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El iPod obsoleto, el economista loco y la bombilla centenaria
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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

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El iPod obsoleto, el economista loco y la bombilla centenaria

La semana pasada se emitió por La 2 de TVE, ese canal que todo el mundo dice que ve pero que nadie contempla, un pedagógico documental

La semana pasada se emitió por La 2 de TVE, ese canal que todo el mundo dice que ve pero que nadie contempla, un pedagógico documental sobre la obsolescencia programada. Acerca de la fabricación de artículos para que fallen o se vuelvan inservibles antes de lo que un diseño honrado exigiría. Obligando al consumidor a volver a comprar otro producto diferente, pero que hace lo mismo que el anterior, víctima de la moda del momento o de la codiciosa estulticia del fabricante. Con lo que la economía funciona así a todo gas, se crean más empleos insostenibles en el tiempo, el planeta se agota, y se satura de inservible basura contaminante y asesina que se exporta a países pobres y desamparados de toda ley, fraternidad y justicia. Y como ojos que no ven corazón que no siente, todos felices y contentos de vuelta al centro comercial.

El iPod defectuoso…

Según afirma en el documental Serge Latouche, profesor de economía de la Universidad de París, durante el último siglo el crecimiento económico se ha basado en tres pilares:

La publicidad, que es tan buena o tan mala como los objetivos que subyacen en su elaboración y ejecución. Porque se ha dedicado a crear necesidades a menudo irracionales e inútiles, y a hacer de las cambiantes modas un medio para provocar mayor rotación de artículos y gasto adicional. Artículos los cuales, la mayoría, hubiesen podido continuar con una digna vida útil si tan potente herramienta, utilizada mezquina y sistemáticamente de manera correosa y corrupta, no hubiese nublado la mente de los antes llamados ciudadanos, hoy simples y obtusos consumidores desalmados.

La obsolescencia programada, que mediante diseños conscientemente defectuosos o mecanismos expresamente introducidos para hacer fallar el invento, acorta notablemente la vida de los productos, forzando su rápida obsolescencia, lo que obliga a pasar por caja o pedir nuevo crédito, para comprar la ultísima novedad, una y otra vez. Son mostrados ejemplos como el caso del cártel de la bombilla; el nailon de las medias que una vez fue irrompible; unas avanzadas impresoras EPSON cuya vida útil ha sido limitada mediante indignas argucias torticeras; o las irreemplazables baterías conscientemente obsoletas del ipod de Apple, empresa autoproclamada sostenible, que en todo caso es paradigma de lo contrario al forzar más allá de lo razonable la obsolescencia de sus productos, aunque en otros aspectos sea admirable. Se trata de comprar y tirar, volver a comprar y volver a tirar,… Así ad infinitum y sin remordimientos.

El crédito. En apenas ochenta años la deuda total de los países occidentales se ha desbocado. Durante la Gran Depresión y subsiguientes guerras, civiles o mundiales, la deuda total media de los países occidentales (incluye la deuda pública interna y externa, la deuda privada y de las empresas, y la deuda inmobiliaria) no excedía por regla general del 150% del PIB. Desde entonces, coincidiendo con la expansión económica de los países que una vez fueron ricos, y pronto morosos compulsivos, la deuda se ha incrementado hasta el entorno del 400% del PIB en que nos movemos todos hoy. Da igual que hablemos de EE.UU., Reino Unido, Alemania, España o cualquier otro lugar: nuestro nivel de vida se ha alcanzado a base de crédito ilimitado que jamás ha amortizado principal. Y nuestra población ya no es joven… Saquemos cumplidas conclusiones.

…el economista loco…

El sistema se diseñó en los años cincuenta del siglo pasado con el fin de crear empleo: nuevos sueldos para poder generar más clientes. Así, la rueda giraba y giraba sin cesar cuesta arriba y la economía crecía sin parar.

Hasta que llegaron las deslocalizaciones forzosas debido a la competencia desleal: con la ignoración sistemática de los costes ocultos de los que más de una vez hemos hablado; y con el rampante dumping humano y medioambiental que impide a los países occidentales y a las empresas serias ser competitivas como tengan la indecencia de ejecutar políticas de personal o medioambientales razonables y juiciosas; de ahorro y de eficiencia en su definición más general y racional, y no con la restrictiva interpretación monetario-marginalista que está provocando nuestra pobreza y en algún momento inminente ruina.

Fraudes que impiden competir a Occidente en apenas ninguna industria que no esté protegida o tenga sus mercados cautivos, ni producir nada. Con lo que se destruye irremediablemente conocimiento, buenas prácticas y, sobre todo, empleo. Ya que el imparable aumento de productividad y control de la inflación se basa en hipócritas y artificiales medidas cambiarias, mano de obra miserable y sin derechos, derroche y despojo incontrolado de recursos, o desolación medioambiental. Y, contra eso, nadie decente y con escrúpulos puede competir.

Estamos llevando el modelo que ha permitido el crecimiento del pasado reciente a unos niveles de crueldad y arbitrariedad insoportables. Con lo que cuando por fin estalle la burbuja terráquea definitiva después de este petardeo preventivo que dura ya tres años, nosotros seremos (muchos ya lo son) los principales perjudicados.

Como dice el mencionado profesor francés de una manera todavía más directa y taxativa de lo que habitualmente hago yo: “aquel que cree que un crecimiento ilimitado es compatible con un planeta limitado, o está loco, o es economista; el drama es que todos somos economistas”. O que estamos inconscientemente locos, diría yo.

¿Seguiremos así hasta que la música deje de sonar? Porque parece que la batería de este ipod global empieza a ratear y no disponemos de recambio para él. Porque seguimos cabalgando a lomos de un viejo jamelgo socioeconómico deslomado y con pulgas. Porque las autoridades, da igual su nacionalidad, raza o ideología siguen echando sistemáticamente más leña al fuego y avivando la hoguera del imposible crecimiento ilimitado, y el crédito a tutiplén, con su torpe reestructuración permanente de la deuda. Con sus medidas, bien sean keynesianas, bien monetaristas, o dejando a la histérica y azorada mano invisible de Adam Smith sacudiendo compulsivamente a todo lo que se mueve y campando por unos fueros a salvo de toda mesura y pulcritud. Cuyo fin último es continuar gastando con tesón, para beneficio inmediato de una minoría, y mayor gloria de una imposible sociedad de consumo eterna y sin interrupción.

…los gurús despistados…

Mientras tanto, sus más afamados expertos y gurús no se enteran de lo que en realidad va esta fiesta. Porque casi ninguno de ellos es capaz de ver, o se atreve a reconocer, que el modelo está agotado y la burbuja presta a explotar aunque no sea mañana. Y porque cuanto más perversamente siga ahondando en sus trece este irracional círculo vicioso terrenal, más dramáticas serán las consecuencias para los países del Primer Mundo y, de rebote, para el resto, aunque a muchos difícilmente les pueda ir peor. Es una crisis sistémica dicen algunos entendidos. Pero demasiados de los que sabiamente lo proclaman no alcanzan a comprender sus causas. Y menos qué hacer o como solucionarlo.

¿Tiene todo esto algo que ver con el manido y parece que inexistente cambio climático, a tenor de las tradicionales y torrenciales lluvias e inundaciones navideñas, aquí, en Australia o Brasil, por ejemplo? ¡Cáspita! Habrá que ir sumando, hacer cuentas, que el corolario se deduce solo.

…y la bombilla centenaria

Para revertir la situación podemos comenzar a otear el futuro mirando de reojo al pasado: una esperanzadora bombilla que lleva 109 años iluminando, sin interrupción, en un parque de bomberos de California. En apenas 10 años ya ha fundido tres ultrasofisticadas cámaras web de baratillo, que certifican tan inconmensurable hazaña, pero que no han aguantado ni de lejos el infernal ritmo de tan obsoleto vejestorio.

La semana pasada se emitió por La 2 de TVE, ese canal que todo el mundo dice que ve pero que nadie contempla, un pedagógico documental sobre la obsolescencia programada. Acerca de la fabricación de artículos para que fallen o se vuelvan inservibles antes de lo que un diseño honrado exigiría. Obligando al consumidor a volver a comprar otro producto diferente, pero que hace lo mismo que el anterior, víctima de la moda del momento o de la codiciosa estulticia del fabricante. Con lo que la economía funciona así a todo gas, se crean más empleos insostenibles en el tiempo, el planeta se agota, y se satura de inservible basura contaminante y asesina que se exporta a países pobres y desamparados de toda ley, fraternidad y justicia. Y como ojos que no ven corazón que no siente, todos felices y contentos de vuelta al centro comercial.

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