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La épica victoria del Sevilla contra el Madrid del barrigón Puskas
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José Manuel García

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La épica victoria del Sevilla contra el Madrid del barrigón Puskas

El viejo Nervión ha visto muchos Sevilla-Real Madrid, dos viejos colosos que nunca bajan los brazos. La historia los retrata. El fútbol en estado puro. Emoción en la grada, también desde el tercer anillo...

Foto: Los jugadores del Sevilla celebran el triunfo logrado por el Real Madrid en el Sánchez Pizjuán la temporada pasada (EFE)
Los jugadores del Sevilla celebran el triunfo logrado por el Real Madrid en el Sánchez Pizjuán la temporada pasada (EFE)

Te escribo, padre, en la semana que el Sevilla se enfrenta otra vez al Real Madrid y me acuerdo del respeto y admiración que tú sentías hacia el viejo enemigo. Recuerdo que la noche anterior me costaba un mundo pegar un ojo y eso que, cerrándolos con fuerza, me sumergía en las aventuras del capitán Trueno o saltaba edificios como me contaban los viejos que hacía Marcelo Campanal sobre la cabeza rizada en oro de Kubala.

Cómo me gustaban aquellos domingos de larga caminata por la avenida de Eduardo Dato hasta aquel Nervión a medio hacer, con hierros puntiagudos y ladrillos al aire. Yo te agarraba de la mano y notaba esa tensión de la espera nerviosa de una batalla, porque sabías que el Goliat madridista era fuerte y su bravura llegaba más lejos que nadie. Pero vi en ti la mirada que siempre dibujan los sevillistas, una mezcla que aúna temeridad y confianza, audacia y valor; la pasta que engullen los que entran en la arena y saben que jamás hincarán la rodilla.

Tú me llevaste a ver a ese Sevilla aquel domingo del 65. Con mi Coca-Cola en la mano y mi viserita de cartón en la cabeza vi a nuestro equipo encarar a esos hércules de azul, de miradas de acero y fútbol de seda. Conocías muy bien sus nombres: “Aquel rubio es Santamaría, aquel otro es Zoco, mira cómo la esconde Amancio, el de las medias caídas es Sanchís, el de las orejas de soplillo y espaldas que nunca se terminan se llama Pirri, fíjate cómo corre Gento, mira a Puskas…”.

Un bailaor que llamaban El Negro

Puskas. No vi a ningún futbolista con barriga hasta ese domingo. Tampoco vi a nadie que disparase tan fuerte y tan extraño. El balón salía de su bota zurda como el proyectil de un mortero: ‘dump’. Sonaba así. Una vez, la pelota se estrelló contra un palo sevillista, la otra vez fue gol.

Pero también vi a Pintado. Y apunté bien su nombre: Pintado. Mi cerebro de niño con las rodillas gastadas por tanto desconchón, por tantas aventuras de charcas, ranas y barro, fotografió a ese chaval del barrio del Tardón, con el tupé hacia atrás, la mirada fría, que sobre el césped se movía como lo hubiera hecho un bailaor que llamaban El Negro. Pero Pintado no copió a nadie, recibió la pelota de Cabral, un guerrero guaraní, de piernas largas como un día sin pan, que se la puso medio metro delante, y aquel futbolista de blanco aprovechó la ventana que dejaron abierta Miera y Zoco para descerrajar un disparo duro que sonó a gol después de dar en los dos palos. Tu grito, papá, salió de las tripas pero tu abrazo aún lo siento.

Luego llegó el gol de Lax y aquel Sánchez-Pizjuán que olía a nuevo fue un vagón cargado de locura que se enganchó al cielo otoñal como una gran marioneta y se negó a bajar de las nubes. El corazón de mi padre volaba, lo notaba en su mano grande; y las cuarenta mil gargantas de sevillistas. Aquel David se multiplicó por cien y su esfuerzo arrancó resoplidos de bravura herida en el gigante azul. El Sevilla de Pintado contra Puskas, de Rebellón contra Amancio, de Eloy contra Gento, y cuando aquella galerna se iba de largo, allí lo esperaba la casta de Achucarro. Nunca el tiempo caminó tan lento como aquel día, pero los minutos de aquella tarde me dejaron huella. El Sevilla venció 2-1 y mi padre, orgulloso por la gesta, salió de allí pateando pelotas de viento, oliendo a fútbol y a Sevilla.

Pasaron los años y viajaste al tercer anillo. Yo escribí desde adentro los latidos de la pelota en lazurda mágica de Maradona,de un principito llamado Messi, del centurión Cristiano y de un equipo llamado España que llegó a lo más alto. También escribí de tu Sevilla, padre, porque aquel club que derramaba sombras se agarró a una estrella y ahora rezuma triunfos. Lo he visto en Eindhoven, lo he visto en Glasgow, en Turín, en Madrid, Barcelona, Mónaco…

Un equipo que hace sonreír a su gente

Hace años que este Sevilla hace sonreír a su gente; lleva la buena nueva al lugar donde descansan los viejos sevillistas. Diles que este equipo, que tripula un vasco llamado Emery, siempre muere de pie. Que suelta una lágrima solo para gritar alegría.

El sábado vuelve a enfrentarse al Real Madrid, el viejo enemigo. Nervión arde, padre, es pura pasión, fútbol de siempre: recortes de alfarería, carreras a ritmo y compás. Como a ti te gustaba: como una soleá de Triana o de Joaquín el de la Paula. Háblales de Reyes, Banega, M’Bia, Bacca, Gameiro, Vitolo, Denis Suárez, Carriço, Pareja… Tu Sevilla, papá, resiste arriba y yo me acuerdo del abrazo de aquella tarde del 65, también me acuerdo de tus palabras que no se llevó el viento y nuestras almas guardaron: “El Sevilla, hijo, nunca se rinde”. Escucha, padre, Nervión lo canta.

Te escribo, padre, en la semana que el Sevilla se enfrenta otra vez al Real Madrid y me acuerdo del respeto y admiración que tú sentías hacia el viejo enemigo. Recuerdo que la noche anterior me costaba un mundo pegar un ojo y eso que, cerrándolos con fuerza, me sumergía en las aventuras del capitán Trueno o saltaba edificios como me contaban los viejos que hacía Marcelo Campanal sobre la cabeza rizada en oro de Kubala.

Diego Armando Maradona
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