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Quizás muchos no supieran que Antonio Puerta sentía debilidad por el Vicente Calderón
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José Manuel García

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Quizás muchos no supieran que Antonio Puerta sentía debilidad por el Vicente Calderón

Recuerdo que uno de los mejores partidos que hizo Antonio Puerta con la camiseta del Sevilla lo hizo en el estadio Vicente Calderón. El malogrado (y

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Quizás muchos no supieran que Antonio Puerta sentía debilidad por el Vicente Calderón

Recuerdo que uno de los mejores partidos que hizo Antonio Puerta con la camiseta del Sevilla lo hizo en el estadio Vicente Calderón. El malogrado (y añorado) 16 logró el zurdazo que significó la victoria sevillista. El campo del Atlético le gustaba a Antonio. Decía que todo le gustaba del recinto colchonero: “Sabe a fútbol todo, desde que entras por la puerta, hasta su cielo. Me gusta cómo animan los hinchas al equipo, de una manera muy parecida a la nuestra. Se vuelca con los suyos, casi todo se lo perdona”. Ésta fue una conversación que tuve con el chaval, mientras paseaba por Atenas, horas antes de que el Sevilla se enfrentara al Atrómitos griego, el primer partido de la triunfal temporada del segundo título de la UEFA.

Antonio me hacía esta confesión porque minutos antes yo le adelanté una primicia que mi amigo Javier Matallanas me había soplado y que alegró el cuerpo al joven futbolista: “Luis Aragonés está pensando en Puerta para la Selección”. Antonio creía que le estaba vacilando. La noticia se confirmó días después, y Antonio debutó con la Roja. Su carrera se disparaba como uno de esos cohetes tierra-aire. Tomaba cuerpo el proyecto de un futbolista de relumbrón. Se trataba del lateral zurdo de la Selección para muchos años, según pensamiento de Luis. Pero una mala estrella secuestró a esta buena persona y se la llevó muy lejos, dejando a un club, a una afición, hundidos en una tristeza que el tiempo jamás borrará.

Pero su muerte sirvió para unir a hermanos y acortar distancias entre corazones. El fútbol español abrazó al Sevilla y el dolorido club grabó a fuego la riada de solidaridad que poco a poco lo fue sacando de su melancolía. El Atlético también formó parte del equipo de Nervión por unos días.

Pero la rivalidad deportiva fue creciendo entre ambas orillas. A los blancos les fue mejor en los últimos tiempos; a los rojiblancos, regular. Pero los enfrentamientos entre ambas escuadras poseían los ingredientes necesarios para que un aficionado saliera del campo con el vello de punta. Había de todo: tensión, pasión, emoción, solidaridad, dureza, exceso de dureza, goles y fútbol, arrobas enteras de fútbol. Mil historias se vertían sobre uno de los clásicos de la Liga. Un Atlético de Madrid-Sevilla. Imposible no vivirlas.

Pero últimamente, el vaso comienzó a derramar rencores y veneno. Entre esa afición que admiraba Antonio Puerta se han colado dos docenas de energúmenos que buscan una madre y que, carentes de sentimientos, ignorantes de todo, se dedican a escarbar en las entrañas dolorosas de los sevillistas y de los aficionados al fútbol en general. Sé, me consta, que la mayoría de los aficionados del Atléti repudian a estos animales irracionales. Sé que en el palco del Vicente Calderón, abochornados, ahuecan la cabeza de puro sonrojo. Yo pienso en Antonio, que desde el Tercer Anillo sonreirá y aplaudirá la enorme ola de sensatos que todavía existe en el Planeta Fútbol. También sentirá una cierta picazón nostálgica por no encontrarse allí, sobre ese césped que tanto admiró, creando el fútbol de pellizco que tanto le gustaba.

Pero yo siento bochorno por esa pandilla de maleantes que emborrona la memoria de un muchacho y emborrona la inmaculada estela de un club que es orgullo de muchos. También siento sonrojo por la actuación de un árbitro como Undiano Mallenco, internacional, mundialista, sordo, mudo y manco en la tarde del domingo, que pasó de puntillas ante un hecho lamentable. Undiano no puso una coma del incidente. Para él no existió. El navarro ya no es aquel joven descarado y tremendamente honesto, que no se casaba con nadie a la hora de ver, juzgar y decir las cosas. Undiano no escuchó los alaridos hirientes de la turba. No honró la memoria de un futbolista.

Recuerdo que uno de los mejores partidos que hizo Antonio Puerta con la camiseta del Sevilla lo hizo en el estadio Vicente Calderón. El malogrado (y añorado) 16 logró el zurdazo que significó la victoria sevillista. El campo del Atlético le gustaba a Antonio. Decía que todo le gustaba del recinto colchonero: “Sabe a fútbol todo, desde que entras por la puerta, hasta su cielo. Me gusta cómo animan los hinchas al equipo, de una manera muy parecida a la nuestra. Se vuelca con los suyos, casi todo se lo perdona”. Ésta fue una conversación que tuve con el chaval, mientras paseaba por Atenas, horas antes de que el Sevilla se enfrentara al Atrómitos griego, el primer partido de la triunfal temporada del segundo título de la UEFA.