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Pep Guardiola renovará por el Barça pero antes hace sufrir a su 'amigo' Rosell
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José Manuel García

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Pep Guardiola renovará por el Barça pero antes hace sufrir a su 'amigo' Rosell

Veo el póker de ases del banquillo que el mundo periodístico se ha sacado de la chistera para sustituir a Pep Guardiola como entrenador del Barcelona

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Pep Guardiola renovará por el Barça pero antes hace sufrir a su 'amigo' Rosell

Veo el póker de ases del banquillo que el mundo periodístico se ha sacado de la chistera para sustituir a Pep Guardiola como entrenador del Barcelona y me tengo que sentar, porque se me aflojan los muelles de pura risa. La culpa de este show impresentable y ya tradicional por estas fechas la tienen  el propio Pep y, por supuesto, el Barcelona. Mejor dicho, su presidente, el afamado Sandro Rosell.

La verdad es que hay que meterse en el pellejo de los personajes para comprender un poco la historia. En primer lugar, una pregunta de profano: ¿Por qué este jueguito del sí y el no, el tal o el quizá, de Pep Guardiola en torno a su renovación? Después de llevarse docena y algo más de títulos al zurrón y tener cuerda y mimbres para unos cuantos (títulos) más, ¿dónde se puede estar mejor que en el Barça, el club de su ciudad, de su comunidad, de su país?

Metiéndome a presión en el pellejo, en las venas y en las neuronas de Guardiola, sólo se me ocurren tres motivos para querer marcharme de semejante paraíso futbolístico:

1.- El dinero. Que en el Barça ganase una miseria (dicen que la ficha anual de El Noi de Santpedor se parece un calco a lo que se embolsa Messi: 12 millones de euros, premios y bonus al margen), y los rusos, árabes, chinos y otros magnates del petróleo quisieran darse el capricho de vestir de oro el moldeado cuerpo de Pep. En tal caso, quizás me entraría alguna mota de duda en el ojo. Pero lo descarto: La fortuna del entrenador del Barcelona comienza a ser considerable. Además, ¿Hay algo más importante en el mundo que el odioso dinero?

2.- La confianza. Que alguien, quizás algún osado limpiabotas, tuviese la mínima duda sobre el trabajo de presente y futuro desarrollado por Guardiola. Algo descartado. Ni las marmotas le tosen.

3.- El poder. Pep maneja los hilos del Barcelona en el plano deportivo. Andoni Zubizarreta, el director deportivo, es un buen compañero, un colega entrañable, que le da los buenos días y las buenas noches. Pero ni entra ni sale. Pep no quiere más. Habla y le conceden. Pide y le otorgan. Pep, uno de los tipos más inteligentes del mundo del balón, jamás pediría la Torre Eiffel: no es estúpido. Sólo pidió trato de Rey a Messi y se lo concedieron; un blindaje a la guardia pretoriana del argentino (Xavi HernándezAndrés Iniesta y Dani Alves), y todos verán el futuro azulgrana más allá del 2015. Hasta el excéntrico Pinto, colega de risas y más cosas de Messi, sigue en el Barça. Por supuesto, los lugartenientes de Pep, Tito Vilanova, Lorenzo Buenaventura, Unzué, incluyendo a Manel Estiarte, cuyo papel de ojos, oídos y manos invisibles tanto valora el técnico, forman una plataforma poderosa y balsámica, clave para hacer la vida feliz al señor de la Masía.

Si Guardiola posee las tres llaves mágicas que todo entrenador del Barcelona sueña poseer algún día, ¿qué está pasando? ¿Por qué el baile de sustitutos? ¿A quién le interesa esta película digna de un perverso clon de Alfred Hitchcock? Pasa que a Pep Guardiola no le gusta Sandro Rosell. Nunca le gustó el presidente del Barcelona, del que desconfió cuando, en la sombra, lanzaba dardos a Joan Laporta, el hombre que le dio las riendas del primer equipo, hecho que jamás olvida Pep y que Rosell, casi de forma sistemática, se obstina de emborronar.

Y por ahí parece perder algo de aceite el imponente autobús del Barça. Por Rosell. Por los amigos del presidente, que no dudan en sacar a pasear el bastón de las críticas cuando aparece una costra en forma de derrotas. De ahí la ristra de nombres ilustres, que aspiran al banquillo del Camp Nou. En la Liga, con el Real Madrid escapado, y a diez puntos de distancia, las estrellas parecen brillar menos en el cielo del Barça. Pep sabe que los azulgrana digerirán de mala manera que el Real Madrid suba a lo más alto en la Liga, pero lo tiene asumido. Es ley de fútbol y en el torneo de la regularidad, los barcelonistas han sufrido pinchazos. El Real Madrid, empero, luce intratable. Menos cuando se ha enfrentado al Barça. Sólo queda una victoria en el Camp Nou. Si no lo hace, los de Mou habrán ganado la Liga, pero el Barça habrá pasado por encima. Otra vez.

Mientras se suscita el debate absurdo de la continuidad de Guardiola, la Champions amanece risueña para el Barça y algo encallecida para el rival blanco. Los voceros airean rumores de cambio que suenan a utopía. Los azulgrana sueñan con un Pep eterno, a lo Alex Ferguson. Pep no quiere tanto. Pero demanda respeto. Rosell no termina de acoplarse al ritmo. Por eso le castiga. Renovación, año a año. Y calla.

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Veo el póker de ases del banquillo que el mundo periodístico se ha sacado de la chistera para sustituir a Pep Guardiola como entrenador del Barcelona y me tengo que sentar, porque se me aflojan los muelles de pura risa. La culpa de este show impresentable y ya tradicional por estas fechas la tienen  el propio Pep y, por supuesto, el Barcelona. Mejor dicho, su presidente, el afamado Sandro Rosell.

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