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Menchevique, nazi y ¿franquista? El misterio de la muerte de Alekhine, el genio del ajedrez
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Rubén Rodríguez

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Menchevique, nazi y ¿franquista? El misterio de la muerte de Alekhine, el genio del ajedrez

Uno de los grandes genios de la historia del ajedrez se perdió en extraños derroteros, llevado por la marea de los cambiantes tiempos políticos que le tocaron vivir

Foto: La famosa imagen de Alekhine una vez muerto. (CC)
La famosa imagen de Alekhine una vez muerto. (CC)

"Todo ajedrecista destacado y con talento está en la obligación de considerarse a sí mismo un artista". Esta es, posiblemente, una de las frases más conocidas de Alexander Alekhine, uno de los grandes jugadores de la historia del ajedrez. El ruso es uno de los principales representantes de juego de ataque, agresivo y milimétrico, con una mente prodigiosa para elaborar cálculos continuos y encontrar siempre el mejor camino hasta el rey rival. Pero, como todo genio, su carácter le granjeó una carrera llena de críticas, especialmente por las diferentes polémicas políticas en las que se vio sumergido... y que podrían haberle llevado a morir asesinado.

Nacido el 31 de octubre de 1892 en el seno de una familia adinerada de Moscú, Alekhine encontró en el ajedrez su gran diversión. Su padre era un miembro de la Duma Imperial de Rusia, mientras que su madre era la hija de un empresario dedicado al textil y gestionaba los negocios, por lo que fue su abuela quien se encargaba de la crianza de los tres niños de la familia, Alekséi, Aleksandr y Varvara, y quien les enseñó a jugar al ajedrez. Precisamente, sería Alekséi, como hermano mayor, el más avanzado en estos conocimientos, que puso en liza en un torneo de simultáneas en 1902, donde logró hacer tablas contra Harry Nelson Pillsbury.

Foto: Imagen: EC Diseño.
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Ese impresionante logro es el que provocó que Alexander decidiera seguir los pasos de su hermano y, casi de manera enfermiza, comenzó a jugar a ajedrez sin parar: ya hubiera un tablero o de manera mental, Alekhine comenzó a soñar con movimientos de manera constante, con el objetivo claro de convertirse en el mejor jugador del mundo. Su nivel de entrenamiento llegó a un punto tan eleveado que decidió presentarse, en 1914, al torneo de ajedrez de San Petersburgo que, a la postre, sería considerado como el más fuerte nunca antes celebrado. Alekhine acabaría tercero, solo por detrás de dos 'monstruos' como Lasker y Capablanca.

De hecho, tan increíble fue el desarrollo del torneo que el zar Nicolás II decidió otrogar la vitola de gran maestro a los cinco primeros clasificados. Ese fue el despegue de Alekhine, que decidió desde ese momento entregarse al ajedrez en cuerpo y alma. Pero Capablanca se le adelantó: el talentoso jugador cubano era un experto en el juego posicional y su tranquilidad sobre el tablero le conviertió en campeón del mundo en 1921. Su objetivo era conseguir esa corona que, por fin, logró en 1927... pero ocho años después se la arrebataría el neerlandés Max Euwe. En 1937, Alekhine volvería a recuperarla... y no la soltaría hasta su extraña muerte en 1946.

Alekhine había demostrado que era indomable en el tablero, con la ideas muy claras y con una forma de jugar alegre y despreocupada que le llevaba a dominar las partidas desde el comienzo, imponiendo su juego y su estilo ante cualquier rival que osara a plantarle cara. Pero esa seguridad que mostraba en el tablero poco o nada tenía que ver con su personalidad más allá del ajedrez: tuvo cuatro mujeres, siempre se sintió perseguido y se encargó de colaborar con todos aquellos regímenes que, por conveniencia, mejor le venían, sin ningún tipo de ideal ni conciencia solcial más allá de su propio ombligo. Y lo terminó pagando caro.

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FOTO: CC.

Su primer 'problema' llegó con la Primera Guerra Mundial. En el momento en el que estalló la contienda, Alekhine se encontraba en Alemania disputando un torneo y las autoridades decieron retener a todo extranjero en territorio patrio. Cuando investigaron al jugador, descubieron que en su cartera llevaba una foto de uniforme, por lo que creyeron que era un soldado ruso y eso, unido a sus extrañas anotaciones en un cuaderno, les hizo creer que era un espía que pasaba información cifrada. En realidad, era una foto de uniforme de universitario y sus combinaciones no eran más que jugadas de ajedrez. Solo era el comienzo de su calvario.

De vuelta a Rusia tras su paso por calabozos, la posición de su familia hizo que fuera calificado como menchevique, colaborador del Ejercito Blanco antirrevolucionario, lo que dio lugar a que fuera encarcelado y condenado a muerte. La fortuna -un carcelero que le reconoció- hizo que conmutaran su pena y le liberaran, con la condición de dejar Rusia. Aterrizó en París, donde comenzó una nueva vida... hasta la Segunda Guerra Mundial. Su entonces mujer era una potentada francesa, que contaba con un castillo en Normandía y, ante el miedo de que los nazis se lo quedaran, decidió colaborar con ellos, escribiendo artículos supremacistas.

Al acabar el conflicto bélico, muchos jugadores vetaron a Alekhine en los torneos por su apoyo al régimen nazi, por lo que se marchó a vivir a España para, meses después, emigrar a Portugal donde solo, sin posibilidad de volver a jugar al ajedrez y hastiado con su vida, decidió marcharse a vivir al Hotel do Parque, en Estoril. Pero, entonces, llegó su mayor alegría en muchos años: la Federación Británica de Ajedrez contactaba con él para disputar un nuevo título mundial frente a Mijaíl Botvinnik. Comenzó a entrenar duro, a preparse, a volver a centrarse en el ajedrez... y, cuando menos se esperaba, a los 52 años, apareció muerto en la habitación del hotel.

Las autoridades aseguraron que había muerto por asfixia tras atragantarse con un filete mientras cenaba, pero las dos fotos que hicieron del cadáver hacían sospechar que fuera así: primero, por su rictus, nada que ver con alguien que muere de esa manera; en segundo lugar, por tener el abrigo puesto en el sillón en el que murió. Años después, el médico que firmó la defunción afirmó que fue tiroteado en la puerta del hotel y escrupulosamente preparado en su habitación, algo que tampoco se pudo demostrar. ¿El motivo? Sería un agente encubierto del franquismo trabajando en la sombra: una vida de éxito y huídas con el ajedrez como telón de fondo.

"Todo ajedrecista destacado y con talento está en la obligación de considerarse a sí mismo un artista". Esta es, posiblemente, una de las frases más conocidas de Alexander Alekhine, uno de los grandes jugadores de la historia del ajedrez. El ruso es uno de los principales representantes de juego de ataque, agresivo y milimétrico, con una mente prodigiosa para elaborar cálculos continuos y encontrar siempre el mejor camino hasta el rey rival. Pero, como todo genio, su carácter le granjeó una carrera llena de críticas, especialmente por las diferentes polémicas políticas en las que se vio sumergido... y que podrían haberle llevado a morir asesinado.

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