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Rodrigo Rato, el proscrito de oro blindado por sus colegas
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Agustín Marco

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Rodrigo Rato, el proscrito de oro blindado por sus colegas

Cuando Rodrigo Rato dejó por sorpresa el Fondo Monetario Internacional (FMI) a mediados de 2007 lo hizo con la coletilla que todo lo explica y nada

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Cuando Rodrigo Rato dejó por sorpresa el Fondo Monetario Internacional (FMI) a mediados de 2007 lo hizo con la coletilla que todo lo explica y nada aclara de “por motivos personales”. Es la frase con la que los directivos que salen por la puerta de servicio tratan de justificar que les han cortado la cabeza por asuntos pocos claros. En el caso de la espantada del exministro de Economía y Hacienda del organismo mundial la explicación se ajustaba totalmente a la realidad: se largaba de Washington DC por amor y por dinero.

La versión que corría por aquellos tiempos es que Rato se volvía a Madrid para estar más cerca de su pareja y para “hacer un poco de fortuna”, que había pasado mucho tiempo en la Administración y con aquello no se llenaba el granero. El sueldo de ministro no daba para mucho y los algo más de 300.000 euros limpios del FMI no le permitían llevar el ritmo de vida suficiente. Ay, esos regalitos de Louis Vuitton.

Nada más aterrizar en Madrid, Rato fue acogido por su amigo Jaime Castellanos, que le nombró banquero de primera fila en Lazard, por Emilio Botín, que lo aupó al consejo internacional del Santander, y por Isidro Fainé, que lo colocó en Criteria Caixabank como presidente del consejo asesor. Pero todos estos cargos no dejaban de ser platos de segunda fila. Poco oropel para un hombre que cuando daba una conferencia en el Ritz o en el Palace el público asistente enmudecía, incluidos los políticos del PP, en especial, los que ahora le han sacrificado, Cristóbal Montoro y Luís de Guindos. Había patadas para asistir a sus homilías.

Su trayectoria en la caja y después en Bankia es de todos conocida: sueldo de 2,3 millones al año, más 550.000 euros en aportaciones a su plan de pensiones, 300.000 inversores particulares pillados en la salida a bolsa y entidad financiera rescatada con 22.000 millones de los contribuyentes, cheque que tardaremos años en pagar. La nacionalización le puso en la calle, pero por poco tiempo. César Alierta lo recuperó para otro consejito de postureo de la teleco. Lo mismo hizo poco después el Santander y más tarde Caixabank para su inmobiliaria Servihabitat. A diferencia de cuando salió del FMI, ahora no podía exigir galones más altos. Estaba y está imputado (ahora por partida doble), mancha que le impedía entrar en los consejos de administración de ninguna de estas tres compañías por motivos de gobierno corporativo, para evitar demandas de inversores institucionales y por el qué dirán. En los consejos de asesores o de filiales cobraba menos, pero cobraba, y sin responsabilidades legales.

Lo cierto y lo peor para Rato de este quite de TPG es que ha quedado como un proscrito, ya que asociarse con él se traduce en formar parte de la cuadrilla que ha esquilmado al país. Por eso, cuando Servihabitat sopesó que para poder quedarse con la gestión de los miles de millones en activos inmobiliarios que está subastando la Sareb la presencia del enamorado exministro sería un obstáculo, decidieron guillotinarlo. ¿Cómo se iba a adjudicar a una empresa administrada por Rato la gestión de los inmuebles procedentes en su mayoría de los embargos de Bankia? Un despropósito sideral. Los de TPG, asesorados por Alfonso Cortina, otro que el ex del FMI colocó en la presidencia de Repsol cuando el PP llegó al poder en 1996, en lugar de hacerle un favor, le habían dado la puntilla.

Más aún, se han encargado de llamarle para saber cómo está, si necesita algo -cobra casi 60.000 euros al año de pensión vitalicia del FMI- o cómo buscar una salida si la cosa se pone muy fea cuando la próxima semana pasen por la Audiencia Nacional. Un campo de batalla que no asusta a Alierta ni a los Botín, que siempre salieron indemnes cuando un juez les pidió que rindieran cuentas. Y si demostraron que habían cometido un delito grave, como sucedió con el seguidor del Real Zaragoza, resulta que había prescrito. Normal. El juicio final se celebró a los 13 años de sucederse los hechos (comprar acciones con información privilegiada).

Mientras esperan acontecimientos, Rato y José Manuel Fernández Norniella, el fontanero de negro de una de las etapas más oscuras de la economía española, siguen con su tren de vida, tomando café en el Wellington, un cinco estrellas situado en la calle Velázquez de Madrid, al lado del Retiro, el habitual hotel donde se alojan los toreros con más caché de la plaza. Bravura no les falta. Y dinero tampoco.

Cuando Rodrigo Rato dejó por sorpresa el Fondo Monetario Internacional (FMI) a mediados de 2007 lo hizo con la coletilla que todo lo explica y nada aclara de “por motivos personales”. Es la frase con la que los directivos que salen por la puerta de servicio tratan de justificar que les han cortado la cabeza por asuntos pocos claros. En el caso de la espantada del exministro de Economía y Hacienda del organismo mundial la explicación se ajustaba totalmente a la realidad: se largaba de Washington DC por amor y por dinero.

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