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Gas pizarra, ¿el último estertor de un imperio caduco y desesperado?
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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

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Gas pizarra, ¿el último estertor de un imperio caduco y desesperado?

Siglo y medio después de que Edwin Drake perforara el primer pozo de petróleo en Pensilvania, se vuelve a agujerear de nuevo el corazón del imperio.

Siglo y medio después de que Edwin Drake perforara el primer pozo de petróleo en Pensilvania, se vuelve a agujerear de nuevo el corazón del imperio. Esta vez de manera más agresiva. Es el debate energético del momento en Estados Unidos, cosa (*) de la que aquí carecemos. Publicó la revista Time un inquietante artículo en portada sobre el gas pizarra (Shale gas). Y el New York Times también se ha hecho eco del asunto en repetidas ocasiones.

Parece ser que su extracción produce una contaminación muy elevada y otros problemas añadidos, esta vez en las propias narices del americano medio. Y de ahí la polémica desatada junto con una desacostumbrada desazón mediática. Porque no es lo mismo ver los desaguisados causados por la tele que contemplarlos desde la cancela de casa.

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Las informaciones se centran en el campo Marcelus, inmensas reservas de gas pizarra localizadas justo debajo de la zona nordeste de EE.UU., incluida la propia Nueva York, con una superficie similar a la de toda Grecia y donde más de 2.000 metros de roca lo separan de depósitos de agua subterránea.

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Una tecnología peligrosa y un gas más contaminante que el carbón

Para las que su extracción no tiene nada que ver con la de gas convencional. Son técnicas novedosas muy agresivas con el entorno, mediante fractura hidráulica que provoca miniterremotos localizados; ciertos materiales radiactivos y otros líquidos tóxicos utilizados durante la perforación pueden alcanzar la superficie; y exige cantidades ingentes de agua que acaba contaminada y puede llegar al grifo. A cambio, tales tecnologías permiten poner a disposición del consumidor, para que la fiesta continúe, inmensas reservas a las que se creía que era imposible de acceder y menos de utilizar.

Para rematar la faena, según científicos de la Universidad de Cornell las emisiones de metano, gas de efecto invernadero veinticinco veces más potente que el CO2, podrían hacer de esta fuente de energía la más perjudicial de todas las que realizan emisiones. La fiabilidad de este estudio ha sido puesta en duda por representantes de la industria, con lo que el debate está servido y el resultado de momento no está nada claro, lo que hace necesarias más investigaciones.

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Lo que si son tangibles son los intentos de algunas compañías extractoras para neutralizar toda regulación y control medioambiental por parte de las autoridades, de momento con éxito. A la vez que realizan grandes esfuerzos para convencer a la opinión pública y al gobierno de que las técnicas empleadas son aceptables. Con lo que la pregunta lógica que muchos se hacen es: si tan inocuas son, ¿por qué ese activismo extremo para evitar tener que cumplir unas leyes ya promulgadas?

Ganar dinero así es muy sencillo

Probablemente la respuesta, y causa principal del debate generado, es que las grandes compañías extractoras continuarán forrándose más de la cuenta siempre y cuando se les permita operar impunemente. Como en Fukushima con la energía nuclear, en el caso de tener que aplicar medidas de seguridad y de salvaguardia medioambiental razonables, el coste de poner la ansiada energía en manos del consumidor se incrementará notablemente. Y en muchos lugares llegará incluso a convertir en inviable la explotación a los precios actuales, con lo que la producción de gas pizarra podría no ser competitivo comparado con la del gas convencional u otras fuentes. Luego se mira para otro lado, se ocultan costes bien tangibles y fehacientes, que para eso se paga un dineral al lobby y, muerto el perro, se acabó la rabia.

La desesperación energética de EE.UU.

La moraleja es evidente. Gas y petróleo suficiente para puede que una centuria haberlo haylo. Carbón queda algo más. El problema es que, cuanto más profundo y más lejos haya que perforar el coste económico, pero sobre todo medioambiental, se irá incrementando progresivamente. Hasta que llegue un día, no tan lejano, en que los perjuicios serán mayores que los beneficios. Salvo desesperación energética que los obvie, como ya ocurre en EE.UU.

Desesperanza que está causando accidentes como el ocurrido recientemente a la plataforma de BP en el Golfo de México. Al dejar las autoridades norteamericanas perforar y operar inadecuadamente sin obligación de cumplir unos requerimientos de seguridad y medioambientales mínimos y razonables. Permitiendo a las compañías saltarse a la torera normas federales existentes, para que cada uno pueda hacer de su capa un sayo peligroso y contaminante.

Esta mayor dificultad progresiva en obtener la preciada energía, una versión energética de la ley de los rendimientos marginales decrecientes, acabará convirtiendo en baratas e indispensables a las no tan renovables energías renovables. Porque estamos agotando la Tierra aceleradamente. Y porque la codicia consumista, junto con un ritmo de vida desmesurado y frenético que atenaza nuestras mentes y nos carcome el espíritu a la vez que agota el planeta, nos impiden meditar y ser conscientes de ello. Y mucho menos recapacitar y tomar las medidas adecuadas que aseguren un bienestar razonable a la humanidad por los siglos de los siglos.

El tema es complicado y tiene muchas aristas. Por eso les incluyo enlaces (I y II) con información para aquel que quiera hacerse su propia composición de lugar, provenientes de organismos gubernamentales de EE.UU. En todo caso, otro día explicaremos más detalladamente su proceso de extracción y alcance.

(*) Se han realizado nombramientos recientes tanto en la Comisión Nacional de la Energía como en la de las Telecomunicaciones, con el fin de asegurar poltrona a los acólitos una temporada más. Sin ningún proceso transparente de selección que dignifique de una vez tan desgraciados organismos. La oposición ya ha anunciado que hará lo mismo una vez llegue al poder y que barrerá a los actuales colocando a cambio a sus propios lacayos, tan presuntamente incompetentes como los actuales, que para eso son de los suyos. ¿Cuándo acabará la indecencia y la impunidad con la que los partidos políticos españoles continúan pudriendo, con el fin de mantener inoperantes unas instituciones supuestamente independientes y en teoría garantes del funcionamiento de sectores clave de la economía, curiosamente con los márgenes más elevados de Europa? Y no precisamente a causa de una gestión ejemplar.

Siglo y medio después de que Edwin Drake perforara el primer pozo de petróleo en Pensilvania, se vuelve a agujerear de nuevo el corazón del imperio. Esta vez de manera más agresiva. Es el debate energético del momento en Estados Unidos, cosa (*) de la que aquí carecemos. Publicó la revista Time un inquietante artículo en portada sobre el gas pizarra (Shale gas). Y el New York Times también se ha hecho eco del asunto en repetidas ocasiones.