inmediatamente el pie. Me sentí en un nivel diferente. El circuito dejó de ser un circuito, sino un túnel de Armco (las barreras de protección) Y me dije: no vuelvas a salir, eres vulnerable…”. Nunca se había escuchado a un piloto de Fórmula 1 dar forma en palabras a experiencias semejantes.

Al día siguiente, Senna repetía su espectacular dominio en carrera. Pero el abandono por error propio con casi medio minuto de ventaja provocó incluso una crisis personal. “Aquello no fue sólo un error de pilotaje. Era el resultado de una lucha interna que me paralizaba y me convertía en invulnerable. Tenía un camino hacia Dios y otro hacia el diablo. El accidente sólo fue una señal de que Dios estaba allí esperándome para darme la mano”.

“Dios sabe lo que pasa en nuestro corazón”

Palabras incomprensibles para muchos, pero no tanto para quienes entendían que, para Senna, el pilotaje era un instrumento, un vehículo, una manifestación esencial para su evolución personal. Según sus propias palabras, a partir de entonces se convirtió en alguien “más humano y equilibrado por haber prestado más atención a sus aspectos espirituales y psicológicos”. Desde aquel día y hasta su muerte en 1994, nunca más fue derrotado en Mónaco.

En 1991 alcanzó quizás su momento más sublime en este circuito. “En los entrenamientos del sábado me di cuenta de que el coche estaba desequilibrado, sin posibilidad real de victoria. El McLaren de Berger tenía los mismos problemas”, explicaba el propio Senna a la periodista Mónica Bérgamo en la edición brasileña de la revista Play Boy. “Ganar en Montecarlo era muy importante y se lo expliqué a Dios. Él sabe todo lo que pasa por nuestro corazón. Pero es necesario entregarse a través de la oración. Y eso fue lo que hice”.

“Una aureola que me proporcionaba fuerza y protección”

“Cuando llegó el domingo, en el warm-up ya tuve una sensación y una visión. Conseguí verme fuera del coche. Alrededor de la máquina y de mi cuerpo había una línea blanca, una especie de aureola que me proporcionaba fuerza y protección. Entré en otra dimensión. Tuve una paz increíble, y la certeza de que estaba equilibrado, en cuerpo y alma. Generalmente, antes de salir me concentro, muy serio. Esta vez incluso sonreía, salí del box con el mismo coche que un día antes había presentado problemas, y los defectos ¡habían desaparecido!. Estaban allí, pero no los sentía. Después de la carrera, Berger vino a hablar conmigo, y me dijo que su coche seguía desequilibrado. Solo sonreía, pero no entré en detalles”. Lógicamente, ganó aquella carrera.

Ayrton Senna logró seis victorias en sus diez participaciones en el Gran Premio de Mónaco. Nadie ha alcanzado tales estadísticas. ¿Cómo podía alguien batir en Mónaco a un ser humano con semejante magia?

“Esta pista saca al exterior al verdadero piloto, y los mejores se elevan hasta lo más alto”. La apreciación de Lewis Hamilton no es un simple tópico. Los grandes de la historia se enfrentan en el Gran Premio de Mónaco no solo a sus rivales, sino también a una pista a la que se erige en el yunque de su propio talento.