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Qué pasó con el cambio climático
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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

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Qué pasó con el cambio climático

Publica El País una entrevista a Ralph J. Cicerone, científico especialista en química atmosférica y cambio climático que preside la Academia Nacional de Ciencias (NAS) de

Publica El País una entrevista a Ralph J. Cicerone, científico especialista en química atmosférica y cambio climático que preside la Academia Nacional de Ciencias (NAS) de los Estados Unidos, organismo de referencia asesor de la administración norteamericana creado por Abraham Lincoln en 1863. Aunque estas páginas tienden a nutrirse de cosecha propia hoy vamos a hacer una excepción ilustre y cualificada.

Lideró nuestro protagonista un famoso informe encargado por la Administración Bush en el año 2001 con el fin de evaluar la fiabilidad del IPCC, el Panel de la ONU sobre el cambio climático, y la verdad acerca de tal fenómeno. En él se revalidaba, ya en aquella época, el trabajo del grupo de expertos internacionales y aconsejaba tomarse muy en serio el asunto. Su conclusión fue que el cambio climático era una realidad.

Desgraciadamente el pobre Bush, prisionero de los lobbies inmovilistas y de su triste insuficiencia mental, no le hizo el menor caso. Diez años más tarde las afirmaciones siguen estando en vigor y no parece que hayamos resuelto nada.

El cambio climático es un hecho

Afirma Cicerone que desde entonces las pruebas acerca del cambio climático se han vuelto mucho más sólidas y consistentes. Así, por ejemplo, el incremento del nivel del mar será más rápido de lo esperado. Subirá más de un metro durante este siglo debido sobre todo a la fusión de los hielos de la Antártida y en Groenlandia. Según las últimas investigaciones su disolución se acelera cada vez más.

Especialmente preocupante es el agrietamiento de la costa helada de la Antártida por debajo de la superficie debido al calentamiento de los mares que lo circundan, provocando que el agua helada de los glaciares vaya a parar a los océanos llenando más la bañera global.

También se ha descubierto, por ejemplo, que las lluvias serán especialmente fuertes y más frecuentes en las zonas húmedas.

Con respecto a la oposición al manido fenómeno, las críticas al IPCC o el escándalo de los correos electrónicos de la unidad del clima de la universidad de East Anglia en el Reino Unido, afirma que en el mundo científico no hay forma de que sus miembros se mientan o engañen entre sí. Los experimentos se repiten y unos equipos validan o desmienten el trabajo de los otros. En la universidad inglesa se demostró que hubo chismorreos pero no malas prácticas científicas.

Otra cosa, diría yo, es la investigación económica donde los “científicos” se prostituyen ellos mismos y se dan por buenos dogmas indemostrables basados en apreciaciones ideológicas sin casi sustentación empírica, apenas unos pocos años. Métodos que la gran ciencia desecharía sin contemplaciones por su falta de rigor y seriedad.

Como dice textualmente nuestro hombre:

“Hay que diferenciar entre los hechos científicos y las actuaciones políticas y los intereses económicos. Creo que la mayoría de la gente entiende que el cambio climático está produciéndose ya, pero otra cosa es hablar de impuestos o costes energéticos, de la necesidad de transformar la economía... Ahí es donde hay más posturas diferentes”.

La solución está en la economía y el ahorro energético

La solución está en su causa: la economía. Cuanto más crecemos más energía consumimos, esquilmamos preciosos recursos, más contaminamos y deterioramos todavía más el planeta. Toca transformarla. Empezando por apuntalar sus resbaladizos e insuficientes cimientos. Han demostrado sustentarse sobre arenas movedizas intelectuales, cada día más tórridas e inestables. Doscientos años de pensamiento económico y cincuenta de barbecho académico no dan más de sí.

Para resolver la crisis mundial en la que estamos inmersos sus galardonados sabios solo saben azuzar sus recetas dogmáticas, que no científicas, en las tribunas mediáticas y los mentideros académicos para estimular la economía a la altamente entrópica manera tradicional, apretando cada uno sus pedales favoritos. Hasta que nos estrellemos contra el muro después de tan loca carrera hacia ninguna parte.

Porque cuanto más crezcamos a corto plazo con las premisas económicas en vigor, mayor acelerón de los problemas medioambientales y climáticos produciremos, crearemos todavía mayor inestabilidad social y natural, y no conseguiremos más que adelantar fenómenos catastróficos futuros y la crecida de las aguas oceánicas.

La economía neoclásica del corto plazo, de la oferta y la demanda marginal, ya no funciona. Los recursos no son infinitos. La capacidad de contaminar y de escupir emisiones tampoco. Toca cambiar el paradigma. Incluir nuevos parámetros. ¿Una amenaza? Más bien una oportunidad. No queda otra alternativa. Explorar un nuevo y apasionante futuro más limpio, coherente y justo. Nos adaptaremos. Dejaremos unas cuantas plumas por el camino. Pero la desolación aumentará cuanto más retrasemos la toma de decisiones sensatas y valientes.

Por nuestra parte continuaremos aportando un granito de arena exponiendo poco a poco y de manera pacata unos humildes principios de economía general para torpes y proponiendo alternativas, aunque escandalicen las mentes bien pensantes que habitan el limbo intelectual y nadie les haga el más mínimo caso.

Publica El País una entrevista a Ralph J. Cicerone, científico especialista en química atmosférica y cambio climático que preside la Academia Nacional de Ciencias (NAS) de los Estados Unidos, organismo de referencia asesor de la administración norteamericana creado por Abraham Lincoln en 1863. Aunque estas páginas tienden a nutrirse de cosecha propia hoy vamos a hacer una excepción ilustre y cualificada.