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Una energía ilimitada que devora CO2
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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

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Una energía ilimitada que devora CO2

Imaginemos que convertimos el problema en solución y matamos dos pájaros de un tiro: utilizando el anhídrido carbónico que escupen las chimeneas sin descanso para abastecer

Imaginemos que convertimos el problema en solución y matamos dos pájaros de un tiro: utilizando el anhídrido carbónico que escupen las chimeneas sin descanso para abastecer de energía al planeta, evitando que se disuelva en la atmósfera y, por tanto, aumente el nivel de las emisiones. ¿Es eso posible?

Un sistema que puede ayudar a mitigar los efectos del cambio climático…

El CO2 es un gas extremadamente estable. Hacerlo reaccionar para producir otros compuestos del carbono que permitan su utilización energética (y, de paso, para evitar aumentar las emisiones a la atmósfera) no es tarea sencilla. No porque no sea posible, sino por su eficiencia y coste. Porque su estabilidad implica que los rendimientos (y por lo tanto la energía y los recursos que hay que dedicar para conseguir los anhelados objetivos), de momento, son extremadamente reducidos.

Con los métodos tradicionales, la energía necesaria que hay que aportar para romper sus enlaces químicos es muy elevada. Con lo que el proceso no merece la pena realizarlo. Ya que acabamos haciendo un pan como unas tortas, consumiendo más recursos de los que realmente obtenemos a cambio.

Sin embargo, nuevos métodos están proporcionando esperanzadores resultados. Un equipo de investigación de diferentes universidades europeas ha logrado que catalizadores especiales rompan estos enlaces químicos y obtengan moléculas de carbono de cadena larga para que puedan convertirse fácilmente en combustible: metanol, gasolina u otros. En una primera etapa, se utiliza luz solar con un catalizador de titanio para dividir moléculas de agua, separando "protones" libres (iones de hidrógeno), electrones y gas oxígeno. En la segunda, esos electrones libres se utilizan para reducir el CO2 y unir los átomos de carbono empleando catalizadores de platino y paladio en el interior de nanotubos de carbono. De momento, es posible producir moléculas de ocho o nueve cadenas largas de hidrocarbono con una eficacia del uno por ciento a temperatura ambiente. Eficacia que es ya dos o tres veces mayor que la de cualquier otro proceso industrial.

Evidentemente, de aquí no va a salir ninguna versión fantástica del móvil perpetuo de segunda especie. Pero estas tecnologías podrían contribuir a aliviar el incremento de CO2 y facilitar la estabilidad de la red eléctrica si se utilizan coordinadamente con las tecnologías "verdes" no programables. Utilizando la energía sobrante cuando haya exceso de viento o el calor masivo que se genera en las gigantescas torres colectoras y concentradoras de energía solar térmica

…pero que no elimina el resto de desafíos a los que nos enfrentamos

Desgraciadamente, ningún método de reducción del anhídrido carbónico ayudará a solucionar los demás problemas importantes a los que la humanidad se tiene que enfrentar: a la pérdida de biodiversidad, la contaminación o el previsible agotamiento de los recursos, entre otros muchos. Tan solo a mitigar las tribulaciones y turbulencias del temido cambio climático.

A escala humana, vivimos en un sistema cerrado en recursos aunque abierto en energía (el Sol). Con lo que las mayores limitaciones al crecimiento económico y el desarrollo futuro no serán las debidas a la disponibilidad energética, sino a la de las materias primas. Porque los materiales y elementos necesarios para poder disfrutar eternamente de energía abundante, aunque sea renovable, están depositados en la corteza terrestre, un lugar delimitado. Y serán escasos dentro de no demasiado tiempo si los seguimos derrochando a base de usos necios y consumo compulsivo a la vertiginosa velocidad a la que lo hacemos. Y es que el reciclaje permanente y sin fin es un sueño imposible.

Hacemos apología acerca de la infinitud de las energías renovables. Sin caer en la cuenta de que su disponibilidad dependerá de los dones depositados en uno de los cuatro elementos de la antigüedad griega: la tierra. Los otros tres: el aire, el agua (salada) o el fuego (el Sol y las entrañas del planeta) son ilimitados a efectos nuestros. Sin embargo, los materiales y elementos de que dispongamos en cada momento cercenarán la soñada infinitud. Ya que su escasez futura impedirá fabricar todos los dispositivos que deseemos. Y no permitirá poder renovarlos continuamente si seguimos convirtiendo en basura y derrochando alegremente unos recursos que nuestros descendientes alguna vez implorarán.

Cuando la inconsciencia humana lo permita, deberíamos ser capaces de centrarnos seriamente en los desafíos que nos deparará el futuro. De los cuales el cambio climático no es más que uno solo de tantos. Y ni siquiera el más importante. Y para aquellos que todavía piensan que tal fenómeno no es ningún problema o es irrelevante, les quedan otros muchos, incuestionables todos, en los que preocuparse.

Y es que las soluciones para todos ellos son las mismas. Consisten en recuperar y volver a estudiar, en implantar en la Tierra la olvidada y hoy despreciada, la obsoleta pero maravillosamente eficaz, ciencia de la escasez. Concepto que nada tiene que ver con el que la economía ortodoxa tradicional prostituye sin remedio. Ciencia arcaica, que alguna vez volverá a ser novedosa y rabiosamente moderna, que consiste en desterrar la maligna inmediatez, esa irracionalidad con orejeras que maneja inconscientemente y domina nuestras pequeñas y miserables vidas. La misma inmediatez que ni siquiera sabe navegar con tino, a pesar de las proclamas de sus sabios, a través de vulgares y recurrentes crisis turbulentas.

Imaginemos que convertimos el problema en solución y matamos dos pájaros de un tiro: utilizando el anhídrido carbónico que escupen las chimeneas sin descanso para abastecer de energía al planeta, evitando que se disuelva en la atmósfera y, por tanto, aumente el nivel de las emisiones. ¿Es eso posible?