Me voy de Eurocopas
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Cómo ganar en calidad de vida mudándome a la isla que acoge a la Selección
En La Rochelle me han tratado de maravilla, no tengo ninguna queja por haber estado allí dos semanas. Pero lo que he encontrado en Saint-Martin-de-Ré me a hacer disfrutar de la experiencia
He abandonado La Rochelle. La he dejado plantada como si esto fuera un matrimonio nonato en el altar. Y lo hago con todo el dolor de mi corazón, porque La Rochelle y los ‘rochelais’ me han tratado de maravilla. Allí, en el hotel del viaje oficial de periodistas, donde caí por pura casualidad (y por un gran trabajo de Aurora, de ‘Mundoterra’), he sido feliz. Aparecía allí sin conocer la zona, sin saber ni siquiera en qué región estaba, o número, que a los franceses le van las cifras en eso, y entré en una habitación en la que abría la ventana y tenía a un coche a un metro de mi nariz. Pero me cambiaron a la de enfrente y veía un jardín. Ahí estuve como un rey.
Si estaba tan bien, ¿por qué cambié? Por ganar calidad de vida. Cuando acumulamos días de trabajo incesante, cada momento en el que no estamos delante del ordenador es lo más valioso del mundo. Se deben utilizar adecuadamente para desconectar de la labor diaria y para despejar la mente a la que ya no le sobran ni ideas ni fuerzas. En La Rochelle podía hacer cosas, claro, pero casi siempre requería del coche alquilado, cómodo en la conducción, incómodo para mi salud corporal. Entonces busqué una solución. Aproveché que tuve que dejar el hotel para ir a Burdeos y, al volver, ya tenía reservado otro en la misma isla. Y esto es otro mundo.
Aurora me seleccionó un hotel en uno de los extremos del puerto de Saint-Martin-de-Ré, una coqueta posada de unas pocas habitaciones. Las de la primera planta, como es la mía, tienen una terraza con una mesa y cuatro sillas donde poder escribir con el sol en la nuca, recibiendo vitalidad por todos los poros de mi cuerpo. Y si quiero desconectar, salgo del hotel y me encuentro con un puerto precioso en forma circular en cuyo centro se encuentra una islita diminuta a la que se accede por un puente donde siempre te encuentras a algún periodista español o turista parisino. Cada bajo es un restaurante, una pastelería, una heladería, una tienda de suvenires… Y todo de calidad. Yo, amante del pan, me enamoré de la panadería en la que desayuné.
Y lo mejor es lo que está alrededor de ese puerto. A menos de diez minutos caminando por un precioso camino rodeado de murallas centenarias se encuentra una pequeña playa donde poder tumbarme a leer, escuchar música o simplemente oír romper las olas. Por otro lado, otra playa aún más espectacular. Y por todos los rincones, vías y más vías ciclistas. 110 kilómetros de rutas ciclistas por esta isla de Ré. Y, por fortuna, nada está masificado. Como aquel que dice, me acabo de instalar y aún no he podido disfrutar de esos placeres de la vida que no son el fútbol y el trabajo. Pero descuiden, les iré informando sobre mis progresos.
Ir andando al centro de entrenamiento de la Selección es otra de las ventajas. Este jueves hacía un día espléndido, despejado pero sin el bochorno del miércoles y pasear por estos recovecos es un placer. Llegamos a nuestro segundo hogar para ver que Del Bosque sigue sin confirmarnos ni lo más mínimo del equipo que jugará el próximo partido, como ya hizo en las anteriores ocasiones. Al menos, nos quedamos algo más tranquilos al ver el ambiente del equipo. Hubo risas, bromas, buen rollo. La derrota hizo daño, pero parece que la herida empieza a sanarse.
He abandonado La Rochelle. La he dejado plantada como si esto fuera un matrimonio nonato en el altar. Y lo hago con todo el dolor de mi corazón, porque La Rochelle y los ‘rochelais’ me han tratado de maravilla. Allí, en el hotel del viaje oficial de periodistas, donde caí por pura casualidad (y por un gran trabajo de Aurora, de ‘Mundoterra’), he sido feliz. Aparecía allí sin conocer la zona, sin saber ni siquiera en qué región estaba, o número, que a los franceses le van las cifras en eso, y entré en una habitación en la que abría la ventana y tenía a un coche a un metro de mi nariz. Pero me cambiaron a la de enfrente y veía un jardín. Ahí estuve como un rey.