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Barça, la cruz de una tragedia llamada Mourinho
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José Manuel García

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Barça, la cruz de una tragedia llamada Mourinho

“Cada uno es hijo de sus obras”. Don Quijote. Paso a convenir que José Mourinho es un grandísimo entrenador, de lo mejor que pulula por Europa.

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Barça, la cruz de una tragedia llamada Mourinho

“Cada uno es hijo de sus obras”. Don Quijote. Paso a convenir que José Mourinho es un grandísimo entrenador, de lo mejor que pulula por Europa. Sus títulos así lo demuestran y atesoran: un cualquiera no gana una Copa UEFA y, por encima de todo, dos Champions y con dos equipos diferentes. Un cualquiera no puede sentarse en el banquillo del Real Madrid, que es, por encima de ínsulas baratarias, tirillas y críticas oliendo a barniz de envidia, el equipo más laureado de la historia y, hoy por hoy, uno de los dos equipos más poderosos del planeta Tierra. El otro es el Barça. Y ahí comienza la tragedia llamada Mou.

Yo no sé ustedes, pero me quiero imaginar por un instante  la cara de Santiago Bernabéu, uno de los dos hombres más grandes de la historia del Real Madrid (el otro es Alfredo Di Stéfano, claro), si viera una de las múltiples salidas de tono del actual dueño/señor/rentista del banquillo blanco. Por ejemplo, esos cortes de mangas que de forma artística y grosera suele prodigar Mou, cuando alguien con harto frecuencia le contradice. Esos aspavientos tan ordinarios; más que brazos, parecen espadas de samurái lleno de cólera que quiere cortar la cabeza al árbitro que ha osado equivocarse, porque él, José Mourinho, jamás se equivoca, vive Dios. Pero sigamos. Don Santiago Bernabéu es muy posible que, una vez tragado un buen trozo de puro por pura contención sanguinaria, hubiera bajado con sus dificultades las escalerillas del palco y, tras recobrar el resuello, mirar directamente a los ojos del susodicho y decirle:

- Mira, hijo, la próxima vez que le hagas un gesto feo al árbitro, a un espectador, a un periodista o a un bombero de Setúbal, coges tu petate y te vas muy lejos de esta casa, porque en el Real Madrid, lo primero son los hombres, y los hombres de bien no hacen estas cosas que tú haces y dices.

La sentencia la dictaría Bernabéu, que era como un padre para los jugadores y empleados, pero cuando se ponía duro sus ojos parecían látigos de fuego, según me confesó una vez Miguel Muñoz, un entrenador que podría mirar desde arriba a Mourinho y a unos cuantos más. Muñoz no hablaba de los árbitros, ni bien ni mal, los trataba como compañeros de fatiga. Los respetaba. Y se tragaba los sapos que fueran menester. Conocí a Muñoz en Sevilla y luego en su paso por la selección española. Tenía un aluvión de virtudes y algún defecto. Pero jamás menospreció a nadie. Sus ruedas de prensa entran dentro de una antología de frases ingeniosas;  distintas a las miradas de hostilidad que prodiga el entrenador portugués; antes, está claro, de su anunciada huelga de palabras y gestos.

Lo que sucede con Mourinho es un arrebato incontenible de celos. Desde que habitó en la casa blanca, sólo una vez pudo vencer al Barça de Pep Guardiola. El equipo azulgrana acumula gestas y títulos, y cuando pierde nadie habla de persecuciones ni de cazas. Nadie del entorno de Guardiola, incluyendo a jugadores y ayudantes. Los directivos del Barça no tienen nada que ver con la filosofía del técnico azulgrana. Algunos directivos del Barça, incluyendo a Sandro Rosell, son expertos en patinar sobre rocas. Pero esa es otra historia.

Mou, el dueño y señor del predio de Valdebebas, actúa de esa forma con el consentimiento de Florentino Pérez, que este año ha tenido el segundo éxtasis de su mandato. El primero fue cuando logró la Copa del Rey ante el Barcelona. El segundo “momento Paraíso” se lo concedió la sección de baloncesto con otro título de Copa en la casa del Barça. Pero hasta ahí llegó. Ahora todas las miradas de FP están centradas en Mou y sus chicos. El martes pasado, en Munich, los blancos anduvieron romos de todo. Romos y achicados. El Bayern ganó y dejó la eliminatoria para el Bernabéu. Que el madridismo entero eche un cable y ayude a la multimillonaria legión que capitanea Mourinho a lograr el pase a la final de Champions.

El sábado, los blancos se verán las caras por enésima vez con sus enemigos (deportivos) del Barça. El Real Madrid, máximo aspirante al título, tiene muchas papeletas. Pero quiere ganar en el Camp Nou, devolver una moneda que se empeña en dormir en los tejados madridistas. La moneda de la derrota. La pesadilla Barça. La cruz de Mourinho.

“Cada uno es hijo de sus obras”. Don Quijote. Paso a convenir que José Mourinho es un grandísimo entrenador, de lo mejor que pulula por Europa. Sus títulos así lo demuestran y atesoran: un cualquiera no gana una Copa UEFA y, por encima de todo, dos Champions y con dos equipos diferentes. Un cualquiera no puede sentarse en el banquillo del Real Madrid, que es, por encima de ínsulas baratarias, tirillas y críticas oliendo a barniz de envidia, el equipo más laureado de la historia y, hoy por hoy, uno de los dos equipos más poderosos del planeta Tierra. El otro es el Barça. Y ahí comienza la tragedia llamada Mou.

José Mourinho