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El mate de Repsol y la pizza de Telefónica que el Gobierno no se quiere comer
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Agustín Marco

A Corazón Abierto

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El mate de Repsol y la pizza de Telefónica que el Gobierno no se quiere comer

Este país saldrá de la crisis por el empuje de los españoles que todos los días cultivan el sacrificado arte de buscarse la vida, dentro o fuera

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Este país saldrá de la crisis por el empuje de los españoles que todos los días cultivan el sacrificado arte de buscarse la vida, dentro o fuera de las fronteras. Pero si fuera por las señales que dan los que nos representan en los planos políticos y empresariales, tardaríamos décadas en ver la luz. Los ejemplos de la decadencia institucional se han multiplicado en los últimos siete días.

Basta con ver cómo se acomoda a José Antonio Griñán, que no valía para presidente de la manchada Junta de Andalucía, como senador con el único fin de mantener el coche oficial, la secretaria y todos los parabienes que sus ciudadanos no olerán en su vida. O las chapuzas de Pepe Goteras y Otilio (Dragados, léase Florentino Pérez) en el Congreso, que tanto duelen a Jesús Posadas, que también lleva más de treinta años vivienda de la teta oficial. O que Pescanova pase de las manos de un defraudador –Manuel Fernández de Sousa- a otro patriota –la familia Carceller- acusado por el juez Ruiz de evadir impuestos.

Sin olvidar la bochornosa derrota en el concurso para organizar los Juegos Olímpicos, donde el Gobierno perdió otro partido por incomparecencia. Un fracaso que ha pasado desapercibido, pero que tiene un coste mucho más alto que la amarga broma del relaxing cup of café con leche de la marquesita de Aznar y sus colaboradores. Ninguno de cuales, por cierto, ha presentado la dimisión después de un 3-0 incuestionable.

Ni Soria, ministro de Industria, ni Margallo, responsable de Exteriores, tuvieron a bien reunirse con algún miembro del Gobierno de Argentina para resolver la expropiación de Repsol en el reciente viaje multitudinario a Buenos Aires.

La otra prueba que no superó el Gobierno fue la de defender los intereses de Repsol. Pese a la amplía comitiva que acompañó a la orquesta madrileña en Buenos Aires, ningún miembro del Ejecutivo tuvo a bien sopesar si sería adecuado mantener una reunión con algún representante de la Casa Rosada para ver si, año y medio después del mayor conflicto empresarial entre ambos estados, hay algún posibilidad de solucionar el envite. Ni José Manuel Soria, que prefirió hacer footing por las calles bonaerenses, ni José Manuel García-Margallo, consideraron que los 10.000 millones que reclama Repsol a Argentina por el robo de YPF son un motivo suficiente para, aprovechando el masivo desplazamiento al otro lado del charco, tomarse un maté con sus homólogos latinoamericanos.  

Si recuerdan, tanto el ministro de Industria como el de Exteriores fueron los que a mediados de abril de 2012, vinieron a decir en una comparencia ad hoc que Cristina Fernández de Kirchner pagaría con creces la afrenta soberana. El canario, con semblante de entierro, dijo que se trataba de “una decisión hostil contra Repsol y, por tanto, contra España y contra el Gobierno español”, antes de adelantar que nuestro país adoptaría “en los próximos días medidas claras y contundentes". Antonio Brufau, que bastante tiene con repeler los ataques internos, aún está esperando alguna maniobra institucional de calado, al tiempo que observa como la disputa se extiende a México (Pemex) sin que el Gobierno acuda en su ayuda.

Un problema de soberanía empresarial que también amenaza con emerger en la volcánica Italia. Allí, Telefónica se juega una inversión de más de 4.000 millones de euros, de la que ha perdido cerca de dos terceras partes, y, sobre todo, la capacidad de decidir sobre la mayor operadora de telecomunicaciones del país, Telecom Italia. El presidente de la compañía va a proponer una ampliación de capital de 3.000 millones de euros para salvar al grupo de una situación decadente que no se puede alargar mucho en el tiempo.

Telefónica también tiene un incendio en Italia que exige que el Ejecutivo español tome partido ante el volcán que está a punto de explotar en el sector de las telecomunicaciones a nivel mundial

Una operación visada por el Gobierno local al que le han fallado sus dos socios transalpinos, Generali y Mediobanca –representado en España por el presidente de Endesa, Borja Prado-, dispuestos a dar la espantada como antes lo hizo Pirelli cuando en 2007 le metió el gol a Telefónica y sus socios al venderles el 23% de Telecom Italia. A Alierta, que no acertó en la inversión, le quieren hacer una envolvente que requiere responder con imaginación. O acude a la ampliación poniendo un dinero del que ahora no dispone por su afán en reducir deuda o le quitan el timón de una compañía que puede jugar un papel nada irrelevante en la reorganización del sector en Europa.

Hay una tercera opción, pero da algo de vértigo. Y es la fusión de Telefónica y Telecom Italia, matrimonio que requeriría de la colaboración gubernamental, que tampoco ha dado señales de vida en este asunto. Una transacción que pondría a la multinacional española en una posición de liderazgo a la espera de grandes fusiones –France Telecom, Deutsche Telekom y Vodafone aguardan al novio americano- que cambiarán el mapa del móvil en el Viejo Continente. Casamiento que, eso si, tendría sus implicaciones en Latinoamérica, porque obligaría a la nuestra a desinvertir en Brasil y, qué coincidencia, en Argentina por abuso de posición dominante al tener Telecom Italia dos filiales de peso en ambos mercados.

En ambas cuestiones, tanto la de Repsol, como la de Telefónica, el Gobierno debe dar un paso adelante. Hasta la fecha, han sido los empresarios los que con esas fotos oficiales que huelen a la naftalina, han arropado y disimulado las carencias del los chicos de Rajoy. Es hora de que éstos ejerzan el cargo, puesto que exige responsabilidad y obligaciones, no solo subirse al caballo oficial para gloria personal. Las riendas están para tomarlas.

Sean felices

Este país saldrá de la crisis por el empuje de los españoles que todos los días cultivan el sacrificado arte de buscarse la vida, dentro o fuera de las fronteras. Pero si fuera por las señales que dan los que nos representan en los planos políticos y empresariales, tardaríamos décadas en ver la luz. Los ejemplos de la decadencia institucional se han multiplicado en los últimos siete días.

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