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El juramento hipocrático de Harvard o la tragedia de lo común
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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

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El juramento hipocrático de Harvard o la tragedia de lo común

¡Cáspita! Resulta que Charles Darwin va a tener razón. ¡La especie humana evoluciona! ¡Hasta los más preclaros gestores lo van a hacer!Se ha publicado una propuesta,

¡Cáspita! Resulta que Charles Darwin va a tener razón. ¡La especie humana evoluciona! ¡Hasta los más preclaros gestores lo van a hacer!

Se ha publicado una propuesta, procedente de la Escuela de Negocios de Harvard, de un juramento hipocrático que los nuevos flamantes Máster del Universo (conocidos como MBA) deberían realizar. Incluye el juramento, entre otras cosas, lo siguiente: I will strive to create sustainable economic, social, and environmental prosperity worldwide. Traducido por ellos mismos: “Que buscaré crear prosperidad económica, social y ambiental para todo el mundo”.

Para acto seguido estropearlo: “Sustainable prosperity is created when the enterprise produces an output in the long run that is greater than the opportunity cost of all the inputs it consumes”. Algo así como: prosperidad sostenible es creada cuando la empresa produce unos outputs en el largo plazo mayores que el coste de oportunidad de todos los inputs que consume.

Incluyendo ese oportunista concepto denominado coste de oportunidad, valga la redundancia, se permite aliviar remordimientos futuros a los ejecutivos excelentes. La coletilla se puede convertir en un coladero que podría servir para elaborar criterios a la carta que justificaran lo irrazonable.

Porque ¿cómo se valora el coste de oportunidad? ¿El mío y mis objetivos personales, los de la compañía para la que trabajo, o los que exige Wall Street? ¿Los de la ciudad que habito o del ecosistema, vecino o desconocido, que sufrirá la presión de mis decisiones? ¿Con los criterios contables actuales? ¿O con unos nuevos por fin justos y razonables? ¿Coincidirá con el coste de oportunidad de las generaciones venideras, que tendrán prioridades diferentes por nuestra culpa si los problemas medioambientales heredados se acrecientan, la escasez de recursos comienza a acechar o las predicciones acerca del cambio climático se materializan? ¿Quién decide si el beneficio a corto plazo compensa el perjuicio futuro?

Afortunadamente, los autores de la declaración lo intentan aclarar, en otro lugar de su página web, afirmando que lo anterior es equivalente a: “I will protect the right of future generations to advance their standard of living and enjoy a healthy planet”. Que traducido a nuestra maravillosa lengua que una vez fue común significa: “Protegeré el derecho de generaciones futuras a mejorar su nivel de vida y disfrutar de un planeta sano”.

¿Con qué soberbia prometen algo que no están seguros que podrán cumplir? ¿Cómo saben si con sus decisiones no continuarán metiendo habitualmente la pata, aunque sea inconscientemente, como hasta ahora ha sucedido?

¿Preparan las Escuelas de Negocios para los desafíos del siglo XXI?

¿Qué peso tiene en sus programas académicos los casos acerca de la toma de decisiones contradictorias que a menudo estarán obligados a tomar los nuevos ejecutivos agresivos? Decisiones que hoy en día, casi inevitablemente, se suelen decantar en contra de aquello que según este juramento deberían proteger.

Desde hace ya demasiado tiempo, el coste de oportunidad ha sido casi siempre menor que los daños ocasionados. Con lo que las decisiones tomadas en el pasado ya hoy están trayendo consecuencias nefastas en muchos lugares. Que se acrecentarán en el futuro. Porque ni los parámetros financieros ni la contabilidad del siglo XX han sido capaces de medirlos, ni siquiera de preverlos.

En definitiva, porque el coste de oportunidad no se ha valorado, ni todavía se calcula, correctamente. Ya que no se han imputado los costes que provocaban, ni los efectos que producía, contaminar, emitir CO2, destruir biodiversidad o mantener conflictos latentes a lo largo del planeta. Con el sufrimiento provocado a los más desfavorecidos que ningún Key Performance Indicator (*) jamás ha contemplado.

Unas Escuelas de Negocios que no están adaptadas a las necesidades futuras…

En los programas generales de las más flamantes Escuelas de Negocios no se suelen estudiar casos ni simulaciones que permitan tomar decisiones estratégicas que equilibren todos los intereses, hoy en día demasiado a menudo imposibles de conciliar. Porque los sistemas financieros, contables, fiscales, legales, productivos y de información que se suponen deberían ayudarles en su toma de decisiones no son los adecuados. Ni jamás se marcaron como fin la preservación del planeta.

La toma de decisiones que permita construir una civilización sostenible, valga tan manida palabra, no se estudia en la disciplina de estrategia. Ni en operaciones. Menos en contabilidad y finanzas. Los mejores recursos humanos siguen siendo aquellos que no existen; reemplazados por máquinas y programas informáticos, que provocan un salvaje aumento de la entropía, a cambio de una uniformidad en la oferta.

Son instituciones que tampoco entrenan en cómo resolver situaciones éticas comprometidas. Como las referidas a la gestión de “lo común”, por ejemplo. En cómo conciliar los beneficios a corto plazo con los perjuicios a largo. La pobreza futura causada a la sociedad, es decir, a sí mismos o a sus descendientes, mientras el manual del buen gestor siga enseñando que la prioridad es hacer lo mismo con menos personal, para reducir inmediatamente los costes. A cambio de más gasto energético y mayor basura generada. Lo llaman productividad.

…mientras no se reconvierta el concepto de productividad…

No por casualidad, los países más orgullosamente productivos, de acuerdo a los criterios actuales, son aquellos que más recursos derrochan y mayores daños ocasionan al planeta. Porque es barato hacerlo.

Después de tantas decisiones clónicas con el fin de incrementar la “productividad”, según el manual del ejecutivo excelente, llegará un momento en que no quedará planeta sano ni por lo tanto empresas que gestionar. Con lo que las propias Escuelas de Negocios fenecerán víctimas de un éxito deslumbrante y un talento mal encaminado que adoraba cual becerro de oro la inmediatez, la productividad mal entendida y el rendimiento marginal. Un deceso causado por los excesos.

…y los sabios rectifiquen

Dice el flamante nuevo decano de Harvard: es hora de hacer del management (horror de palabreja) una verdadera profesión; ser parte de la solución, en vez del problema.

Es de sabios rectificar. Me imagino que eso significa que van a impartir nuevos saberes y enseñar los tradicionales de acuerdo a nuevos criterios. Que por fin van a innovar la economía, desmontando los pedales intelectuales que hoy la rigen, para que pueda incorporar los retos a los que nos enfrentamos.

Porque si no las Escuelas de Negocios, como el resto de la sociedad, podrían acabar siendo víctimas de la “tragedia de lo común”, por ejemplo. ¿Qué es eso? Estoy seguro de que todos los flamantes MBA lo saben. ¿O no? ¡Huy! Qué imperdonable olvido en tan altos templos del saber. No se apuren, otro día se lo contamos. Sin proceso de admisión y gratis. Es la magia de Internet.

De momento, el beneficio inmediato continúa reinando. Y el sueño imposible de un crecimiento infinito sigue esclavizando nuestras mentes.

Mientras tanto, Charles Darwin vigila…

N.B.: Si usted, joven o no tan joven, pretende realizar algún caro programa en alguna Escuela de Negocios de prestigio, pregunte primero como le van a enseñar a cumplir lo que al final prometerán, según la última interpretación de la cláusula del juramento aquí expuesta.

(*) Lo dejamos intencionadamente en inglés, sus siglas son KPI, para parecer que somos sofisticados. Se traduciría en algo así como: “Indicadores clave del cumplimiento” de los objetivos marcados.

¡Cáspita! Resulta que Charles Darwin va a tener razón. ¡La especie humana evoluciona! ¡Hasta los más preclaros gestores lo van a hacer!