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Isco, un miembro destacado de la "Hermandad de los culones"
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José Manuel García

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Isco, un miembro destacado de la "Hermandad de los culones"

Isco, un miembro de la “hermandad de los culones”, como llamaba la Di Stefano a los que usaban la parte trasera como elemento fundamental en su juego

Foto: Isco, durante el partido de Champions ante el Galatasaray (Reuters).
Isco, durante el partido de Champions ante el Galatasaray (Reuters).

Cuando Isco (Francisco Román Alarcón Suárez) recibió aquel balón largo de Di María, ya tenía dibujada en su frente la siguiente escena y de inmediato procedió: armó sus hombros para recibir con todo el cuerpo el globo que le envió desde treinta y cinco metros su compañero argentino, Eboué, un veterano que tuvo sus mejores glorias en el Arsenal, trató de ganar la ventaja, pero se topó de bruces con las espaldas y el trasero del de Benalmádena, éste controló de espaldas al marco turco, esperó que pasaran dos trenes más, Nounkeu y Chedjou. El primero se pasó de frenada, el segundo cayó al piso con un quiebro del madridista, que lanzó un zapatazo por el lado contrario que había adivinado Muslera.

El gran Alfredo Di Stéfano disfrutará de Isco, un miembro destacado de la afamada “hermandad de los culones”, como así llamaba la legendaria “Saeta rubia” a todos aquellos jugadores que utilizaban la parte trasera como elemento fundamental para el desarrollo de sus genialidades. Maradona era un culón maravilloso. Zurdo empedernido, a D10s le gustaba recibir la pelota de frente y le importaba un comino cuantos contrarios se le agarrasen a la chepa. Diego anclaba los dos pies sobre la hierba y solía ganar. La estatura importaba bien poco. Lo importante, la fuerza de su convicción y su talento.

Romario fue otro de los grandes culones de la historia. Romario da Souza Faria suponía un castigo para sus rivales y una bendición para los aficionados. También le gustaba recibir de espaldas al arco y pillar con el carrito de los helados a las defensas. En el Barcelona hizo maravillas hasta que Johan Cruyff, que lo trajo del PSV holandés y le perdonó mucho, se cansó de sus chanzas extradeportivas, lo mandó lejos del Camp Nou. Pero Romario era así, único, para lo bueno, para lo malo y para lo peor. Recibía, ahuecaba el pecho, sacaba trasero y escondía la pelota; luego realizaba su giro diabólico: por la derecha o por la izquierda, imposible adivinarlo. Llegaba un rayo y marcaba. Bebeto, ex futbolista del Dépor y de la selección canarinha, campeona del mundo en USA-94, hablaba de su compañero: “Es fantástico, utiliza su cuerpo; protege la pelota con sus hombros y con su cola (culo). Romario es un crack”.

Por el Real Madrid pasó hace mucho otro tipo culón. Se trataba de Clarence Seedorf. El holandés, un mago, tipo extravagante dentro y fuera de las canchas, logró una Champions con el Real Madrid y de inmediato fue traspasado al Inter. Le gustaba la música (tocaba la batería), las motos (llegó a patrocinar una escudería) y decir las cosas a la cara. El carácter indómito de Seedorf chocó con el conservadurismo rancio de la casa blanca y aterrizó en Italia. Del Inter pasó al Milan, donde volvió a ganar una Champions y dio los mejores cursos. Siempre utilizando el cuerpo, encarando de frente, metiendo la espalda al contrario, creando e interpretando el fútbol como uno de sus mejores solistas. Chopin con la pelota.

En España siempre hubo grandes culones. Uno de los destacados futbolistas que utilizaban el trasero para armar su fútbol fue Kiko Narváez. Lionel Messi también mete cuerpo y se agarra al suelo como solo los privilegiados saben hacerlo. En el Atlético de ahora, Diego Costa es otro de los imprevisibles y miembro honorario de la hermandad de los culones. Pero el joven Isco es el que llama la atención y tiene pinta de erigirse en uno de los legendarios intérpretes del arte de recibir de espaldas y colar el cuero por el hueco de una oreja. De momento lleva cuatro goles en un mes de competición. Se ha estrenado con la casaca madridista en la máxima competición del continente. Y ha apagado el debate de los que levantaron la voz por la marcha de Özil al Arsenal. Porque el malagueño asiste como el alemán pero marca goles. Y eso vale dinero. Millones.

Cuando Isco (Francisco Román Alarcón Suárez) recibió aquel balón largo de Di María, ya tenía dibujada en su frente la siguiente escena y de inmediato procedió: armó sus hombros para recibir con todo el cuerpo el globo que le envió desde treinta y cinco metros su compañero argentino, Eboué, un veterano que tuvo sus mejores glorias en el Arsenal, trató de ganar la ventaja, pero se topó de bruces con las espaldas y el trasero del de Benalmádena, éste controló de espaldas al marco turco, esperó que pasaran dos trenes más, Nounkeu y Chedjou. El primero se pasó de frenada, el segundo cayó al piso con un quiebro del madridista, que lanzó un zapatazo por el lado contrario que había adivinado Muslera.

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