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El gran obstáculo de Rafa Nadal en Australia o cómo Federer compite sin memoria
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Álvaro Rama

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El gran obstáculo de Rafa Nadal en Australia o cómo Federer compite sin memoria

El veterano tenista suizo Roger Federer fue la asignatura pendiente de Rafa Nadal en su colosal temporada 2017. El Open de Australia, primer examen para el español en el nuevo año

Foto: En la imagen, Roger Federer y Rafa Nadal. (Reuters)
En la imagen, Roger Federer y Rafa Nadal. (Reuters)

Nada hay más poderoso que un hombre que no se rinde. Roger Federer encarna la viva imagen de la tenacidad. Una leyenda con barro en las manos. Si 2017 asistió a la recuperación de un talento eterno, con un juego imparable tras seis meses de ausencia, la temporada 2018 recibe a un deportista en plenitud física y un horizonte para lanzarse de lleno a desparramar historia. Con la defensa del Abierto de Australia como objetivo inminente, el de Basilea se arroja a un desafío mayúsculo: mostrar al mundo dónde se encuentra el techo.

En una etapa marcada por el regreso a la cima de Rafael Nadal, situado por derecho propio en la historia del deporte como una referencia de combatividad, Roger Federer representa la pasión absoluta por competir. Es la ausencia de saciedad. Una capacidad para competir sin memoria teniendo un pasado memorable. Con un currículo que invitaría a cualquiera a vivir repasando momentos de gloria, el suizo se empeña en extender su carrera más allá de la lógica. En el año 2017, y cuando se cumplirá una década (!) de su ampliamente aceptada como fase de esplendor, el suizo ocupa el segundo puesto mundial y el teórico puesto de favorito en los torneos más grandes del mundo.

Si algo remarcó la grandeza del curso anterior fue la gestión ante su némesis. Roger estableció una estrategia más que notable: curtió con el planteamiento más agresivo de su carrera el golpe de revés, una diana histórica para la parábola del español; suavizó el calendario, dificultando su acceso al número 1 en favor del oxígeno; y evitó posibles arañazos sobre tierra batida, un feudo de elevado riesgo ante el balear. Si Roger ha convivido con un dominio particular de Nadal en el global de su rivalidad, la temporada anterior sirvió para resarcir parte del historial. El suizo gobernó sus cuatro enfrentamientos ante el mallorquín, al que asestó un bocado de historia en Melbourne y desbordó como pocas veces en Indian Wells, antes de arrebatarle otras dos finales, en Miami y Shanghái.

Boquete psicológico

Escapar de la arcilla permitió al suizo cruzar la temporada sin un resquicio de duda. En un ejemplo de sinceridad, Roger llegó a reconocer que la final de Wimbledon cedida en 2008 ante Nadal, prólogo del cambio de guardia y un capítulo dorado en su rivalidad, comenzó a cederse en la hecatombe de Roland Garros. Una final de Grand Slam donde apenas sumó cuatro juegos, una de las grandes caídas de toda su trayectoria. Fue un duelo sobre hierba entregado desde la tierra. Un boquete psicológico sin opción de reparo. Una dificultad esquivada en 2017 de manera estratégica.

Así, Federer se dio la opción de afrontar el curso anterior siempre sobre suelo amigo. Una inercia sin freno que proyecta en la temporada 2018. Porque la frescura, aunque fuera poco menos que impensable un año atrás, continúa acompañando al suizo con el Abierto de Australia en el horizonte. Si Rafa Nadal ha pisado la final en tres de sus últimas cinco presencias en Melbourne, y aunque un lustro de juventud le recorra a su favor las venas, la figura de Federer se intuye como el obstáculo firme de siempre.

Valioso rodaje

La llegada de Roger a Melbourne se produce con un prólogo de excepción. La conquista de la Copa Hopman, un esfuerzo conjunto con Belinda Bencic bajo la bandera suiza, dejó la imagen de un deportista impecable. A sus 36 años, en un circuito rasgado por mesas de quirófano y largas ausencias, Federer abrió el curso con el tenis intacto, el cuerpo firme y un hambre más que renovada. Su paso por Perth le ofreció hasta ocho encuentros en las piernas, un rodaje valioso antes de acudir a Melbourne, pero también la oportunidad de recordar el extenso camino recorrido.

El de Basilea ganó la misma competición junto a Martina Hingis 17 años atrás, un lapso enorme en una disciplina individual, coronando la edición de 2001 siendo apenas un recién llegado al circuito. Pese al carácter de exhibición del torneo, la gesta ilustra una realidad poco frecuente: la capacidad para mantenerse en la élite del deporte sin una sensación de saciedad. Suficiente para que Roger hiciera una lectura tan introspectiva como reveladora. Una reflexión que cuestiona la atribución del talento como motor principal del helvético, cuya fluidez técnica tiende a eclipsar su dedicación.

Creer en el trabajo duro

“Martina tuvo una gran carrera. Tener algo así en un país pequeño como Suiza es realmente raro”, señaló el campeón de 19 grandes, forjado en una nación de relativo peso demográfico (ni siquiera entre las 20 más pobladas de Europa), con una tradición deportiva alejada de la raqueta (una potencia en disciplinas de invierno) y una consecuente ausencia de grandes referentes. “Me hizo creer que con trabajo duro y dedicación uno puede llegar realmente lejos”, indicó el suizo sobre la lección aprendida entonces. “En aquel momento, cuando era más joven, no creía demasiado en ello. Pensaba que todo dependía mucho más del talento”.

El talento puede ganar partidos, pero la dedicación construye carreras para el recuerdo. Y es que la persistencia de Federer, acompañada con una evidente facilidad para la ejecución, tuvo cara y ojos en la pasada temporada 2017. El suizo, convertido en el segundo campeón de Grand Slam más veterano de todos los tiempos (sólo Ken Rosewall le supera), subrayó su lugar de honor en la historia al coronar el Abierto de Australia y Wimbledon. Demostró su capacidad para asimilar el paso del tiempo e introducir elementos para un juego más directo. Y probó, por si quedaba alguna duda, que un nivel de inspiración alto sigue siendo tan definitivo como en el esplendor de su juventud.

Melbourne ofrecerá ahora una nueva oportunidad para asistir a lo impensable: un deportista por el que no pasan los años, una figura a recordar durante décadas.

Nada hay más poderoso que un hombre que no se rinde. Roger Federer encarna la viva imagen de la tenacidad. Una leyenda con barro en las manos. Si 2017 asistió a la recuperación de un talento eterno, con un juego imparable tras seis meses de ausencia, la temporada 2018 recibe a un deportista en plenitud física y un horizonte para lanzarse de lleno a desparramar historia. Con la defensa del Abierto de Australia como objetivo inminente, el de Basilea se arroja a un desafío mayúsculo: mostrar al mundo dónde se encuentra el techo.

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