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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

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Cuanto peor, mejor

Bullen los mercados, la prima de riesgo está que revienta, los especuladores son todos malvados. En ocasiones es verdad. Pero otras muchas veces, la mayoría, no

Bullen los mercados, la prima de riesgo está que revienta, los especuladores son todos malvados. En ocasiones es verdad. Pero otras muchas veces, la mayoría, no hacen sino sacar partido, a eso se dedican, de las meteduras de pata de los demás.

Cuando un honesto padre de familia mantiene un presupuesto equilibrado, paga todas sus deudas religiosamente, se compra una casa que puede pagar con una hipoteca razonable, o no se va de vacaciones cuando el bolsillo no se lo permite, no hay especulador o banco que le pueda toser.

Cuando un país (familia) gasta casi el doble de lo que ingresa año tras año, y el diferencial lo cubre con endeudamiento, cada día debe más. Si unos mercados etéreos que no lo son tanto ven que ni los dirigentes ni el padre de familia realizan esfuerzos serios por equilibrar el presupuesto (la nación) o ahorrar (el cabeza de familia irresponsable) para conseguir reducir la deuda, sus bancos (para el padre) y los bonistas (para el país) se empiezan a poner nerviosos. Con lo que, o bien cortan el grifo y salen huyendo, o refinancian a una tasa de interés mayor, apretando las clavijas para asegurarse la devolución del préstamo. Poniéndoselo en bandeja al especulador para que haga de paso su agosto.

El padre de familia sensato considera que el procedimiento es justo. El ligero de cascos acusará al banco de codicia y de ensañarse con su debilidad derrochadora. La nación casquivana echará la culpa a los mercados y a los crueles especuladores, a esa mano negra, insensible a sus cuitas y a la prodigalidad desplegada para con sus clientes y parroquianos, para justificar su propia incompetencia.

La nación sensatamente gobernada acabará, antes o después, equilibrando el presupuesto. A base de crecimiento económico o de reducción presupuestaria. La primera receta para bien de todos. La segunda, para desolación de muchos. Son dos variables dentro de la misma ecuación que dependerán de la habilidad de sus empresarios, de la capacidad de innovación del país y de la calidad del marco legal, jurídico y fiscal que posea.

Los mercados y los especuladores no son santos. Están ahí para ganar dinero. Cuando lo hacen, los inversores y pensionistas, los que todavía mantienen unos ahorros, se benefician a través de los fondos de inversión y de pensiones.

Pero los especuladores no pueden nada contra los que tienen sus deberes bien hechos. Se ceban con aquellos que se dejan, que han llevado a su familia o su país a una situación financiera insostenible, cuando han gastado alegremente lo que no tenían en estúpidos fuegos artificiales o aeropuertos fantásticos en Ciudad Real, y descuidado todo flanco. Los especuladores en todo caso aceleran el proceso, pero no suelen cambiar el destino de la inconsciente víctima.

Cuando el padre se ha pasado en el gasto sin tener en cuenta los ingresos presentes y futuros, lo mismo que el país manirroto, acaba pagando un alto precio por ello. En el caso de una familia puede ser debido a un percance o una tragedia que cercene los ingresos inesperadamente. En el caso de la nación, que para eso tiene “sabios” gobernantes y asesores, así como ciudadanos responsables, no hay perdón ni excusa que valga.

Estamos a los pies de los caballos. La culpa es nuestra. Si cuando empezó la refriega, hace más de tres años, hubiésemos tomado medidas enérgicas y valientes, no estaríamos en esta encrucijada. Pero un gobierno incapaz, a juego con una ciudadanía infantil, lo han permitido.

No tenemos derecho a quejarnos ni echar la culpa a nadie del destino que hemos escogido. Nos lo hemos ganado a pulso. Nosotros, y el resto de países occidentales. Estamos quebrados. Todos tienen su cuota de culpa.

Desde unos Estados Unidos viviendo por encima de sus posibilidades, cuyos políticos han perdido el norte y la razón, pasando por un Reino Unido o un Japón con una deuda global (pública, privada, de las empresas y del sistema financiero sumadas) todavía mayor que la española. O un Banco Central Europeo controlado por los intereses alemanes que cebó con gasolina (bajos intereses) toda la eurozona, a principios del milenio, cuando menos lo necesitaba, provocando la burbuja crediticia, con el fin de que ellos pudieran salir airosos de la recesión provocada por su unificación. Principales perjudicados por la hecatombe griega son los bancos alemanes y franceses, cuya irresponsabilidad se ha intentado proteger de manera torticera. Con lo que la soberbia desplegada recientemente por los alemanes no ha lugar y abochorna a los ciudadanos de bien que todavía quedan allí.

Toca padecer y empezar a hacer, de una vez, bien las cuentas. A administrar España, y de paso el resto de países occidentales, como el diligente padre de familia que nunca debió de dejar de ser. A enmendar tanta estulticia y corrupción acumulada con una estrategia clara y visión de futuro, cebada con duro trabajo, y una gobernanza cabal.

Este  patético gobierno se ha dedicado a echar la culpa a los demás de su (nuestro) fracaso. Esperemos que el próximo, cuando le llegue el turno, no haga lo mismo, se arremangue, y ponga los lentos y dolorosos cimientos de la recuperación.

Por los acontecimientos de estos días parece que no espabilamos. Que todavía nos tienen que ir mucho peor las cosas para que empecemos a enderezar el rumbo con decisión y firmeza. Con lo que se acabará cumpliendo el aserto que encabeza esta columna.

Sr. Rajoy, ¡la que le espera!

Bullen los mercados, la prima de riesgo está que revienta, los especuladores son todos malvados. En ocasiones es verdad. Pero otras muchas veces, la mayoría, no hacen sino sacar partido, a eso se dedican, de las meteduras de pata de los demás.