Dentro del Paddock
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Cuando me colé por una valla en el Jarama para vivir la mejor carrera de Fórmula 1
En las 1.000 carreras de F1 que se cumplen este fin de semana, cada aficionado contará con un momento. El autor de estas líneas vivió de cerca la increíble victoria de Gilles Villeneuve en el Jarama
Este fin de semana tendrá lugar la carrera número 1.000 de Fórmula 1. Todo un hito en un deporte imparable desde los cincuenta, hoy tan global como un Mundial de fútbol o unos Juegos Olímpicos. Estos días, bullen los medios recordando su larga historia, pero no habrá aficionado sin su propio e indisoluble recuerdo emocional ligado a este deporte tan singular. Así que permítanme por un día personalizar esta columna para elegir uno especialmente querido, en la confianza compartida de que cada uno podrá identificarse con el suyo propio.
Jarama, 1981. La victoria de Gilles Villeneuve. Tu ídolo, triunfador de una carrera épica. En tu circuito, el de tu casa. Y colándote por debajo de las vallas para estar pegado al oficial que daba aquel mítico banderazo final. Con tu hermano al lado, compañero incansable de fatigas.
Alimentar el síndrome
Antes, algunos antecedentes. 1976: dos chicos delante del televisor ante aquel legendario Gran Premio de Japón de 1976. Aquellos chavales que solo vivían para el fútbol quedaron magnéticamente atrapados por aquel espectáculo de máquinas casi espaciales, atronadoras, pilotadas por guerreros del siglo XX que, literalmente, se jugaban la vida.
¿Cómo alimentar luego aquella incipiente pasión cuando al desvanecerse las imágenes televisivas todo era un agujero negro en los medios de comunicación españoles? Durante los meses siguientes buscaban ansiosamente en los quioscos cualquier revista con fotografías de aquellas máquinas para alimentar esa obsesión recién adquirida. Sin fortuna. Pero en España se producía una anomalía para un país tan aislado en aquellos tiempos: en junio tenía lugar el Gran Premio. ¿Cómo era posible? La cita era ineludible. Se contaban los días, uno por uno, hasta que llegara la hora de la verdad.
El impacto del sonido y el olor
Ni quince años tenía el mayor, ni los dos dinero para las entradas, ni forma de llegar al circuito del Jarama. Sablearían a sus padres, seguro, y en autoestop alcanzaron aquel desierto de entonces. Aún cuesta entender cómo, aún casi niños, los padres les permitían aquellas aventuras. Pero llegó el momento ansiado de disfrutar finalmente de aquellos coches soñados en las fotografías. El sonido desde la distancia anonadaba. Al llegar al puente de acceso al Jarama, por arriba aparecieron los dos primeros Fórmula 1 que veías en tu vida: el Lotus de Mario Andretti y el Ligier de Jacques Laffite. Un motor Ford y el increíble Matra de 12 cilindros. El sonido, el olor, el impacto sensorial que no olvidarías ya en tu vida.
Los dos hermanos vivieron cinco días en una tienda de campaña junto a la curva de la Hípica, casi sin agua, sin una ducha, la comida justa. Sobrevivieron a las juergas nocturnas de los militares americanos acampados alrededor y que no dejaban pegar ojo. Y aguantaron aquellos calores achicharrantes que te derretían en la Pelouse B, animando a aquel extraterrestre español que se llamaba Emilio de Villota. Varios días después todavía pitaban los oídos. Daba igual. Como diría la canción, amigos para siempre con la Fórmula 1, y contando ya los días para el año siguiente.
La camisa del mecánico
Año a año, los dos hermanos eran fieles a la cita de cada gran premio. Ya auténticos linces de la disciplina. Conocían de qué gran premio era cada coche solo por sus adhesivos. Autoestop, tienda de campaña, la cámara de fotos que pedías prestada a tus padres... Felinos para colarse en boxes y estar cerca de los coches y los pilotos. Nada que ver con ese recinto hermético en que se convirtió un paddock. Fetichistas de cualquier adhesivo o recuerdo… El mayor —que les escribe estas líneas— vio en el box de Williams la camisa colgada de un mecánico, repleta de patrocinadores. Se la llevó a casa como botin. Se la ponía para ir al colegio. Imaginen el cante.
Y, por supuesto, tener a tus ídolos tan cerca. Gilles Villeneuve era el número uno. Malabarista del volante, control inverosímil del monoplaza, osadía sin límites, carisma a raudales, buena persona, hijo adoptivo para el mismísimo Enzo Ferrari… En estos tiempos un piloto así sería imposible. Fue gran protagonista de aquel Gran Premio de España de 1981. Los dos hermanos tampoco faltaron a la cita. Pero esta, especial como pocas en la historia de la Fórmula 1.
Aquel agujero en la valla
Aunque adolescentes, los hermanos ya eran perros viejos del Jarama. No pregunten cómo, pero habían localizado un agujero en la valla de la recta principal. Tenían su entrada barata de ‘pelouse’, pero aquella ya se les quedaba pequeña. Aquel agujero les abría la recta principal para vivir aquel gran premio mítico como desde el palco de la Ópera de Viena en el Concierto de Año Nuevo.
Gilles Villeneuve pilotaba aquella temporada el 126CK, un ‘hierro’ en todos los sentidos, engendro de patética carga aerodinámica y comportamiento de potro salvaje que solo el genio increíble de Villeneuve podía manejar. Que ganara en Mónaco la carrera anterior a la del Jarama con aquel botijo solo podía explicarse porque… era Villeneuve. En aquellos días, los Brabham y los Williams eran corceles árabes al lado del Ferrari. Pero su motor con el turbocompresor KKK era el más potente de la parrilla. Aquello no iba a desaprovecharlo tu ídolo canadiense en otro día de calor espantoso.
"¡¡¡Gilles, sei grande!!!"
Villeneuve era séptimo de parrilla. Por delante, un Ligier (Laffite), Williams (Jones y Reuteman), un McLaren (Watson), un Renault (Prost) y un Alfa Romeo (Giacomelli). Al final de la primera vuelta, ya era segundo en una pista donde resultaba casi imposible adelantar. Alain Jones se marchó en cabeza hasta que se salió solo en la vuelta 14. Allí estaba tu ídolo para recoger el testigo. Pero con cuatro coches pegados, literalmente, a su caja de cambios: Laffite, Watson, Reuteman y De Angelis.
Vuelta tras vuelta, los perseguidores se tiraban a deguello a por el canadiense en las eses de Le Mans o donde fuere. Villeneuve sacaba los codos de su talento para cubrir todos los huecos, para luego estirarles el cuello en las rectas con la potencia de su turbo. Ni un fallo. Así, hasta completar 80 vueltas. Fue algo apoteósico, pocas veces visto antes ni después: 1.24 segundos separaron en la meta a los cinco coches al caer la bandera a cuadros. Gracias a aquel agujero en la valla de la recta los hermanos Rubio estaban pegados al oficial que dio aquel banderazo histórico.
Llegó el momento del podio. Allí se pegaron los dos junto a la escalera de acceso. Villeneuve pasó justo por tu lado. Le podías tocar. En aquel instante se hizo un silencio repentino e inexplicable . Que aprovechó un aficionado italiano para lanzar un grito que nunca olvidarás: "¡¡¡Gilles, sei grande!!!". Villeneuve se volvió, y sonrió. Aquella fue la última carrera de la Fórmula 1 en el Jarama. Al igual que la última victoria del canadiense. Mejor no recordar aquella noche de sábado cuando te enteraste de su muerte en Zolder.
Hace pocas fechas, un amigo personal solicitó un encargo especial a Michel Turner, el gran pintor de la Fórmula 1: el McLaren M23 de Emilio de Villota en el Jarama, saliendo de la Hípica. Pero también añadió algo más: que en ese cuadro dibujara a aquellos hermanos Rubio al borde de la pista. Allí están. Quién iba a decirlo, uno de ellos se convertiría con los años periodista de la Fórmula 1.
Y, para ti... ¿cuál es tu recuerdo más especial de estas 1.000 carreras de F1?
Este fin de semana tendrá lugar la carrera número 1.000 de Fórmula 1. Todo un hito en un deporte imparable desde los cincuenta, hoy tan global como un Mundial de fútbol o unos Juegos Olímpicos. Estos días, bullen los medios recordando su larga historia, pero no habrá aficionado sin su propio e indisoluble recuerdo emocional ligado a este deporte tan singular. Así que permítanme por un día personalizar esta columna para elegir uno especialmente querido, en la confianza compartida de que cada uno podrá identificarse con el suyo propio.