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Chernóbil solo tenía un reactor dañado frente a los cuatro de Fukushima
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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

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Chernóbil solo tenía un reactor dañado frente a los cuatro de Fukushima

Por fin las autoridades japonesas se caen del guindo y reconocen la cruda, pero no por ello menos terca, realidad. Como anunciaba El Confidencial esta mañana,

Por fin las autoridades japonesas se caen del guindo y reconocen la cruda, pero no por ello menos terca, realidad. Como anunciaba El Confidencial esta mañana, el Ministerio de Economía, Industria y Comercio japonés ha emitido un comunicado reconociendo que el accidente de Fukushima ya se considera oficialmente de nivel 7, el máximo en la escala de peligrosidad nuclear, y el mismo que alcanzó Chernóbil, realizando, de paso, algunas comparaciones con la malhadada central soviética que no tenemos más remedio que puntualizar. 

El anuncio asegura que el nivel de materia radiactiva escapada es diez veces menor que en Chernóbil. De momento, diría yo. Debido a que las circunstancias son muy diferentes, a que los tempos son muy distintos, se puede decir que esto no ha hecho nada más que comenzar. Y es que tenemos cuatro reactores en apuros y no solo uno. Chernóbil y Fukushima son producto de dos concepciones políticas y tecnológicas opuestas. Con lo que sus efectos a corto plazo, también lo están siendo. Aunque no estoy tan seguro sobre el impacto global a largo plazo.

En primer lugar, y sin entrar en tecnicismos, la central nuclear de Chernóbil poseía reactividad positiva. Eso no significa que fuese a haber una explosión nuclear, que no la hubo, sino que, ante variaciones en ciertos parámetros (caudal y nivel de refrigeración, temperatura y densidad del combustible, etc.), el reactor se aceleraba solo y aumentaba la reacción en cadena.

Es decir, podía llegar un momento en que reventara y la materia nuclear saliera disparada por los aires, cosa que efectivamente ocurrió. La central no poseía ningún edificio o sistema de contención, con lo que las facilidades para el esparcimiento de la materia radiactiva por la atmósfera eran máximas. Además, la mencionada central albergaba más cantidad de plutonio y, por lo tanto, una capacidad relativa superior de producir radiactividad (probablemente mayor que el reactor 3 de Fukushima).

El accidente se produjo porque el camarada responsable de la central, que quería hacer méritos ante el Politburó, puso en marcha unos experimentos insensatos, con las trágicas consecuencias que todos conocemos. Y allí no había controles de ningún tipo ni contrapoderes que pudiesen frenar la insensatez de una persona.

Fukushima, segura tecnología civil arruinada por la soberbia humana

En Fukushima ha ocurrido lo opuesto. Al ser de reactividad negativa, en el mismo momento del terremoto se introdujeron las barras de control que detuvieron inmediatamente la reacción en cadena en los reactores números uno, dos y tres. Hasta ahí parece que la central se comportó bien. El cuarto se encontraba detenido. Con lo que una explosión similar a la de Chernóbil no era posible en ninguno de ellos.

Las deflagraciones ocurridas lo fueron por causas diferentes. Eso no significa que la actividad en el interior de los reactores cesara en ese momento, ni muchísimo menos. El combustible más o menos gastado y los productos radiactivos, durante las primeras semanas todavía a muy alta temperatura, siguen estando ahí. Y la inercia térmica es muy grande. Con lo que se necesitan cantidades ingentes de agua para refrigerar los reactores, so pena de que se fundan y agrieten. O que cedan las contenciones. Cosa que efectivamente ha ocurrido ya, según reconocen por fin las autoridades japonesas con su anuncio. Y que casi con toda seguridad no lo habrían hecho si no hubiesen fallado estrepitosamente los sistemas auxiliares que debían mantener refrigerados los núcleos.

Por mucho que se enfríe la materia radiactiva, la radiactividad remanente, todavía muy importante, seguirá estando latente, incluso con el combustible “gastado”, durante muchos años. Y por eso la necesidad de almacenamiento en piscinas ya que el agua confina bien la radiactividad. O en los polémicos almacenes temporales de residuos radiactivos. Y mientras el accidente de Chernóbil le ocurrió a un único reactor, aquí estamos multiplicando el problema por cuatro.

Diferentes consecuencias hoy, similares mañana

En Chernóbil buena parte de la amalgama de combustible nuclear salió volando por los aires. Con lo que muerto el perro se acabó la rabia, desgraciadamente solo una parte, ya que la radiactividad y los restos impregnaron toda la instalación y los campos circundantes, con las terribles consecuencias que todos conocemos. En Fukushima, las cuatro “bichas” siguen estando ahí. Por eso la radiactividad es diez veces menor, porque no ha sido expulsada de golpe. La parte positiva, pues, es que sabemos dónde están, si el agua no las acaba arrastrando y dispersando hacia el mar o desaguando por el subsuelo. La negativa es que habrá que retirarlas o neutralizarlas por las bravas, cosa que hasta el momento jamás se ha hecho con tan importantes cantidades de materia radiactiva descontrolada. Todo un reto.

Las consecuencias en Fukushima serán de efecto más retardado. La radiactividad se seguirá produciendo y filtrando en dosis relativas diarias menores que en Chernóbil, pero muy importantes, durante una larga temporada. Hasta que se retire la amalgama de combustible nuclear y/o se sellen las instalaciones a base de fuerza bruta y hormigón. En todo caso, labores que serán muy peligrosas e ingratas, tremendamente penosas y complicadas, que durarán años.

De humanos es aprender de los errores

En ingeniería de procesos críticos hay que ponerse siempre en el peor de los escenarios. Y evaluar serenamente la posibilidad de que aparezcan los famosos cisnes negros. Y más si el mar anda cerca. Con humildad y capacidad de autocrítica. Suelen aparecer los fenómenos “inesperados” de forma más habitual de lo que imaginamos.

El Titanic era insumergible pero se hundió. Al menos sirvió para que nacieran los Convenios Internacionales sobre la vida Humana en la Mar (SOLAS), que tantas vidas han salvado a lo largo del siglo XX, y tantos cisnes negros previsiblemente capado. En la industria nuclear parece que no existe nada de eso. ¿Hasta cuándo?

La única consecuencia positiva de catástrofes de este tipo es que permiten aprender y sacar conclusiones, a diferencia de las recurrentes crisis financieras y bancarias, donde cambian las personas y los escenarios, pero las causas y las consecuencias son siempre las mismas. Será porque en estas no muere nadie, tan solo se arruinan muchos mientras los de siempre se retiran con el talego intacto. Porque sus responsables, increíblemente, incluso siguen manteniendo el cargo a pesar de los desaguisados causados por su nefasta gestión. Véanse sino nuestras arruinadas cajas de ahorros, donde los culpables de la desaparición de más de doscientos años de fructífera y eficiente tradición bancaria pretenden ahora ser sus salvadores, con la anuencia del Banco de España y nuestro dinero.

Una vez más, ¿cómo se gestionan y en qué estado se encuentran las centrales nucleares españolas, y las de nuestros vecinos franceses, por eso de la cercanía y buena vecindad?

Por fin las autoridades japonesas se caen del guindo y reconocen la cruda, pero no por ello menos terca, realidad. Como anunciaba El Confidencial esta mañana, el Ministerio de Economía, Industria y Comercio japonés ha emitido un comunicado reconociendo que el accidente de Fukushima ya se considera oficialmente de nivel 7, el máximo en la escala de peligrosidad nuclear, y el mismo que alcanzó Chernóbil, realizando, de paso, algunas comparaciones con la malhadada central soviética que no tenemos más remedio que puntualizar.