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Las experiencias que aprendí en el Everest: así es la vida a 5.000 metros y -28 grados
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Las experiencias que aprendí en el Everest: así es la vida a 5.000 metros y -28 grados

Estas Navidades no he comido roscón de Reyes ni cordero en Nochebuena, pero me tomé unas uvas (enlatadas) a 4.700 metros y bajo el cielo estrellado del Himalaya. Esta es mi experiencia

Foto: El grupo en el campo base del Everest. (Foto: Víctor García).
El grupo en el campo base del Everest. (Foto: Víctor García).

Ocurrió de madrugada. Di una vuelta en el saco de manera algo brusca e inmediatamente se interrumpió mi sueño. Debí coger aire para superar un sofoco temporal, como el de después de un fuerte esprint, y así continuar durmiendo entre medias de la ropa que usaría a la mañana siguiente. Metía todo dentro del saco junto a la botella de agua y las toallitas para que no se congelaran. Fuera hacía -28 °C y en la habitación del lodge de Gorakshep, a 5.160 metros de altura, unos -5 °C. Estas han sido unas Navidades diferentes: así he pasado dos semanas por el Himalaya, en la región nepalí de Khumbu, merodeando el Everest. Sabía lo que me podía encontrar en cuanto a paisajes e iba preparado contra el frío en la montaña, pero hubo mucho aprendizaje del día a día para adaptarme a estas complejas condiciones.

"Feliz Navidad", leía mensajes en mi móvil desde Namche Bazar (3.500 m) los días 24 y 25 en un país, Nepal, que vive en 2075 y que cambia de año en abril ('Buddha rules'). Esas noches, mientras imaginaba a España como una enorme mesa de cena, mis cuatro compañeros de viaje y yo nos alimentábamos de dal bhat (arroz con lentejas y verduras) por enésima vez y comenzábamos a comprobar cómo las noches iban a ser duras fuera del saco y del 'living room' del 'lodge', tanto que si dejabas las toallitas fuera del mencionado saco se congelaban... Y eso no podía ser porque este accesorio era uno de los únicos lujos que nos podíamos dar en una aventura en la que pasamos prácticamente dos semanas sin una ducha.

placeholder Pasamos prácticamente dos semanas sin una ducha. (Foto: Víctor García)
Pasamos prácticamente dos semanas sin una ducha. (Foto: Víctor García)

Mierda de yak para calentarse

El objetivo era llegar al Campo Base del Everest (5.360 m), subir el Kala Pathar (5.445 m), cruzar por un glaciar hasta el Chola Pass (5.349 m) y ascender el Gokio Ri (5.430 m) para disfrutar de una de las mejores vistas de nuestras vidas. Todo esto en invierno, con temperaturas que oscilaban por el día entre los -5 y los -15 °C, por la noche rondamos una vez los -30 °C. "¡Qué necesidad!", exclamábamos prácticamente cada día alguno pensando en las comodidades y comilonas de estas fechas en España. Pero era salir del 'lodge', comenzar a caminar y todo merecía la pena.

Y es que en los 13 días que duró nuestra marcha entre ochomiles —divisamos el Everest, Lothse, Cho Oyu y Makalu, además de otros como el Nuptse, Pumori o el precioso y técnico Ama Dablam— lo más duro eran los tiempos de transición: el cambio de la ropa de 'trekking' a la del 'lodge', una que estuviera seca (normalmente de lana de Merino que evitar malos olores) para no caer resfriados (además de un plumas de grosor considerable) y el cambio por la mañana para volverse a enfundar la ropa del 'trekking'. Las manos se congelaban guardando el saco o cogiendo cualquier prenda en la habitación que llevara un tiempo colgada en una percha. Se intentaba estar el menor tiempo posible en la habitación y pasar la máxima cantidad de minutos en el 'living room', que tenía una estufa a base de madera en 'lodges' situados a menos de 4.000 metros y de excrementos de yak a partir de dicha altura. Entre la mierda del animal y el queroseno utilizado para que prendiera, en algún alojamiento el olor del salón se hacía algo angustioso, aunque soportable.

placeholder Una chimenea de mierda de yak. (Foto: Víctor García)
Una chimenea de mierda de yak. (Foto: Víctor García)

Lavarse los dientes era el momento higiénico del día, aunque algunas veces realizamos el proceso con té o agua caliente que nos daban en el alojamiento porque mojarse la mano con agua del 'tiempo' significaba perderla (mano) durante unos minutos, teniéndonos que poner manoplas o el mejor de nuestros guantes para recuperarla.

Otro momento crítico similar llegaba en el obligado momento de beber agua. El mal de altura (y los posibles edemas) se combate a base de dar pasos cortos y a un ritmo tranquilo, además de beber abundante agua (consumíamos cerca de cuatro litros diarios) y orinar mucho. Con temperaturas negativas las botellas de agua debían estar dentro de las mochilas para que no se congelaran, con lo que estas operaciones se convertían en un poco más incómodas de lo normal, pero debían realizarse sí o sí. Por las noche, como era normal despertarse en mitad del sueño, aprovechaba para beber agua, asumiendo las consecuencias de levantarme para ir al baño. Después de la primera semana decidí suprimir el suplicio de caminar por un pasillo gélido en mitad de la noche para evacuar y prefería despertarme con un severo dolor de cabeza matinal (deshidratación, congestión...) y arreglarlo bebiendo medio litro de agua antes de salir del saco.

Sabía que, en ocasiones, hay gente a la que se le cierra el estómago en altura. No sé si fue eso o que comer y cenar pasta/dahl bat durante tantos días logró que la hora de la comida se convirtiera a mitad de la aventura en una especie de tortura. Intentaba alimentarme aunque no tuviera ganas. No me podía permitir el lujo de no comer o vomitar porque la batería debía cargarse mínimo tres veces al día con desayuno, comida y cena. En el ecuador de esta experiencia, cambié el desayuno (dejé los huevos fritos con tostadas y adopté el muesli y cereales) y en lugar de dahl bat les pedía 'spanish dahl bat', que era arroz a la cubana. Pronto alguno de mis compañeros de expedición —y algún que otro español que nos cruzamos por el camino— se apuntaron a pedir este plato.

placeholder Uno de los paisajes de los que disfrutamos en nuestro viaje. (Foto: Víctor García).
Uno de los paisajes de los que disfrutamos en nuestro viaje. (Foto: Víctor García).

Los dos momentos malos

Tuve dos momentos malos: uno el segundo día —de Phakding a Namche Bazar— en el que debí comenzar a ingerir una pastilla de sales (gracias, Doctor Pinto) antes de partir, y el otro después de haber tenido el subidón de alcanzar el Campo Base del Everest. Muchos meses preparando e imaginando ese momento, decenas de documentales y vídeos en los que había visto esa casilla de salida de dónde parten los héroes y quizás, después de lograr el principal objetivo de estar allí, el cuerpo se vino abajo emocionalmente. El regreso al lodge fue una pesadilla de más dos horas en las que estaba literalmente fundido y sin ganas de hacer nada ni de estar allí. No obstante, sabía que la cena y la noche en el saco me haría ver todo de manera diferente a la mañana siguiente. Así fue y ascendí sin problemas el Kala Pathar, a unos -20 °C, mientras salía el sol. Espectacular.

En esa ascensión, muy lenta (el 'Despacito' de Luis Fonsi sonó irremediablemente en mi cabeza) me acordé de algunas expediciones en alta montaña —sietemil u ochomil— en las que alguno de los miembros se quedó arriba pereciendo sin que pudieran hacer nada sus compañeros... Si a 5.500 metros íbamos con la fuerza justa como para poder dar un paso por segundo y poco más, dos mil metros más arriba la idea de cargar con algo más que tu cuerpo puede costarte la vida... En ese momento de subida reforcé mi idea de que es respetable la decisión que cada uno tome en esa situación al límite. Mejor salvar una vida que perder dos.

Vaya ganas de ir al Himalaya en invierno

Lo peor de ir en esta época del año a este paraíso natural del parque de Sagarmatha (así es Everest en nepalí) era el frío, pero a cambio tendríamos los cielos más limpios del año y cinco veces menos de compañía turística que en temporada alta —primavera y otoño—.

Las 'penurias' anteriormente relatadas forman parte de una primera experiencia de tantos días a tanta altura. Es duro para alguien acostumbrado a las comodidades que brinda una ciudad o las posibilidades culinarias (de verdad, hablar de comida era un tema recurrente cada pocas horas...) que ofrece un país como España. Sin embargo, una vez que el cuerpo y mente ha descansado, y revisando las fotografías tomadas, los paisajes saboreados, los momentos vividos con mis compañeros, recordando los glaciares cruzados, los ríos helados y cascadas congeladas atravesadas, uno se queda con ganas de volver a pasear entre los rascacielos del Himalaya. Con ganas de descubrir picos más elevados y volver a toparse en el camino con gente tan diferente a la que uno está acostumbrado a cruzarse cada día.

placeholder En esta época hacía frío, pero a cambio teníamos los cielos más limpios del año y cinco veces menos turismo que en temporada alta. (Foto: Víctor García)
En esta época hacía frío, pero a cambio teníamos los cielos más limpios del año y cinco veces menos turismo que en temporada alta. (Foto: Víctor García)

Dejo los atascos en senderos y caminos estrechos de yaks, mulas, burros, sherpas y turistas por los de vehículos con pegatinas C, B, ECO, diésel y gasolina; los edificios naturales más impresionantes que jamás había visto por colmenas de una ciudad occidental; el "namaste" por el "hola, qué tal", el duro despertar del saco por otro más cómodo para ir a trabajar...

En la sesera se quedan decenas de momentos divertidos y emocionantes. Recuerdos únicos y experiencias vitales —más y menos agradables—. Quizás por todo este mix y las ganas de volver a ver a familiares y amigos (y de disfrutar de un buen plato de comida) la vuelta al cole tras las fiestas navideñas no se nos hará tan cuesta arriba a nuestro grupo. Regresamos valorando (una vez más) todo lo que tenemos en España y respetando todavía más a todos los alpinistas —sean de ochomiles, seismiles o sietemiles— que dedican su vida a este apasionante deporte.

¡Feliz 2019!

'Trekking' por el Everest

Etapa 1: Lukla (2.800 m) - Phadking (2.600 m)

Etapa 2: Phakding - Namche Bazar (3.440 m)

Etapa 3: Namche - Subida al Hotel Everest para aclimatarse (3.800 m) - Namche

Etapa 4: Namche - Denbuche (3830 m)

Etapa 5: Denbuche - Dinbuche (4.400 m) - Subida Nagarjum para aclimatarse (5.100 m) - Dinbuche

Etapa 6: Dinbuche - Logbuche (4.910 m)

Etapa 7: Logbuche - Gorakshep (5.158 m) - Campo Base del Everest (5.360 m) - Gorakshep

Etapa 8: Gorakshep - Kala Pathar (5.545 m) - Gorakshep - Logbuche (4.910 m)

Etapa 9: Logbuche - Zongla (4.800 m)

Etapa 10: Zongla - Chola Pass (5.349 m) - Thankga (4.730 m)

Etapa 11: Thankga - Gokio (4.750 m) - Gokio Ri (5.430m) - Gokio - Macharmo (4.400 m)

Etapa 12: Macharmo - Namche Bazar  (3.440 m)

Etapa 13: Namche - Lukla (2.800 m)

Ocurrió de madrugada. Di una vuelta en el saco de manera algo brusca e inmediatamente se interrumpió mi sueño. Debí coger aire para superar un sofoco temporal, como el de después de un fuerte esprint, y así continuar durmiendo entre medias de la ropa que usaría a la mañana siguiente. Metía todo dentro del saco junto a la botella de agua y las toallitas para que no se congelaran. Fuera hacía -28 °C y en la habitación del lodge de Gorakshep, a 5.160 metros de altura, unos -5 °C. Estas han sido unas Navidades diferentes: así he pasado dos semanas por el Himalaya, en la región nepalí de Khumbu, merodeando el Everest. Sabía lo que me podía encontrar en cuanto a paisajes e iba preparado contra el frío en la montaña, pero hubo mucho aprendizaje del día a día para adaptarme a estas complejas condiciones.

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