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Pep avisa que los apagones de Gerard Piqué los curará con terapia de banquillazo
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José Manuel García

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Pep avisa que los apagones de Gerard Piqué los curará con terapia de banquillazo

Gerard Piqué vio el partido de Leverkusen desde la grada y con cara de haber dormido debajo de un camión. Acostumbrado a sudar, el rostro del

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Pep avisa que los apagones de Gerard Piqué los curará con terapia de banquillazo

Gerard Piqué vio el partido de Leverkusen desde la grada y con cara de haber dormido debajo de un camión. Acostumbrado a sudar, el rostro del internacional era propio de una de las esfinges de Keops: frío y pétreo. De castigo. No clavó su nariz en la pared, pero sabía perfectamente que sus mejores momentos no aparecen y que su juego dista mucho de ser el de un zaguero demoledor para los delanteros, ahora parece un paquidermo, o eso pensaron los barcelonistas en Pamplona, donde el rubicundo jugó su peor partido desde que luce la camiseta azulgrana.

En el regreso a Barcelona, muchos aseguraron que Gerard parecía el bailarín más patoso del elenco de Shakira, su novia, con la que celebró (cumplen el mismo día) su 25 cumpleaños en una pista de karting, con la asistencia de los 25 mejores amigos de la pareja, entre los que se encontraban sus compañeros Andreu Fontás, Carles Puyol y Cesc Fabregas.

Enterado del asunto, Pep Guardiola torció el gesto. Determinados deportes, que entrañan riesgo de lesiones, no son bien vistos en el vestuario, y el karting no es, precisamente, un juego de parchís. La jarra se cayó al día siguiente. En un cúmulo de despistes e imprudencias, Piqué protagonizó una escena propia de una película de Mel Broocks: aparcó por unos segundos su coche delante del portal de su casa, en la céntrica calle Muntaner, justo encima del carril-bus; dejó abierta la puerta del vehículo por unos segundos, salió para recoger la maleta, y durante esos segundos pasó el bus municipal de la línea 58 y se llevó la puerta del lujoso coche como si fuera una mosca. Casi aplaudieron los sorprendidos testigos. El asunto se zanjó cuarenta minutos más tarde, con la firma de un parte amistoso, el aviso del jugador de que llegaría tarde a la cita en el Camp Nou y que marcharía, en taxi, directamente al aeropuerto internacional de El Prat, donde hacía tiempo le esperaba la expedición del Barcelona.

No le esperaban con lanzas los expedicionarios, sino con chanza y bromitas. Menos Pep Guardiola, que decidió concederle un merecido banquillazo, circunstancia que Piqué, futbolista competitivo y que no le gusta esperar ni en las pachangas, encajó con los morros caídos y la mirada lánguida. Al terminar el choque frente al Leverkusen, los periodistas le preguntaron a Pep Guardiola por el banquillazo y el técnico puso ungüento a la herida: "Sabe (Gerard Piqué) que le quiero mucho y que es intocable e importantísimo para nosotros".

El regreso a Barcelona tuvo fiesta por la victoria en algunos menos en el gesto circunstancial de Gerard. El padre del futbolista, Joan Piqué, conversó largo y tendido en el avión con Manel Estiarte, consejero y hombre de confianza de Pep, que le hizo ver al progenitor del internacional que no había ningún tipo de inquina y que no se había arrugado ningún papel en la relación técnico-futbolista, que todo seguía siendo igual que antes, aunque lo mejor para todos es que la luz vuelva al juego del futbolista y que los apagones no coincidan con las fiestas. El domingo verán. O no verán.

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Gerard Piqué vio el partido de Leverkusen desde la grada y con cara de haber dormido debajo de un camión. Acostumbrado a sudar, el rostro del internacional era propio de una de las esfinges de Keops: frío y pétreo. De castigo. No clavó su nariz en la pared, pero sabía perfectamente que sus mejores momentos no aparecen y que su juego dista mucho de ser el de un zaguero demoledor para los delanteros, ahora parece un paquidermo, o eso pensaron los barcelonistas en Pamplona, donde el rubicundo jugó su peor partido desde que luce la camiseta azulgrana.

Gerard Piqué