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El euro, algo más que un corralito
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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

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El euro, algo más que un corralito

Para empezar a desvariar hoy, es necesario una mayor coordinación económica y financiera en la Europa del euro. Un control firme para que salga reforzado. Un

Para empezar a desvariar hoy, es necesario una mayor coordinación económica y financiera en la Europa del euro. Un control firme para que salga reforzado. Un único Tesoro. No se puede mantener una moneda común soportada por una miríada de economías estructuralmente diferentes y a menudo opuestas en sus fundamentos. 

Ya que la distinta productividad de cada una hará derrapar a las menos eficientes, como ahora la nuestra. Y, si eso no es posible, lo mejor será volver cada uno por sus fueros monetarios.

La armonización del euro

Se necesita implantar en Europa un sistema no muy distinto en su concepto al que rige para la moneda estadounidense. El cual, a pesar de la relativa autonomía de sus cincuenta estados federales, permite disfrutar de la que ha sido la moneda refugio durante el siglo XX: el dólar. Y, cuando lo tengamos, los eurobonos. Nunca antes.

Si queremos que el euro sobreviva, no hay más remedio que acompasar el ciclo económico y la productividad de todos los países que lo componen, incluido el nuestro, con el alemán y el francés, al no poder realizar devaluaciones competitivas, como con la peseta en el pasado.

Se conseguirá a base de tesón, laboriosidad y solidaridad, de sufrimiento temporal, como el de los germanos durante su reunificación. Aguantando como podamos las palpitaciones financieras presentes hasta acabar con ellas a base de mesura presupuestaria, control y buen juicio. Produciendo deflación relativa hasta igualar la productividad.

El premio será una bonanza futura que tardará en llegar al menos diez años, siento ser aguafiestas. Los milagros hay que trabajarlos. Y las resacas de corrupción e incompetencia, purgarlas.

La alternativa es abandonar el euro, o que el euro nos abandone a nosotros, y devaluar. Para estimular las exportaciones, aún a costa de aumentar la deuda externa, por consiguiente, que diría el renacido González. Se podrían palpar algunos resultados inmediatos antes que continuando en su seno. Pero a largo plazo dudo que fuese la solución para nadie.

Algo más que un corralito

Y es que el euro, tal y como está hoy diseñado, es un corralón. Una versión amplificada del tristemente célebre corralito argentino y otras muchas monedas en los años noventa del siglo pasado. Que fijaban un cambio fijo con el dólar sin darse cuenta que sus ciclos económicos estaban desacoplados, tenían economías con fundamentos estructurales muy diferentes a la norteamericana y no disfrutaban de la misma productividad. Era imposible que eso durase. Y reventó.

Una chapucera versión del patrón oro que hundió al Reino Unido en los años 20 del siglo pasado. Cuando Montagu Norman, venerado y más tarde vilipendiado gobernador del Banco de Inglaterra, cual obtuso Greenspan de entonces, se empeñó en mantenerlo a capa y espada hasta 1931.

Mientras tanto, los nazis relanzaban su maquinaria económica y de guerra con el inteligente gobernador del Reichsbank (y luego Ministro de Economía de Hitler), Schacht, al timón, abandonando la hiperinflación. Y poniendo los pelos de punta a lo poco que quedaba de civilización en Europa.

Apesadumbrado recuerdo que todavía hoy obsesiona a los regidores teutones del Banco Central Europeo, sufriendo tifones y vendavales por ello.

A principios del siglo XX la prioridad de los bancos centrales era el tipo de cambio, a través del patrón oro, ya que la inflación era contenida por el sistema mismo. Pero hay más parámetros, que tanto la FED como el BCE deberán considerar, el día que por fin asimilen los acontecimientos presentes y aprendan de sus errores recurrentes.

La productividad es la clave

La experiencia argentina fue de libro. Los resultados eran previsibles. Aunque sus responsables económicos, obcecados por su ideología y sin haber engullido lo poco útil que la tosca ciencia económica ofrecía, no se quisieron dar por enterados.

Cuando una moneda basada en unas condiciones económicas dadas y un nivel de competitividad determinado se liga (pega) a otra con una economía totalmente diferente, bien porque sea más competitiva (como la china), bien porque lo sea menos (como la argentina de entonces), su nivel de cambio con respecto al dólar se debe ir acompasando a la productividad real.

Si no lo hace, se corre el peligro de crear pobreza interior y paro al no poder exportar nada, mientras se importa alegremente de todo con el dinero que no se tiene gracias a un tipo de cambio sobrevalorado. Les está pasando a los estadounidenses con los chinos. Pero, sobre todo, a nosotros, como integrantes de un euro con un cambio demasiado elevado para nuestros fundamentos económicos. La sensación de riqueza y superioridad que teníamos hace apenas tres años se ha convertido en impotencia y temor.

El caso chino es lo contrario. La sobre productividad temporal debido al tipo de cambio artificial y otras muchas felonías, que dura ya una década, podría convertirse en otra tragedia sideral.

Cuando la relación del yuan con respecto al dólar y el euro, y por lo tanto su economía, se acaben ajustando a la realidad económica mundial, las fábricas se muden a otros lugares, tanta capacidad exportadora disminuya, sus múltiples burbujas ya no tan en ciernes exploten, la mayoría de los chinos descubran que no todo el monte es orégano, y acaben pidiendo cuentas a la nomenklatura de ojos rasgados cual esperanzadora primavera árabe.

Diluyendo o cercenándose el avistado despertar oriental al ansiado consumo a la desaforada e insostenible manera occidental. Y prendiendo la mecha de la discordia universal. ¿Cuando llegará eso?

Nota: este post constituye el capítulo III de la serie Cómo conseguir que escampe.

 

 

 

 

 

 

 

Para empezar a desvariar hoy, es necesario una mayor coordinación económica y financiera en la Europa del euro. Un control firme para que salga reforzado. Un único Tesoro. No se puede mantener una moneda común soportada por una miríada de economías estructuralmente diferentes y a menudo opuestas en sus fundamentos.