Es noticia
La verdad sobre el cambio climático (y III)
  1. Economía
  2. Apuntes de Enerconomía
José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

Por

La verdad sobre el cambio climático (y III)

Podríamos dedicar toda la eternidad a discutir si el cambio climático es un fenómeno natural o si es obra de los humanos; si nos enfrentamos a

Podríamos dedicar toda la eternidad a discutir si el cambio climático es un fenómeno natural o si es obra de los humanos; si nos enfrentamos a un calentamiento o un enfriamiento global; si son galgos o son podencos. Hay, sin embargo, otras cuestiones que pueden hacer que este debate científico, aunque apasionante y necesario, pueda llegar a ser incluso secundario.

 

Los cambios climáticos que está sufriendo nuestro planeta, reales cualesquiera que sean aunque a alguno le disguste admitirlo, beneficiarán a algunos pero perjudicarán a muchos más. Un aumento aunque sea pequeño de las temperaturas produce mayor irregularidad en las lluvias y un peor reparto. Se piensa –generalizando- que las zonas húmedas del globo podrían volverse más húmedas, y las secas, más secas. Si leen el número de Abril de la edición española de la revista National Geographic -como siempre muy interesante- y se centran en los apartados referidos a Australia y las lluvias y cambio climático, verán como el cambio de las pautas del clima y la irresponsable actuación humana –progreso se denomina- están creando grandes catástrofes ecológicas en muchos lugares de la Tierra y empobreciendo a sus habitantes. Los efectos del cambio climático no son uniformes, y lo mismo que ciertas regiones, como Siberia o el Norte de Europa podrían verse beneficiadas por él, otras muchas, la mayoría zonas de gran densidad de población, tendrán grandes problemas en el futuro. España, sobre todo su mitad Sur y la zona Mediterránea tienen todas las papeletas para una mayor desertización. Y las aberraciones urbanísticas, sobre todo las cometidas en primera línea de playa, junto con los excesos en la agricultura, entre otros, nos pasarán merecida factura. Leyendo los mencionados artículos, podrán comprobar que no somos los únicos; muchos de los países impropiamente llamados avanzados –sin mencionar a otros tantos que no disfrutan de tan dudoso honor- competimos arduamente por el liderazgo mundial en burrología medioambiental, estando muy reñido el primer puesto de la clasificación. Desgraciadamente,  la codicia y la inconsciencia, tan humanas, suelen ser las disciplinas dominantes en tan boyante ciencia.

 

El planeta que habitamos es un inmenso basurero global. Acompañando al CO2 esparcimos diariamente gran cantidad de partículas nocivas y contaminantes. Podríamos profundizar otro día y así deprimirnos todos un poco. Esos hongos de mierda –con perdón- que envuelven a los que habitan las grandes ciudades; toda la porquería que va a parar a los mares y los océanos; la mayoría de los ríos enfermos o ya muertos… Ojos que no ven corazón que no siente, dice el sabio refrán. Seguro que si todos los días le volcasen un contenedor de basura en sus narices o a la puerta de su casa se enfadaría. Pero la contaminación ambiental, como no la ve, no le afecta. O eso cree… Según recientes estudios, la fertilidad de las parejas que se han criado y viven en grandes ciudades o zonas industriales contaminadas es muy inferior a las que no han estado tan expuestas a ambientes tan nocivos. ¡Luego a alguno sí! Las alergias, aunque se desconoce casi todo acerca de ellas, curiosamente afectan a las mismas poblaciones y van en preocupante aumento. ¡Qué casualidad! ¿Seguimos…? Por cierto, los costes que generan todos estos daños colaterales del “progreso”, ¿quién los paga?

 

Antes o después nos enfrentaremos a crisis energéticas sin precedentes; se desarrollarán de forma paralela a continuos conflictos por el agua. Si no desarrollamos una gestión de los recursos hídricos más lógica y eficiente, una cultura del ahorro; si no realizamos una transición continua y sosegada pero con paso firme hacia un nuevo paradigma energético y económico post fósil, hacia las energías renovables, sean cuales sean las que se impongan en el futuro –esperemos que algo más y mejor que las actuales-, mucho antes de que el petróleo y el gas terminen por desaparecer, y posteriormente lo haga el carbón; si no aparcamos la codicia y el corto plazo, nuestro propio egoísmo; la estupidez de los políticos y la cerrazón mental de muchos mal llamados ecologistas. Si, en definitiva, no recuperamos la sensatez, la competencia por los cada vez más escasos recursos disponibles, las tensiones entre la oferta y la demanda producirán enormes oscilaciones en los precios, periódicos problemas de abastecimiento que se traducirán en crisis endémicas y mayor inestabilidad mundial.

El trinomio crecimiento económico-aumento desaforado del consumo energético-mayor deterioro del entorno es insostenible. La geoestrategia del futuro dependerá de cómo evolucione. De momento no somos mejores que una plaga de langostas global que engulle todo allá por donde pasa, que engorda para acabar muriendo. Necesitamos cambiar el signo de la ecuación, una nueva economía –a ser posible algo diferente de la hilarante nueva economía de las postrimerías del siglo pasado, ¿ya no se acuerdan?-.

 

En definitiva, e independientemente de la verdad de cada uno sobre el cambio climático, si reducimos las emisiones, si racionalizamos el consumo energético y la utilización de los recursos naturales, si nos dedicamos a fomentar un crecimiento más lógico y más humano, contribuiremos automáticamente a mejorar la salud del planeta y la nuestra, a disfrutar de una mayor sostenibilidad y mejor calidad de vida, a reducir los conflictos. Con ello no arreglaremos el problema energético de fondo –si no somos capaces de desarrollar nuevas tecnologías ni utilizar más sensatamente las actuales-, pero mejoraremos el problema medioambiental, aliviaremos la pobreza del futuro.

Estamos en una encrucijada. Tenemos dos posibles caminos a seguir. O empezamos a cambiar nuestros hábitos de vida por otros más sanos, poco a poco, de forma inteligente y práctica con lo que  la naturaleza nos acabará recompensando; o ella misma nos forzará a cambiar, se tomará su justa venganza y acelerará nuestra decadencia. En nuestras manos está. 

En tres entregas, y admitiendo que el planteamiento ofrecido es totalmente discutible y no muy científico –aunque más riguroso que otros muchos discursos que pretenden serlo-, se ha intentado que fuese ante todo ilustrativo; unas pinceladas acerca de los problemas y los retos que nos esperan. Abrir un melón y generar debate. Cada párrafo podría dar lugar a más de un artículo y a infinitos argumentos. En ello nos empeñaremos.

 

 

Podríamos dedicar toda la eternidad a discutir si el cambio climático es un fenómeno natural o si es obra de los humanos; si nos enfrentamos a un calentamiento o un enfriamiento global; si son galgos o son podencos. Hay, sin embargo, otras cuestiones que pueden hacer que este debate científico, aunque apasionante y necesario, pueda llegar a ser incluso secundario.