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Rafa Nadal es incomprensible
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Álvaro Rama

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Rafa Nadal es incomprensible

Es la referencia del trabajo duro, de la superación personal, de ese esfuerzo extra que siempre se nos ha inculcado. Por todo ello uno se convence de que Rafa es inalcanzable

Foto: Rafa Nadal, tras ganar la final del SU Open. (Reuters)
Rafa Nadal, tras ganar la final del SU Open. (Reuters)

Ver a Rafael Nadal y tener la sensación de que cada vez es más difícil comprenderlo. Hay atletas a los que se observa y se admira por su habilidad técnica, por su elegancia estética, por la distancia que genera una virtud impensable para el hombre medio. Es tal el imposible que se desarrolla la ilusión de poder emularles. Pese a la dificultad evidente en el desempeño, uno se convence de que puede llegar a hacerlo. Con el español la sensación es radicalmente opuesta: es la referencia del trabajo duro, de la superación personal, de ese esfuerzo extra que siempre se nos ha inculcado. Siendo la representación de algo muy cercano, uno se convence de que Rafa es inalcanzable. Es una sensación muy rara. Nadal es lo que debes hacer y no haces.

Foto: Rafa Nadal, con el trofeo del US Open. (Reuters)

Durante este US Open relataba Álex Corretja, recordando en 'Eurosport' un pasaje de su labor como antiguo capitán del equipo español de Copa Davis, un momento interesante para definir la idiosincrasia del balear. Cinco días después de coronar el US Open 2013 y dejar a punto la recuperación del número 1 mundial, el mallorquín disputó en Madrid una eliminatoria ante Ucrania. Tal era la intensidad, tan poco le importaba el desfase horario, el cambio de superficie o la diferencia de altitudes, que el balear endosaba un 6-0, 5-0 a Sergiy Stakhvosky cuando Corretja le recibió en el banquillo. “Si ves que me relajo, capi, dímelo”, recordó el ex número 2 mundial.

Desde esa mentalidad de autoexigencia el camino transcurre ya por el decimosexto Grand Slam, una altura que sólo Roger Federer, un atleta eterno, ha conocido en la historia de la especialidad. Doce años después de ganar el primer grande, una pieza que saciaría al más ambicioso, el nombre a grabar sigue apareciendo con notable frecuencia.

Nadal es la intensidad, la pasión, la energía que transmite a cada paso. Uno ve el esfuerzo de un veterano y recuerda la pasión de un niño. Nadal es esa despreocupación alegre de la infancia, el disfrute perdido de un pasado con las obligaciones justas. ¿Pero de dónde sale todo eso? ¿Qué le ocurre para no perder esa llama? Hace presente lo que para muchos es fugaz. Lo hace, sin llevarnos a engaño, siendo también ese estudiante que se acuesta una hora más tarde que el resto. Le observas y ves a una persona que vive cada momento con una fuerza lejos de lo corriente: ese rostro desencajado, ojos recluidos, mirando al cielo tras un error, ese grito hacia el suelo, puño en ristre, para alimentarse tras un tino. Vive de tal manera la competición que hace parecer el triunfo una cuestión de tiempo.

En este US Open, además, se ha visto la capacidad del balear para resistir con el interior removido. La tensión, los nervios de los primeros días, quizá fruto de la oportunidad que podía llegar a tener entre manos, han desembocado en un jugador monumental en el cierre del torneo. En el eterno combate interior, cuando las dudas y la ilusión se encuentran, sólo los más fuertes saben imponer a las sensaciones la fuerza del hábito.

Un atleta que ha levantado el trofeo sin encarar a uno de los 25 primeros de la lista tiene un valor que subyace. Es el mérito de ser profesional al mínimo detalle una vez arriba. Un inconformismo inusual incluso en el mundo del deporte. El querer seguir en la cima en un momento en que el peaje físico de toda una carrera pasa factura a los atletas de su generación. Es, también, la paciencia para bajar la cara y aceptar todo el barro que un esfuerzo así conlleva. Nadal no ha ganado el US Open por no encarar a un Top 25 en todo el cuadro, ha tocado la copa por mantener el hambre cuando no tenía armas para probar bocado. Son realidades completamente diferentes.

El mallorquín es la máxima expresión de algo impensable para el conformismo del hombre medio: hasta el trabajo más brillante de todos es susceptible de ser mejorado. Un desarrollo monumental en el segundo servicio ha impulsado su autoridad en la temporada 2017, un elemento muy visible en el partido decisivo en Flushing Meadows. En toda una final de Grand Slam, con la presión que debe conllevar un momento así, el español coronó Nueva York cediendo apenas una opción de 'deuce' a su rival. En el último juego del encuentro. Es el fortalecimiento de un golpe tradicionalmente atacado, una evolución hecha desde el trabajo de quien todo lo ha ganado.

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Como reza el lema del patrocinador que le envuelve la piel, siempre atento a los grandes hitos de sus auspiciados, la prueba de que nada necesita ser probado.

Ver a Rafael Nadal y tener la sensación de que cada vez es más difícil comprenderlo. Hay atletas a los que se observa y se admira por su habilidad técnica, por su elegancia estética, por la distancia que genera una virtud impensable para el hombre medio. Es tal el imposible que se desarrolla la ilusión de poder emularles. Pese a la dificultad evidente en el desempeño, uno se convence de que puede llegar a hacerlo. Con el español la sensación es radicalmente opuesta: es la referencia del trabajo duro, de la superación personal, de ese esfuerzo extra que siempre se nos ha inculcado. Siendo la representación de algo muy cercano, uno se convence de que Rafa es inalcanzable. Es una sensación muy rara. Nadal es lo que debes hacer y no haces.

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