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Guárdame una lagrimita amada Argentina
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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

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Guárdame una lagrimita amada Argentina

Argentina y España hemos tenido tradicionalmente buenos entendidos y mejor relación. Ha habido alguna vez algún que otro desencuentro, como en cualquier familia decente y normal.

Argentina y España hemos tenido tradicionalmente buenos entendidos y mejor relación. Ha habido alguna vez algún que otro desencuentro, como en cualquier familia decente y normal. Ya arreglaremos este cuando por fin decidas limpiar de mugre y codicia tu desván regidor.

Llorábamos ayer por ti, querida hija. Guárdate hoy una lagrimita para mí, ya que seguimos tu misma estela. Es el padre que copia los malos hábitos de su hija descarriada porque quiere mantenerse joven, aunque sea desgarrado y a trozos.

Aquí hay demasiados que no han aprendido nada de lo bueno que tienes y mucho de tus, parece que ya, tradicionales algaradas histriónicas nacionalistas, más bien surrealistas, fina manera de decir vergonzosas. Algunas regiones españolas se están convirtiendo en alumnas aventajadas tuyas. Van a tu zaga, descamisándonos todos un poco más cada día que pasa.

Afortunadamente, tenemos un privilegio sobre vos. Al estar dentro del paraguas europeo para lo bueno, con unas instituciones comunes, aunque renqueen con desesperación. Y para lo malo, esa hipócrita estupidez teutona que marcha al marcial paso de la oca presupuestario y monetario con destino al infierno y, de paso, la bancarrota.

Las tropelías tienen aquí un límite y se las puede contener. En eso llevamos ventaja, aunque esta vez va a costar un Potosí frenarlas.

Treinta años de caciquismo supuestamente democrático en muchas regiones españolas atenazan y anquilosan. El terrorismo analfabeto que hemos sufrido en las Vascongadas ha sido aterrador. Envileció tal región durante demasiados años y desfondó el alma del resto. ¡Qué te voy a contar!

Somos duros de roer, cual Lazarillo de Tormes en su pícara miseria. Seguimos siendo la fibrosa y escarpada España que se levanta una y otra vez a pesar de que nunca nadie ha dado un duro por ella. En eso llevamos ventaja. Don Quijote se sentiría perplejo ante tan arrastrado padecer, demasiado indigno y pesetero esta vez.

Va a volver a ser duro. La fatuidad y la ignorancia lo impregnan todo. Ha habido épocas peores. Ahora nos empobrecemos pero al menos no nos masacramos, lo cual es ya un triunfo. A ustedes les pasa igual.

Se está conmemorando el bicentenario de la malograda Pepa, la constitución de Cádiz de 1812 que intentó integrar armónicamente a toda Hispanoamérica, a todos como iguales unidos por un origen y un idioma común. No lo consiguió.

Léela, es preciosa. Un antepasado mío fue uno de los que la parió con toda su mejor intención. Y eso me alienta. Incluso editó de su bolsillo una especie de catecismo constitucional para enseñar ilustración en los colegios de su tierra. No sirvió para nada. La estulticia es casi imposible de erradicar de estos yermos lodazales, tozudos, pedregosos y áridos.

Vos no quisiste saber nada de ella y abandonaste el hogar familiar, cual hija que reniega del padre, aunque en lo más profundo de su ser lo adore. No es ningún reproche. Es ley de vida. Había que emanciparse.

Es ahora el progenitor el que está copiando los malos hábitos de su hija casquivana cual anciano trasnochado que no sabe mantener gallardía ni guardar pundonor. Comienza una época desgarradora ganada a pulso. Será dolorosa y larga.

Quienes me conocen saben que, hace ya muchos años, cada vez que salía por la tele un señor bajito con marcial bigotito, sonrisita acomplejada y vocecita de conejo a punto de suspirar su última exhalación, que exclamaba eso de ¡España va bien!, estúpido himno inaugural de una época ignominiosa que tardará en fenecer, se me encogían las entrañas, me enervaba y llamaba imbécil al aparato sin ninguna conmiseración. Perdona la malsonancia. En mi casa me llamaban al orden. Pero no soportaba su ignorante soberbia incapaz de identificar las burbujas, los desequilibrios y la pobreza que estaba promoviendo.

Llegó luego un soso y desaliñado señor de León, natural en Valladolid, que al principio me cayó simpático. Su abuelo don Faustino me había curado cuando yo era niño y algo bueno se le tenía que haber pegado. Hasta que me di cuenta que era un renegado intrascendente, al más puro estilo Evita y Perón sin ni siquiera su aura sacra, cuya incapacidad, sus neuras infantiles y su buenismo nos iban a hacer naufragar. Inauguró con trombón y parafernalia fétida la fábrica local de descamisados, como ustedes hace ya tantos años, al grito de ¡abajo la inteligencia! No coló.

¡Ay! Ingenuos. Eso creíamos. En muchas regiones españolas llevaba ya largo tiempo produciendo depauperadas prendas corroídas. Daba igual la ideología. Es la casta política enquistada nuestra desgracia, como lo es también la vuestra.

Llevamos más de treinta años de peronismo camuflado en Andalucía. Se llama ERE, PER y tantos otros enjuagues pestilentes y nauseabundos. En Valencia casi otros tantos. Allá se venden a precio de saldo. Unos trajes de mala confección a cambio de ladrillos o ruines favores. Castilla la Nueva parece que se quiere redimir, inútil aeropuerto para pastar cabras mediante. Está por ver si lo hará. De momento, poco hace para conseguirlo, más que colocar allegados. Baleares, con palacete bien situado, mejor ni mentarlo.

Cataluña continúa en el diván. El tribalismo siempre ha cotizado al 3% allí. Nunca abandonó el victimismo, con tripartito o sin él. Le encanta rasgarse las vestiduras, cual lacrimógena cigarra perdonavidas. Sus problemas los causan siempre los demás. Tiene un ombligo muy elástico que no dejan de contemplarse, aunque se mareen con sus empellones y barrigazos que les impiden prosperar, ni siquiera verse los pies.

Su augusta efigie, esa Barcelona modernista y hermosa una vez universal y sublime, es hoy un vacío escaparate lleno de apolilladas glorias carcomidas, una vez empresarias e industriosas. Sigue gobernada tal masía infeliz y glotona por rastreros extorsionistas sin ninguna virtud ni piedad y, menos todavía, lealtad.

La educación está creando analfabetos funcionales a toda velocidad, indignados, eso sí. Descamisados, antisistema dicen, a imagen y semejanza de los vuestros, sus primos, para poder sangrarlos con mayor fruición y máximo aprovechamiento. Se afirma que pretenden arreglar el desbarajuste, aunque de momento avanzamos por el camino contrario.

Podría seguir ad eternum con la lista de imbecilidades patrias. No merece la pena seguir flagelándonos. Ya no te doy más la lata.

Estás muy lejos amada hija. No se lo que pasa allí, pero no se atisba nada bueno. El caso es que, en vez de soltarnos ninguna coz, debemos ayudarnos. ¿Cómo? No lo sé. Quizás dándonos mutuo aliento, consolándonos de corazón. En fin, toca desgarro y constricción. Compartamos sudor, lágrimas y desesperación. Sangre esperemos que no.

Argentina querida, guarda por favor una lagrimita por mí. ¿Nos levantaremos? Habrá que volver a intentarlo una vez limpiemos ambos de roña y cochambre el zaguán y el portón.

Argentina y España hemos tenido tradicionalmente buenos entendidos y mejor relación. Ha habido alguna vez algún que otro desencuentro, como en cualquier familia decente y normal. Ya arreglaremos este cuando por fin decidas limpiar de mugre y codicia tu desván regidor.