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Dejen tranquila a Garbiñe Muguruza
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Álvaro Rama

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Dejen tranquila a Garbiñe Muguruza

Parece complicado que el 2016 marque la carrera de Muguruza. Pero, como todo el que enfrenta algo nuevo y lo vive en carne propia, puede determinar su manera de afrontar las experiencias

Foto: Garbiñe Muguruza es la número tres del ránking de la WTA (Lukas Coch/Efe)
Garbiñe Muguruza es la número tres del ránking de la WTA (Lukas Coch/Efe)

Nos acostumbramos demasiado pronto a lo bueno. Y Garbiñe Muguruza es demasiado buena como para no acostumbrarse. Quienes manejan talento femenino desde hace años defienden que la caraqueña tiene lo necesario para vivir en la cima del tenis: una planta imponente, 182 centímetros de jugadora, acorde a los requisitos de una disciplina explosiva donde la movilidad y la envergadura de alcance son vitales; un estilo de juego poderoso, fundamental en la era del juego recto y el premio a la agresividad; un carácter ambicioso, irrenunciable en una modalidad ya globalizada con talentos esparcidos por todo el mundo. En el deporte, sin embargo, el 1+1 no necesariamente equivale al 2. La vida no consiste en tener buenas cartas, sino en jugar bien las cartas que uno tiene. Tranquilidad. Sosiego para una deportista que ya figura por méritos propios entre la élite deportiva de un país volcado hacia la competición.

Calma. Como en cualquier proyecto que se precie, la altura no puede basarse en ganar ayer o ganar ahora. Ella misma reconoció, antes de impactar una sola pelota, encontrarse ante la temporada más complicada de su carrera deportiva. Sin importarle situar un velo de vulnerabilidad ante el horizonte que afronta. Viendo en el año posterior a la irrupción una fuente de experiencias nuevas a tolerar sin perder el rumbo. Se suele decir en los entornos de competición que la fase de consolidación es más dura que el ascenso. Al ímpetu de la novedad le sigue la reválida de la confirmación. Descartar la casualidad e imponer la habilidad. En el tenis, a la hora de la verdad, uno se encuentra con la soledad. Sin compañeros en los que apoyarse para camuflar un día gris en la oficina. Y ahí entra lo complicado, el verdadero reto de Muguruza. Demostrar que se sabe hacer algo es distinto a demostrar que se tiene la habilidad para hacerlo de forma permanente. "Yo quiero demostrarme que puedo jugar así siempre", dejó Garbiñe tras levantar en Pekín uno de los torneos más grandes del calendario la temporada pasada. Un ganador compite bien una semana. Un campeón, si aspira a pisar la élite, debe hacerlo con la misma intensidad tanto domingos como lunes.

Los campeones son humanos, y es en los baches donde aprenden. La derrota en la tercera ronda del Abierto de Australia era una posibilidad probable en una circuito cada vez más igualado. La dramatización y un comportamiento reactivo exclusivamente unido al resultado, sin mayor perspectiva que las dos horas de sudor, un vicio extendido. 'Garbiñe se estrella', 'Decepción en Melbourne', 'Frenazo de Muguruza'… No hace falta rebuscar demasiado para encontrar las valoraciones sobre la eliminación de la caraqueña en Melbourne Park. Un resultado cosechado días atrás ante la curtida Barbora Strycova, una jugadora checa que deslumbró en su etapa júnior: dos veces campeona del Abierto de Australia, número uno mundial en modalidad individual y dobles, toda una prueba de versatilidad, y una ilusión tremenda en el país de origen de Martina Navratilova. En definitiva, una figura de enorme proyección deportiva que no mantuvo el estatus de sus inicios al abordar el circuito profesional. La competición menor y la absoluta son mundos distintos. Pero sirva el caso para subrayar un escenario similar a escala: las consecuencias de una presión tremenda sobre los pasos propios nada más emprender el camino. Unos días se gana y otros días se aprende. Un 10% es lo que nos sucede y un 90% es cómo afrontamos lo que sucede. Es ley de vida. Lo valorable de Muguruza es que ha ido ganando al tiempo que ha aprendido. Sin estar hecha deportivamente, y con amplios márgenes de mejora, ha logrado en unos meses lo que muchas jugadoras firmarían para carreras completas.

Ser número tres del mundo con 22 años no es lo exigible. Es una rareza bastante destacable. La excepción a la norma. Toda una demostración de personalidad y talento en un deporte individual. Muy complicado en el tenis actual, donde las carreras cada vez se estiran hasta una edad más avanzada. Difícil en una disciplina donde hay hasta normativas que impiden que a temprana edad las jugadoras compitan con un calendario completo. Es decir, la entrada y salida en el circuito se produce de forma más tardía. La madurez y la experiencia marcan más diferencias que antaño y restringen la irrupción de talento joven. Y, pese a todo, hay una jugadora de 22 años a un paso de pisar el segundo puesto del ranking femenino. Solamente por detrás de Serena Williams, acreedora de 21 coronas del Grand Slam y entregada a los debates sobre mejor jugadora de todos los tiempos.

Sin estar hecha deportivamente, y con amplio margen de mejora, Muguruza ha logrado en unos meses lo que muchas jugadoras firmarían para carreras completas

Parece complicado que la temporada 2016 marque la carrera de Garbiñe Muguruza, con mucho tiempo por delante. Pero, como todo el que enfrenta algo nuevo y lo vive en carne propia, puede determinar en gran medida su manera de afrontar las experiencias. Por primera vez compite siendo una deportista a batir, probablemente el mayor símbolo de respeto y presión para un atleta. Y ahí las expectativas se disparan. Tanto propias como ajenas. Por primera vez camina cada semana como una práctica cabeza de lista. Por pisar la final de Wimbledon parece obligada a levantar los cuatro grandes. Debutar en las WTA Finals y quedarse a un paso del título, de optar a ser maestra de maestras, sabe a poco tras dominar la gira asiática. Sin pararnos a pensar en el esfuerzo que hay detrás. Si Garbiñe Muguruza llega al número uno mundial, será decisión de Garbiñe Muguruza. Si Garbiñe Muguruza levanta títulos del Grand Slam, será por esfuerzo de Garbiñe Muguruza. Y si Garbiñe Muguruza cumple las expectativas, siempre arbitrarias y sencillas de colocar sobre espaldas ajenas, va a depender exclusivamente del corazón de Garbiñe Muguruza. "Uno no puede ir más rápido de lo que toca", suele defender con frecuencia la jugadora. El ayer no existe y del hoy depende el mañana. Si quieren disfrutarla, si quieren observar su potencial, déjenla tranquila.

Nos acostumbramos demasiado pronto a lo bueno. Y Garbiñe Muguruza es demasiado buena como para no acostumbrarse. Quienes manejan talento femenino desde hace años defienden que la caraqueña tiene lo necesario para vivir en la cima del tenis: una planta imponente, 182 centímetros de jugadora, acorde a los requisitos de una disciplina explosiva donde la movilidad y la envergadura de alcance son vitales; un estilo de juego poderoso, fundamental en la era del juego recto y el premio a la agresividad; un carácter ambicioso, irrenunciable en una modalidad ya globalizada con talentos esparcidos por todo el mundo. En el deporte, sin embargo, el 1+1 no necesariamente equivale al 2. La vida no consiste en tener buenas cartas, sino en jugar bien las cartas que uno tiene. Tranquilidad. Sosiego para una deportista que ya figura por méritos propios entre la élite deportiva de un país volcado hacia la competición.