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Cristiano y la indiferencia de su hinchada que le ve una leyenda pero no un ídolo
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Gonzalo Cabeza

Cristiano y la indiferencia de su hinchada que le ve una leyenda pero no un ídolo

Cristiano Ronaldo es historia viva del Real Madrid, pero su narcisismo le ha llevado a conectar poco con la grada. Él se vio como más que el club y la afición se lo pagó con frialdad

Foto: Cristiano Ronaldo. (Reuters)
Cristiano Ronaldo. (Reuters)

Un repaso minucioso de las fotografías de la última celebración del Real Madrid, la de la última Champions, deja una imagen que se repite y necesita explicación. Es Cristiano Ronaldo, que siempre que ve una cámara saca la mano abierta mostrando los cinco dedos. Cinco, cinco, cinco. No importa que esté él solo con la copa, con sus hijos o en la multitudinaria —e histórica— foto en la que se juntaron los campeones continentales de fútbol y baloncesto, todos bajo el paraguas del mismo club. En esa también está Cristiano, tumbado rodeado de la multitud, con la mano abierta y una sonrisa pétrea para la posteridad. ¿Cinco? ¿Por qué cinco? Pues porque esas son, exactamente, las Champions que ha logrado el luso. Cuatro con el Madrid y una más en el United.

El detalle define a la persona tanto como esas declaraciones al acabar el partido en la que ponía en duda su futuro de blanco. Ni siquiera en un día de alegría colectiva, uno en el que él había aportado más bien poco, era capaz de confundirse con el entorno y ser simplemente uno más dentro de la felicidad del grupo. Necesitaba reivindicarse él, hablar de él, y sacar pecho. Porque todo eso es Cristiano Ronaldo. Ese ego desmesurado, no hay otra forma de definirlo, es uno de los muchos motivos que le han convertido en un goleador bestial, uno de los más grandes jugadores de la historia blanca. También es el motivo por el que hoy, muchos aficionados, están casi aliviados ante la posibilidad de que la estrella salga del club. Por más extraño que en teoría suene.

Foto: Los jugadores de la Juve recriminando a Ronaldo una acción. (EFE)

Y es que los análisis matemáticos no siempre coinciden con los que dicta la piel. El aficionado madridista lleva nueve largos años alegrándose con todos y cada uno de los goles de Cristiano, porque eran goles de su equipo, pero la relación con la estrella ha sido siempre difícil. Es, quizá, el mejor jugador de la historia del club, solo Di Stéfano podría discutirle, ha marcado la imposible cifra de 450 goles en 438 partidos, los títulos de esta década se explican, casi todos, desde su voracidad. Pero no son más que cifras en el papel y experiencias del pasado. El crack lo es por derecho propio, pero la palabra ídolo, que en buena lógica tendría que ir aparejada a su currículum, no termina nunca de cuajar. El mejor, sin duda, pero el amor es otra cosa.

Es un tema de carácter, que con los años no ha ido mejor aunque en su momento intentaran enderezarle. A estar alturas ha quedado claro que la cosa más importante del mundo para Cristiano Ronaldo, esa a la que dedica su primer pensamiento de la mañana y que va articulando el resto de su día como su absoluta prioridad, no es más que el propio Cristiano Ronaldo. Es un narcisismo diagnosticable, de esos que riegan todas las facetas de su vida y que le llevan, al final, a ponerse siempre por delante de lo colectivo. Lo que es peor, por delante de la institución a la que representa, que es eso y no otra cosa lo que los aficionados no terminan de aceptar.

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Cristiano Ronaldo celebra su última Champions. (Reuters)

La senda de Mourinho

Le pasaría en cualquier club, porque los hinchas se parecen mucho de un estadio a otro, pero probablemente la cosa se multiplica cuando se habla del Real Madrid, el club más orgulloso, el que tiene la historia llena de medallas y una concepción de sí mismo enorme, como si nada ni nadie pudiese ser más grande. De hecho, es argumentable que el club de Concha Espina sea la institución deportiva más grande del planeta. Como para pedirle al hincha que valore más a un miembro que a ese conjunto glorioso.

Algo similar le ocurrió a Mourinho, que llegó al Madrid con la idea de hacer lo que había hecho en el Inter, el Chelsea o el Oporto, que no es otra cosa que tratar de ponerse por encima de todo lo demás. En su caso más que ego, que también, era estrategia, pero en Chamartín no le sirvió, por más años que hubiesen pasado de la última Copa de Europa, que en realidad tampoco eran tantos, no se le pueden dar las llaves del estadio a alguien que, por más éxito que tenga, se considera por encima que su entorno.

Cristiano Ronaldo escuchaba silbidos y no entendía qué pasaba a su alrededor. Es complejo meterse en la cabeza del artista, pero sus gestos y aspavientos gritan que no le gustaba. Y es lógico ¿cómo puede un estadio tener tan poca memoria para abroncar a alguien que es un futbolista de su calibre? La poca paciencia del Bernabéu era la manera de revolverse ante su forma de ser, porque cuando le ven piensan que solo se besaría el escudo si en el blasón apareciese su silueta reflejada.

Los más expertos del lugar —mi padre me mataría si los llamase viejos— recuerdan que de allí se fue Di Stéfano y nada pasó. Él, que era un líder nato, discutió con Bernabéu y se marchó con un buen recuerdo, pero sin mayores dramas. Ya era un jugador de cierta edad y el mejor fútbol se le había quedado a la espalda. Él, a diferencia de Cristiano, sí podría haber dicho que estaba por encima del club. Fue él quien lo catapultó a la primacía europea, el lugar en el que todavía hoy descansan las glorias blancas. El luso es uno más en la cadena de montaje, alguien que ha embellecido y ayudado al Real Madrid a mantener su posición, pero cuando llegó el club ya era enorme y cuando se vaya, quizá en unas semanas, seguirá en su mismo lugar, esperando otros jugadores, otras estrellas, otros nombres que irán pasando con más o menos fortuna y que formarán parte de la leyenda, pero no serán más que la leyenda.

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Cristiano Ronaldo y Georgina. (EFE)

El riesgo de un contrato

No todo es pasión, el madridismo no llora por la marcha de Cristiano porque también cree, de algún modo, que lo mejor de su vida forma parte de su pasado. El próximo año cumplirá 34 años y en esto el juego es caprichoso, a partir de cierta edad empieza la cuenta atrás, lo que ya no sabes no lo aprenderás y lo que creías aprendido empezará a marcharse de tu arsenal de cualidades. Cristiano se ha cuidado con esmero durante toda su vida, es un excelente profesional, pero ninguno de sus muchos esfuerzos será suficiente para detener el paso del tiempo. Esas cosas, simplemente, no ocurren.

Los defensores de Cristiano arguyen con razón que ha marcado más goles que nadie antes con esa camiseta, que ha sido el jugador más trascendente de su generación e importante para que el Real Madrid siga siendo el Real Madrid. Pero en esto hay un error de concepto, todos esos goles ya están pagados a su precio, el siguiente contrato no costeará eso sino los goles que tenga que marcar con 34, 35, 36 o 37 años. Firmar un papel conlleva un riesgo, cubrir de dinero a alguien que va perdiendo la edad de futbolista es algo que siempre se debe tener en cuenta. La indiferencia de buena parte del madridismo ante un posible traspaso también se explica con eso.

Foto: Harry Kane, celebrando el gol a Colombia en octavos. (EFE)

En las oficinas del Madrid extienden el mensaje de que quieren que salga bien, algo que no es costumbre en la casa. Les gustaría un abrazo y un homenaje, aunque en este momento parece imposible que todo eso se dé con sinceridad. Porque Florentino y Cristiano, dos personalidades rotundas, han dejado de quererse, no se perdonan gestos y detalles, también porque uno y otro siempre pensaron estar por encima de todo lo de su alrededor. Sería magnífico un estadio dando cariño a quien tanto se ha esforzado en el club. Pero no es probable que ocurra.

Quedarán las fotos, los vídeos y los recuerdos, una de las relaciones más fructíferas que ha dado el fútbol. Quedaran las Copas de Europa de la que es la segunda época dorada del madridismo. Tiene un hueco en la historia del Madrid, pero es una parte, no el todo. Eso que él no entendió y mucha gente jamás le perdonó. Un grande muy grande, pero quizá nunca un madridista. Por eso los silbidos y la indiferencia.

Un repaso minucioso de las fotografías de la última celebración del Real Madrid, la de la última Champions, deja una imagen que se repite y necesita explicación. Es Cristiano Ronaldo, que siempre que ve una cámara saca la mano abierta mostrando los cinco dedos. Cinco, cinco, cinco. No importa que esté él solo con la copa, con sus hijos o en la multitudinaria —e histórica— foto en la que se juntaron los campeones continentales de fútbol y baloncesto, todos bajo el paraguas del mismo club. En esa también está Cristiano, tumbado rodeado de la multitud, con la mano abierta y una sonrisa pétrea para la posteridad. ¿Cinco? ¿Por qué cinco? Pues porque esas son, exactamente, las Champions que ha logrado el luso. Cuatro con el Madrid y una más en el United.

Cristiano Ronaldo