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Nadal y las personas que se dejan la vida por el mismo objetivo
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Álvaro Rama

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Nadal y las personas que se dejan la vida por el mismo objetivo

Nadal es el primer jugador en la Era Abierta (desde 1968) capaz de ganar 10 títulos en un solo torneo, una marca que puede registrar en apenas unos días en otros dos torneos

Foto: Rafa Nadal cuando se alzó con la victoria ante Albert Ramos-Viñolas. (EFE)
Rafa Nadal cuando se alzó con la victoria ante Albert Ramos-Viñolas. (EFE)

“Ganar requiere talento, repetir conlleva carácter”, es una de las frases más célebres de John Wooden, mítico entrenador de baloncesto. La frase resume en pocas palabras el mérito sobre una pista de Rafael Nadal. Cuando alguien logra lo que ansía puede sentir un vacío. Una impresión de tarea acabada. Esa pretensión de trabajo hecho. Si sucede en la vida diaria, lo vemos en el deporte. Andy Murray lo reconoció al ganar su primer Wimbledon, la cumbre para un jugador británico. Novak Djokovic lo padeció tras ganar Roland Garros, su torneo más esquivo. Incluso los jugadores más preparados para vencer sienten el peso de la victoria al tocarla con las manos. Aquel que sigue ganando pese a estar acostumbrado a ello merece un lugar especial. La décima victoria de Nadal sobre la tierra batida del Masters 1000 de Montecarlo hunde todavía más en la historia la figura de un competidor total, cosido a arañazos durante su trayectoria, que ha hecho del renacer una seña de identidad.

Nadal es el primer jugador en la Era Abierta (desde 1968) capaz de ganar 10 títulos en un solo torneo, una marca que puede registrar en apenas unos días en otros dos torneos (Barcelona y Roland Garros). Son cifras que van a aparecer con frecuencia durante toda la gira de tierra batida por la importancia histórica del asunto. Ganar 10 veces implica volver a realizar con éxito en nueve ocasiones algo que ya se ha logrado. Ante personas que se dejan la vida por el mismo objetivo, intentando al mismo tiempo que uno deje de conseguirlo. Rafael ha ampliado el concepto de fuerza de voluntad y lo ha hecho sobre tierra batida, la superficie que más golpes pide para terminar cada punto. Quizá no sea la más incómoda (el bote irregular de la hierba rota no tiene par), tal vez no sea la más física (el desgaste de la pista dura castiga como ninguna) pero, por su lentitud, es la que demanda un mayor espíritu de trabajo. Hacer ley sobre en arcilla, y Nadal acumula 50 títulos sobre la superficie, más que nadie en toda la historia, habla mucho del protagonista.

Hambre sin tiempo que perder

Montecarlo es, además, un torneo ideal para definir muchas virtudes de Nadal. El hambre deportiva de un jugador sin tiempo que perder, expuesto como nunca en el título levantado en 2005. Su primer Masters, con apenas 18 años y ante Guillermo Coria, por entonces vigente campeón del torneo y finalista de Roland Garros. Un jugador que no se detendría ante nada ni ante nadie. La humildad en la cumbre de un campeón acostumbrado a ganar, reflejado con claridad en la copa de 2009, manteniéndose en el trono tras tocar el número 1 mundial. La perseverancia en momentos de dificultad, plasmada en el emotivo título de 2010, logrado tras una turbulenta segunda mitad de 2009 reflejada en su primera derrota en Roland Garros. O la ilusión inquebrantable, representadas por los triunfos de 2016, tras casi dos años sin tocar un Masters, y 2017, acechando ya el número 1 de la temporada.

Tras demostrar su capacidad para pelear por todo sobre la pista dura (finales en Melbourne, Acapulco y Miami), la superficie que cubre más de la mitad del calendario, la transición a la tierra batida ha mantenido a un Nadal de primer orden. Quizá sin marcar las diferencias de antaño (la derecha no vuela de forma regular), con una propuesta lógicamente menos directa que en superficie dura (por el margen que otorga el suelo) y sin necesidad de encarar a la élite por el momento (ha levantado el título sin cruzar a uno de los 10 primeros del ranking) pero sí con la fuerza interior para competir cada punto con toda la energía disponible. Como el esfuerzo vence al talento cuando el talento no se esfuerza, ese sudor siempre dispuesto sigue siendo un arma que Nadal nutre como ninguno.

Ahora, y tras firmar un arranque de temporada creciente en el juego y convincente en el resultado, Nadal acude al corazón de la gira de tierra con varias certezas en su interior: su juego basta regularmente para pelear los mayores trofeos del circuito (ha disputado tres de las cuatro grandes finales de 2017), su superficie predilecta es encarada en un momento de confianza elevada (con Barcelona, Madrid, Roma y París como escenarios para alimentar su inercia de juego) y el número 1 de temporada, con cuatro meses ya en las piernas, a menos de 1.000 unidades de distancia. Si hay alguien capaz de dar forma a un logro, acaba de sonreír en Montecarlo.

“Ganar requiere talento, repetir conlleva carácter”, es una de las frases más célebres de John Wooden, mítico entrenador de baloncesto. La frase resume en pocas palabras el mérito sobre una pista de Rafael Nadal. Cuando alguien logra lo que ansía puede sentir un vacío. Una impresión de tarea acabada. Esa pretensión de trabajo hecho. Si sucede en la vida diaria, lo vemos en el deporte. Andy Murray lo reconoció al ganar su primer Wimbledon, la cumbre para un jugador británico. Novak Djokovic lo padeció tras ganar Roland Garros, su torneo más esquivo. Incluso los jugadores más preparados para vencer sienten el peso de la victoria al tocarla con las manos. Aquel que sigue ganando pese a estar acostumbrado a ello merece un lugar especial. La décima victoria de Nadal sobre la tierra batida del Masters 1000 de Montecarlo hunde todavía más en la historia la figura de un competidor total, cosido a arañazos durante su trayectoria, que ha hecho del renacer una seña de identidad.

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