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El hidrógeno: realidad y mito
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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

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El hidrógeno: realidad y mito

Hoy por fin entramos en faena. ¿Qué les parece si hablamos un poco acerca del hidrógeno? No teman. No voy a entrar en muchos tecnicismos. Si

Hoy por fin entramos en faena. ¿Qué les parece si hablamos un poco acerca del hidrógeno? No teman. No voy a entrar en muchos tecnicismos. Si les aburro me avisan. Escribir es fácil. Escribir bien es un poco más difícil. Pero contar de forma sencilla asuntos complejos, de forma más o menos rigurosa, y que al menos lo entienda el que lo ha redactado, les puedo asegurar que es complicado. Lo vamos a intentar.

 

El hidrógeno como gas puro no existe de forma natural en la naturaleza, no lo podemos extraer de las profundidades como el petróleo o el gas, protagonistas absolutos de la civilización troglodita (*) que nos acoge. Hay que producirlo.

Hay diferentes métodos para hacerlo, no voy a entrar en ellos de momento no sea que salgan huyendo, puede que más adelante. Una vez que ya tenemos el hidrógeno lo podemos llevar donde queramos aunque la tecnología necesaria para hacerlo sea más compleja que la que utilizamos para transportar hidrocarburos, más parecida a la del gas natural. El hidrógeno se puede almacenar y transportar, bien en forma líquida a 252,8 ºC bajo cero; o bien mediante botellas de gas a una presión setenta y cinco veces superior que la atmosférica, por ejemplo, con lo que una botella con mil litros de hidrógeno gaseoso pesaría únicamente unos seis kilogramos (sin contar la botella).  

Cada kilogramo de hidrógeno produce la misma energía que unos tres kilogramos de gas-oil o gasolina. Una vez en destino puede mover el autobús, coche, tren, avión o cualquier otro artefacto y a cambio suelta vapor de agua cuando se genera en células y NOX si se quema. Idílico. No. Al final lo que hemos conseguido es que los potenciales efectos nocivos se queden en el lugar de fabricación y no en el de consumo. Como con la energía eléctrica.

¿Por qué? Porque como el hidrógeno hay que fabricarlo, lo acabamos de decir, y aquí está el “pero”, y por tanto el debate. La energía del hidrógeno es tan ecológica como la fuente de energía que para ello necesita, hoy por hoy energías convencionales - incluyo aquí las renovables actuales - menos las pérdidas, muy importantes, de todo el proceso, incluida la compresión, licuefacción, transporte, almacenaje y distribución final. Y por ello siempre será más caro.

Es muy fácil decir, mi hidrógeno que se fabrique con renovables, que yo soy muy ecológico. La vida real no resulta tan sencilla. En definitiva seguimos maltratando al entorno, eso sí, no lo vemos, en algún lugar desconocido para nosotros, allá donde se genera. ¿Pura hipocresía? De momento.

Fabricar el hidrógeno es caro, aunque como siempre las mejoras tecnológicas y las economías de escala tenderán a reducirlos. Su rendimiento es bajo. ¿Qué es el rendimiento? Pues que para fabricar un único kilowatio de hidrógeno limpio necesitamos consumir alrededor de dos o tres kilowatios de energías convencionales (**), bien sean renovables o no. Todo un derroche.

 

El futuro del hidrógeno

Pero el hidrógeno podría tener aplicaciones muy interesantes en el futuro, no deberíamos descartarle tan rápidamente. Probablemente no será la panacea, pero algo ayudará.

¿Como? Imagínense que algún día sea posible aprovechar de forma masiva la energía de las corrientes marinas allá en alta mar, que la fusión nuclear sea una realidad o las megacentrales solares en el Sahara, alejadas de los centros de consumo. En esos casos el hidrógeno producido por cualquiera de esos métodos u otros que se pudiesen imponer, podría ser un complemento perfecto, ya que esas centrales proporcionarían energía de forma menos contaminante que se podría transformar en hidrógeno y de esta forma transportar hasta las redes de hidrolineras donde se abastecerían los vehículos. (Repetimos: menos. Todas las energías sin excepción producen contaminación y tienen efectos secundarios, de una forma u otra, en mayor o menor medida, nos guste o no nos guste).

También podría ser útil para almacenar, a pesar de su elevado coste, la energía producida por las centrales domésticas durante determinados picos de producción, por ejemplo de energía eólica o solar convencional, y que la demanda del momento no pudiera absorber.

Mientras tanto, y con el fin de que su tecnología pueda madurar, se debería seguir investigando para así mejorar el rendimiento del ciclo del hidrógeno y de sus aplicaciones. Para ello se deberán dedicar durante los próximos años importantes recursos. El debate no debería consistir en si se fomenta o no el hidrógeno.  El debate que sugeriría es el siguiente: ¿cómo fabricamos el hidrógeno?

 

 

(*) Según acepción del diccionario de la RAE, el término “troglodita” significa entre otras cosas “muy comedor”. Creo que podemos aplicarle perfectamente. Somos unos devoradores de energía cada día más glotones e insaciables que acabaremos feneciendo de empacho si no tomamos medidas.

 

(**) Para los más técnicos: el rendimiento en la fabricación hoy en día, con el método más eficiente, es del orden del 75%; el de la compresión del 80%; el de la licuefacción 60%; el del transporte 90%; y, finalmente, el del almacenamiento un 90%. Todos aproximados. Y como las pérdidas se suman, el rendimiento global de todo el proceso estaría, según cada circunstancia particular, en el entorno del 30 % al 50 % en el mejor de los casos. A la presión atmosférica, la masa del hidrógeno gaseoso es de 0,0899 kg/m3.

Hoy por fin entramos en faena. ¿Qué les parece si hablamos un poco acerca del hidrógeno? No teman. No voy a entrar en muchos tecnicismos. Si les aburro me avisan. Escribir es fácil. Escribir bien es un poco más difícil. Pero contar de forma sencilla asuntos complejos, de forma más o menos rigurosa, y que al menos lo entienda el que lo ha redactado, les puedo asegurar que es complicado. Lo vamos a intentar.