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Mitos y leyendas de José María Castellano, el porquero de Amancio Ortega
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Agustín Marco

A Corazón Abierto

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Mitos y leyendas de José María Castellano, el porquero de Amancio Ortega

Cerrada la venta de Ono, conviene analizar los méritos de José María Castellano antes de elevarlo a los altares. Y los números no son tan celestiales

Hace muchos años, a principios de los ochenta, cuando Amancio Ortega todavía hacía batas, el veterano empresario gallego fue a las oficinas centrales de un banco local a pedir ocho millones de pesetas de la época para comprar un cargamento de telas que llegaba al puerto de Barcelona. El aventajado sastre quería un préstamo urgente de la entidad coruñesa porque consideraba que aquel telar era una oportunidad magnífica para su pequeño negocio. El directivo de la entidad financiera le dio el dinero, pero le dijo al sagaz tendero que necesitaba alguien que le manejara las cuentas, que le pusiera orden, alguien como un joven llamado José María Castellano, que aquel día estaba también en la sede de la caja gallega en representación de Piensos Sanders, una de las pujantes compañías de engorde de ganado y pollos.

Ortega se hizo con el pedido y fichó a Castellano, con el que forjó el imperio Inditex hasta que en 2005. Veintiún años después y tras una salida a bolsa que les hizo muy ricos a los dos, rompieron por algo tan humano como los egos. Castellano fue forzado a dimitir en septiembre de aquel ejercicio tras la intentona fallida por parte de unos empresarios gallegos -el hoy empobrecido Jacinto Rey- de comprar la histórica Unión Fenosa, que pasó primero a manos de ACS y después de Gas Natural. El dueño de Zara nunca le perdonó que su alfil le dejara fuera de aquella pomada y le abrió las puertas.

Castellano salió dolido e intentó, gracias al reconocimiento internacional que había adquirido por méritos propios, buscar lugares donde demostrar que el bueno de Inditex era él. Como no le faltaron ofertas, escogió grupos como Adolfo Domínguez y Tous, proyectos donde se implicó hasta el punto que invirtió algo de su gran fortuna. Especialmente en la empresa catalana, de la que llegó a ser dueño de parte de la filial en Portugal, donde esperaban un crecimiento que nunca llegó. Las jugadas no le salieron bien. El original modisto gallego acabó plegando velas en la expansión internacional para la que había incorporado a Castellano, mientras que los particulares joyeros de Manresa le conminaron a dejar el consejo de administración y a resolver de mala manera la relación contractual lusa.

La descomunal venta de Ono a Vodafone se atribuye al mérito de la gestión del que fuera exvicepresidente de Inditex, pero los números de la compañía cantan otra música bien distinta

Mientras tanto, se hizo un poco más rico con Fadesa y aceptó la presidencia no ejecutiva de Ono, una empresa donde los inversores financieros que la crearon –Eugenio Galdón y compañía- y los que la rebautizaron –los fondos internacionales tras la compra de Auna-  habían enterrado cantidades ingentes de dinero. Castellano, con un ERE de 800 personas de por medio, consiguió tranquilizar las aguas, convencer a los dueños de poner más dinero y pedir árnica a la banca ante la imposibilidad de devolver una deuda heredada de 3.200 millones. Cinco años y medio después, Vodafone ha pagado por el operador de telecomunicaciones 7.200 millones de euros, un precio descomunal que se ha traducido en suculentas plusvalías y que sus amiguetes explican por la gran gestión de Castellano.

Pero los números cantan otra música menos celestial. Cuando el catedrático suplió a Galdón y cogió las riendas de Ono, la compañía ingresaba 1.603 millones, con un Ebitda de 703 millones y unas pérdidas netas de 25 millones. Ahora que la ha traspasado a la multinacional inglesa, la empresa factura 1.598 millones y tiene un beneficio bruto de 686, con unos números rojos de otros 25 millones. En consecuencia, los datos concluyen que su gestión no ha mejorado mucho la convulsa administración de su antecesor, acusado internamente de adjudicarse demasiados privilegios.

Entonces, ¿cómo es posible que Ono, con los mismos ratios financieros o peores que hace cinco años, valga tanto? ¿Ha sido mérito de Castellano o calentón del mercado? Si se observa los múltiplos que Telefónica abonó por la alemana E-Plus, Verizon por el negocio americano de Vodafone; Liberty por la holandesa Ziggo y la propia Vodafone por Kable Deutschland, se puede colegir que hay más de lo segundo que de lo primero. Y que José María se ha beneficiado de un momento de mercado en el sector de las telecomunicaciones, donde los operadores están tomando posiciones para una consolidación que parece inevitable. Hasta Jazztel vale lo impredecible.

Mientras Inditex ha más que doblado sus cifras desde la marcha de 'Caste', el profesor ha cosechado una trayectoria más que dudosa en Adolfo Domínguez, Tous y Novagalicia en su afán por recuperar el crédito que le quitó Ortega

Se ha aprovechado tanto que él y otros directivos se van a llevar un pelotazo de 200 millones de euros con unas stock options que sólo concedió a un número limitado de privilegiados. Aunque el equipo médico habitual de Castellano canturrea que siempre trató de tú a tú a los empleados, cosa que es cierta, no es menos verdad que la segunda línea directiva de Ono tiene un cabreo monumental por haberle dejado fuera de un premio gordo que, tras hacerse público, ha enconado a los sindicatos. Sobre todo porque saben que son carne de cañón de las sinergías de Vodafone.

Y, ¿qué ha hecho Inditex desde que Castellano voló por libre? Pues en 2005, la compañía textil facturaba 6.741 millones y ganaba 803 millones, cifras que se han multiplicado considerablemente –casi 2,5 veces- hasta los 16.724 y 2.377 millones, respectivamente, en 2013. Lo cual quiere decir que, que sin quitarle un ápice de mérito a la etapa de Caste, Zara y el resto de marcas han sobrevivido bastante bien sin la aportación de José María, que, por el contrario no mejoró los números de Ono y fracasó estrepitosamente en el intento de rescate del barco a la deriva que era Novagalicia.

Por la Xunta aún están esperando los 1.000 millones que prometió, mientras los empresarios gallegos que pusieron la pasta para contribuir a la maniobra aún imploran la pérdida de todo el dinero que invirtieron por el encantamiento de Castellano. Evidentemente, Ortega no picó en el anzuelo, se negó a rascarse el bolsillo porque sabía que la operación perseguía principalmente recuperar el mancillado crédito regional de su ex que, como Rodrigo Rato en la extinta Caja Madrid, querían su porción de gloría. Aunque las comparaciones son odiosas porque el gallego, a diferencia del exministro, fue un gestor hecho a sí mismo, con una fortuna ganada a base de trabajo, sin necesidad de recurrir al podrido Sistema, sus ganas de revancha le han marcado una última trayectoria mucho menos brillante. La historia habla por sí sola.

PD: Quebrar un banco nunca fue tan rentable. Tres consejos de administración, tres sueldos, tras un agujero de 23.000 millones con cargo a nuestro bolsillo. Gracias al señor Fainé por contribuir, con el fichaje de don Rodrigo, a aligerar las listas del paro.

Hace muchos años, a principios de los ochenta, cuando Amancio Ortega todavía hacía batas, el veterano empresario gallego fue a las oficinas centrales de un banco local a pedir ocho millones de pesetas de la época para comprar un cargamento de telas que llegaba al puerto de Barcelona. El aventajado sastre quería un préstamo urgente de la entidad coruñesa porque consideraba que aquel telar era una oportunidad magnífica para su pequeño negocio. El directivo de la entidad financiera le dio el dinero, pero le dijo al sagaz tendero que necesitaba alguien que le manejara las cuentas, que le pusiera orden, alguien como un joven llamado José María Castellano, que aquel día estaba también en la sede de la caja gallega en representación de Piensos Sanders, una de las pujantes compañías de engorde de ganado y pollos.

Amancio Ortega Adolfo Domínguez José María Castellano