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Principios de economía general para torpes (III)
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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

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Principios de economía general para torpes (III)

Una vez definida en el capítulo anterior una función de producción (Q) algo habrá que hacer con ella. Antes habría que puntualizar que la propuesta realizada

Una vez definida en el capítulo anterior una función de producción (Q) algo habrá que hacer con ella. Antes habría que puntualizar que la propuesta realizada es una posible entre muchas, simplificada desde el momento en que desarrollar matemáticamente la actividad económica humana es una labor ardua por no decir imposible.

Se podrá argumentar, con razón, que habría que incluir en ella los atributos puramente humanos: la estulticia, la estupidez o la banalidad; las guerras, las revoluciones o las épocas oscuras en las que el fanatismo y la sinrazón marcan la metamorfosis, la decadencia o el ocaso de una civilización.

Simplificando, se podrían considerar las pasiones humanas, la idiotez y la bestialidad recurrente como una simple cuestión de productividad, en este caso negativa. En esos tiempos lúgubres trabajo habría. Crecimiento económico definido a la manera convencional puede que también. Pero con el objetivo de destruir en vez de construir; de provocar ruina y miseria en vez de felicidad y alegría, como ocurre en cada conflicto. Son atributos que influyen en el parámetro L, esa esquiva bendición llamada trabajo.

La valoración del trabajo puede ser algo tan complicado como queramos si somos capaces de incluir en él sus aspectos sociológicos o antropológicos. El precio a pagar por añadir una mayor variedad de miserias o incluso de valores humanos creadores será más complejidad tanto conceptual como matemática. A la postre, mayor indeterminación en los resultados.

Una definición de sostenibilidad…

Sostenibilidad. Término del que todos presumen pero que demasiados utilizan sin pudor. Comenzando por la antepenúltima coña de nuestro gobierno, denominada incorrectamente ley de economía sostenible. Término del que pocos están interesados en saber en qué consiste en realidad y menos son los capaces de aceptar su devenir. Porque puede que les produzca miedo lo que puedan llegar a descubrir.

Por ello habrá que empezar realizando una definición inteligible de vocablo tan sobado: podríamos considerar la sostenibilidad como la capacidad del hombre de habitar la Tierra de una manera continua y estable a lo largo de los siglos, con una calidad de vida aceptable en cada momento y circunstancia.

En el ámbito físico-económico, una actividad económica sostenible es aquella que permite la regeneración natural de la Tierra sin poner en peligro la supervivencia de las generaciones futuras. A largo plazo el planeta será siempre sostenible. El mismo regulará la cantidad de animales supuestamente racionales que admite en su seno. A corto plazo también lo podrá ser, siempre a costa nuestra. El coste de la transición y el valor de cambio: las penalidades futuras que sufrirán nuestros descendientes y que ya están padeciendo muchos desheredados por todos los confines y no tan lejos.

La actividad económica estará siempre constituida por la suma, no necesariamente algebraica, de todas las transacciones económicas (con sus consecuencias para el entorno) junto con el resto de acciones humanas individuales, aunque la incompleta y parcial contabilidad en vigor de momento no las valore y menos las considere. De manera que la adición de todas ellas permita, a pesar de todo, la actividad continuada del hombre. Y una supervivencia decorosa para siempre.

… establecida mediante la función de producción…

Si nos ajustamos a una razonable escala humana, digamos unas decenas de miles de años, el concepto de sostenibilidad se podría formular matemáticamente como la capacidad de maximizar la función de producción (Q) a través del tiempo, con los menores recursos finitos posibles y desechos producidos, de manera que la humanidad que habite el planeta en cada momento pueda sobrevivir de manera decorosa con un nivel razonable de productos y servicios, legando recursos suficientes a cada generación posterior.

Lo podrá hacer reduciendo al mínimo los residuos generados y las emisiones; preservando la biodiversidad; evitando consumir innecesariamente minerales y energía finita; o maximizando el trabajo humano y el capital con el fin último de lograr la máxima ocupación y empleo siempre y cuando no lo haga a costa de la naturaleza y de nosotros mismos.

Y, por supuesto, utilizando la esperemos que creciente capacidad tecnológica en dichos menesteres, en vez de ocuparla en destruir el entorno, como ocurre en la actualidad. Utilizando la ciencia de manera adecuada y no superflua con el fin de que los beneficios obtenidos sean máximos en términos monetarios, económicos y de felicidad; y mínimos en materia de expoliación, deterioro y empobrecimiento físico, biológico y geológico del planeta. Para dejar de una vez por todas de provocar miseria a todos los que no disfrutan del festín de los países que una vez fueron ricos, hoy ahogados en montañas de aplastante deuda.

Todo ello lo hará, obviamente, con el capital óptimo en cada momento y circunstancia, de acuerdo con unas condiciones de contorno determinadas. La más importante, quizás, asegurarnos de que en todo momento la actividad económica global en el planeta y sus consecuencias para con nosotros mismos, en lo posible en cada región o sector de actividad, estará por debajo de su capacidad de regeneración natural. Las emisiones, los residuos y la contaminación producidos deberán mantenerse por debajo de unos máximos admisibles, cualesquiera que estos sean.

Conceptos parecidos a la hoy denominada huella ecológica (T, volveremos sobre ella), que deberá ser capaz de descontar a través de milenios, y no solo de unos pocos años, el progresivo agotamiento de los materiales y otros recursos finitos que son y serán, inexorablemente, cada día más escasos.

… que permita la supervivencia de la especie hasta el fin de los tiempos

Cada uno de los siete factores definidos en la función de producción (capital, trabajo, tecnología, energía, recursos, biodiversidad y residuos) depende a su vez del resto y se influencian e interfieren mutuamente. Se tratará asimismo de hallar  expresiones que definan el comportamiento de cada uno de ellos de tal manera que maximice dicha función de producción, Q.

Que ya no serán las funciones punto simplonas utilizadas por la economía ortodoxa tradicional. Será necesario utilizar recursos matemáticos más profundos y sofisticados: desde métodos probabilísticos sabiamente empleados hasta funciones complejas no muy diferentes de las utilizadas en mecánica cuántica.

Ya que, de manera similar a como proclama el conocido principio de incertidumbre de Heisenberg de la física, el experimentador, el ser humano, influye con sus medidas en los fenómenos físicos, con lo que sus resultados no podrán ser conocidos con total precisión. Concepto que consiste en extrapolar el aserto de que la medida siempre acabará perturbando el propio sistema a medir. Las mediciones las realizamos nosotros. Y en economía nosotros somos un factor más del sistema, denominado humano, a menudo incontrolado y caótico. Con lo que habrá que desarrollar modelos apenas deterministas, en el mejor de los casos probabilistas, ya que la acción del hombre no está predeterminada e influye en el proceso.

Esta concepción de la economía va más allá de cualquier función euclidiana convencional. De esas que dominan esta, de momento, restringida y miope ciencia social. Se trata de elaborar un pensamiento económico más avanzado en su concepción y metodología donde las acciones del hombre, es decir su psicología o sus comportamientos sociológicos y económicos vayan más allá del camino recorrido por simples pares de curvas o, en el mejor de los casos, de superficies que se cruzan, como las que la economía convencional nos muestra habitualmente.

Las acciones del hombre con respecto al planeta y sus semejantes, o sus creencias, podrán variar con el tiempo y las circunstancias. El destino del proceso económico a unos pocos milenios vista dependerá de su actitud y predisposición hacia la conservación de la propia especie. Con lo que Q será una función de producción dinámica que variará a lo largo de los tiempos en función de la capacidad tecnológica y las circunstancias del momento, como las debidas al continuo cambio climático, un simple factor más, bien sea de origen antropogénico o natural.

En definitiva, se trata de desterrar las tendencias autodestructivas o claramente suicidas que se adueñan periódicamente, que dominan y gobiernan a una conocida especie presuntamente inteligente, no se sabe del todo bien por qué. Como le está ocurriendo a esa funesta e irracional sociedad errante incapaz de meditar, y menos de calibrar su brújula, cuyo fin único es el consumo compulsivo e inconsciente provocado por una huida hacia adelante obligada para poder mantener un imposible crecimiento económico eterno tal y como está hoy planteado.

Una vez definida en el capítulo anterior una función de producción (Q) algo habrá que hacer con ella. Antes habría que puntualizar que la propuesta realizada es una posible entre muchas, simplificada desde el momento en que desarrollar matemáticamente la actividad económica humana es una labor ardua por no decir imposible.