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Fabio Aru presume de ganar al estilo Contador una Vuelta sin Contador
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Jesús Garrido

Fabio Aru presume de ganar al estilo Contador una Vuelta sin Contador

No hay una forma mejor de ganar una Vuelta que hacerlo al final, cuando todo parecía perdido. Fabio Aru lo hizo como hacen los grandes, tirando desde lejos, sufriendo y haciendo sufrir

Foto: Fabio Aru no habría ganado la Vuelta sin sus compañeros (EFE).
Fabio Aru no habría ganado la Vuelta sin sus compañeros (EFE).

Cuando se gana una gran ronda por etapas, el campeón tiene todo el derecho del mundo a considerarse miembro del club de mejores ciclistas del planeta. Es un mérito adquirido por naturaleza. Hay sólo tres grandes vueltas en el calendario ciclista, y ser el más rápido en recorrer los miles de kilómetros que las componen está reservado a muy pocos ciclistas. Fabio Aru es uno esa reducida excepción, de la ruidosa minoría, se lo ha ganado por su empeño, por cambiar la inconstancia que le acompañaba por una pertinente agresividad el día que grabará en su memoria a fuego incasdencente.

Fabio ya es uno de los nuestros. No debemos perderle jamás de vista porque es junto a Nibali, Contador, Froome, Quintana y Landa un corredor que tiene un contrato firmado en el aire que dice que nunca nos va a defraudar, que nos volverá a poner el corazón a cien sin ser nosotros los que demos peladas sobre la bici. Hace casi medio año, Aru ya empezó a llamarnos la atención. Se le conocía por su buen palmarés, por haber levantado los brazos dos veces en la Vuelta de 2014, pero nunca hasta abril había luchado por ganar una grande de verdad, con todas las de la ley. Luchó por dos en el mismo año y se llevó una, la última, la de España. Un doblete con 25 años ya habría sido para ponerse de rodillas y pedirle por la paz en el mundo. Eso sólo lo hace Alberto Contador.

Y si no ganó el doblete con 25 años (cumplidos en julio) fue por Alberto. Contador dejó en Milán a un niño que había sufrido encima de la bicicleta como un perro apaleado, que era la única teórica alternativa al gobierno preestablecido por el de Pinto y que a las dos semanas de corsa estuvo a punto de tirar la toalla y sentarse en la lona a llorar como el crío que era. Pero este niño no quería vivir en el País de Nunca Jamás, quería ser mayor, crecer, tener obligaciones y asumir responsabilidades que sólo dan a los que se las ganan. Estaba verde en abril y, en septiembre, Fabio Aru alcanzó su madurez en la Vuelta, como los melocotones tardíos.

Como si lo tuviese pensado de antemano, el día que tenía que responder como un grande a esa responsabilidad que le pesaba sobre sus hombros (y que otras veces le bloqueó, le agobió, le sobrepasó), se vistió de Alberto Contador y se atrevió a ganar la Vuelta como su "ídolo". Quería hacerlo como lo hace el de Pinto, porque no se podía pasar a la historia como un cualquiera, con lo primero que se encuentre en el armario, con estos pelos. Atacó a 50 kilómetros de meta, seis segundos no se ganan en los últimos metros, o sí, pero no te lo asegura nadie. Contador style, pero sin Contador.

Fabio Aru se ganó ser un grande, pero Tom Dumoulin se ganó el derecho a enamorar a todo el planeta. Hay que querer a Aru y a Landa por su dueto de la sierra madrileña, pero hay que enamorarse de Dumoulin. De todo, desde el quiero y no puedo de Caminito del Rey hasta su hundimiento esperado y aun así doloroso. Es tan tierno ver a un contrarrelojista subir una cuesta de 13 kilómetros como ver la sonrisa involuntaria de un bebé. En estos casos, el ser humano tiende a apoyar, a mostrar su cariño hacia el débil, a ese que hace lo que pocos de su estirpe harían. Y Dumoulin se va de España llevándose nuestro corazón. Lo vimos por última vez vestido con el luto del Giant-Alpecin en el podio de Madrid. ¡Qué mínimo que darle el premio a la combatividad!.

El Mundial empieza mal 15 días antes

La tradición dice una cosa, pero la práctica puede decir otra. Siempre se ha dicho que si la última etapa de una gran vuelta es llana, acaba siendo una fiesta para los vencedores, que reciben un baño de masas de todos los seguidores y disfrutan de un día sin ningún tipo de presión. Pero no hay ninguna norma escrita que diga eso, ni ningún pacto de caballeros. Se hace así y punto. También porque, normalmente, no hay nada en juego. No era así en esta última etapa. Sólo había dos puntos de diferencia entre Purito Valverde y Alejandro Valverde por el jersey verde de la regularidad... y el murciano atacó y ganó.

Joaquim está dolido y es normal. "No me ha hecho mucha gracia lo que hizo Valverde", dijo en meta. Pero no es esa la frase más dura de las que dijo nada más entrar en meta, sino que es la siguiente: "Luego pasa lo que pasa en los Mundiales". ¿Recuerdan lo que pasó hace dos años en el Mundial de Florencia? Valverde no protegió bien a Purito, dejó escapar a Rui Costa, y España perdió el oro y se quedó con una plata y un bronce. Este año, Valverde será el líder español y Joaquim debería ayudarle a ganar el oro. Pero este episodio le ha molestado y mucho. ¿Le tenderá una mano en Richmond? Luego más calmado, con las energías empezando a recargarse y la mente más clara, Purito aclaró en Radio Estadio de Onda Cero que no culpa a Valverde, que le dijo que le iba a esprintar, lo que le molesta es la actitud de su equipo, el Movistar. Así que la respuesta a la anterior pregunta debería ser un claro "sí".

Cuando se gana una gran ronda por etapas, el campeón tiene todo el derecho del mundo a considerarse miembro del club de mejores ciclistas del planeta. Es un mérito adquirido por naturaleza. Hay sólo tres grandes vueltas en el calendario ciclista, y ser el más rápido en recorrer los miles de kilómetros que las componen está reservado a muy pocos ciclistas. Fabio Aru es uno esa reducida excepción, de la ruidosa minoría, se lo ha ganado por su empeño, por cambiar la inconstancia que le acompañaba por una pertinente agresividad el día que grabará en su memoria a fuego incasdencente.

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