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La industria que creará abundante empleo de calidad
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José M. de la Viña

Apuntes de Enerconomía

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La industria que creará abundante empleo de calidad

En España se fabrican los barcos más sofisticados que uno pueda imaginar, aunque alguno sufra de sobrepeso y cierto cachondeo obeso. Desde los enormes artefactos que

En España se fabrican los barcos más sofisticados que uno pueda imaginar, aunque alguno sufra de sobrepeso y cierto cachondeo obeso. Desde los enormes artefactos que levantan islas de ensueño en Dubái hasta los buques más complejos de la industria llamada offshore, sea petrolífera, minera, de apoyo a la industria eólica marina o lo que sea, más yates o atuneros, portaaviones o patrulleros, la mayoría para la exportación a todos los confines del globo, sea Noruega, Reino Unido, Tailandia o Australia

 

El software más sofisticado para diseño y construcción de buques que existe, por ejemplo, es español. Infinitamente más complejo que cualquier programa estático utilizado en tierra, útil solo para erigir insulsos pirulís aderezados de simplismo estético, uniformidad estructural y entrópica marcialidad. Se exporta y se utiliza con fervor y ansia tecnológica a ese medio mundo que pretende darnos lecciones de nada.

Durante los años noventa del siglo apenas concluido, España fue pionera mundial en la fabricación de, dicho en jerga poco ilustrada para que parezcan la repera lo que en realidad son: floating production, storage and offloading (FPSO).

En román paladino, gigantescas criaturas flotantes autopropulsadas capaces de quedarse clavadas con total precisión en la mar abrupta de simas profundas, cualquiera que sea su temperamento, con el fin de perforar a más de mil metros de profundidad para extraer petróleo o gas, explotar tales yacimientos día tras día sin interrupción a pesar de los elementos, o de almacenar oro negro en sus entrañas.

Sin pedir permiso a nadie y poniéndose la Ría de Ferrol por montera una de ellas, la Discover Enterprise soltó graciosamente amarras el día 13 de enero de 1998. Más bien las rompió, a causa de vientos inesperados de más de 100 km/h. Se empotró contra el puente de las Pías, que acabó hecho fosfatina. Destruyó un tramo de más de cien metros a cambio de pequeñas rozaduras. El inmenso cacharro ni se inmutó, apenas se abolló.

Fue una operación de marketing no programado espectacular y rentable, ya que permitió contratar otro artefacto más. "Navales 1, Caminos 0", rezaba en plan guasa una pancarta de la época.

Ya no se preparan ingenieros navales. Tampoco ingenieros de ruinosos Caminos de pago, Canales en el pasado y ya no más Puertos inútiles donde enterrar el dinero. Alguno de los últimos sobran, lo mismo que varios aeropuertos. Tan sólo se perpetran menguados grados y másteres inflacionarios en no se sabe qué habilidades curriculares, cubertadas de capacidades y poca habilidad en espabilar a causa de una infantiloide evaluación continua causada por planes de estudios deslavazados, aliñados en salsa boloñesa, que coartan la iniciativa y trituran la capacidad de pensar.

Requiescat in pace…

Cuando ya se había asimilado la curva de experiencia, madurado la tecnología y pagado el pato que todo pionero tecnológico devenga, que permitiría que los costes futuros se redujesen permitiéndonos estar a la cabeza en la parrilla de salida de la vorágine constructora que se desencadenó la década posterior, es decir, la pasada, se decidió cerrar el chiringuito y poner a media comarca de Ferrol en la calle. Pura visión comercial.

Un ejemplo de libro de cómo las cafradas protagonizadas por la política y la diplomacia, la insidia empresarial bendecida por los sindicatos y santificada por la fumigadora de empleo europea, convirtieron en páramo industrial comarcas enteras como la del Ferrol, que prefirieron prejubilar a sus trabajadores con unas condiciones privilegiadas a costa del erario público, en vez de mantener el empleo y ofrecer un futuro a sus hijos que, seguro, ahora se lo están agradeciendo. Importó un rábano que el beneficio inmediato para unos cuantos, la incompetencia y los intereses creados locales o foráneos hiciesen desaparecer tales industrias.

Continúan implorando vida las naves silenciosas del añorado ASTANO, magníficas y desafiantes ante un futuro que le es negado, con su gigantesco pórtico capaz de levantar de un tirón 800 toneladas, monumento insigne a la estupidez patria y la imbecilidad que hizo furor durante una época y lo condenó a la más triste quietud. Desesperación que esperamos poder olvidar pronto si la sensatez por fin renace y las ganas de trabajar reverberan.

Hay más instalaciones fabriles, inversiones de momento comatosas y lánguidas, que se yerguen orgullosas, resistiéndose a desaparecer, a lo largo de las costas españolas. Que esperan una segunda oportunidad. Ya que Gijón siguió su ejemplo, Galicia sufre de laceraciones astilladas, los jueces de Sevilla y Huelva trabajan a destajo bajo renqueante sumario sin secreto, Puerto Real languidece,…

Los jóvenes las contemplan cada día con tristeza por el futuro que les es negado y que no les aguarda, agradeciendo a sus padres su egoísmo, su desidia y su ceguera, la pensión tan torticeramente obtenida con la que pagaron la matrícula de los hijos que ingresaron en el paro auspiciado por la generación nini y su ignorancia perversa. 

… a causa de privatización corrupta a la que seguirá…

Lo ocurrido con la industria naval y la privatización de sus astilleros públicos no ha sido más que un capítulo más de la delirante historia de España reciente. Corría el año 2006 y la sociedad española estaba emborrachada en crédito y ladrillos, corrupción y vileza, riqueza infinita e igualdad de destino quimérica y falsa, y el sueño imposible de pretender vivir del aire mientras se negaba a contemplar, aunque palpase, ninguna tropelía ni le importase el futuro que nos aguardaba. ¡Cómplices de la infamia!

Los ecos bramados desde la bigotuda España va bien retumbaban feroces. Los brotes son verdes, exclamaba cariacontecido el pazguato sucesor. Un lustro después se constatan de qué tétrico color son. Se privatizaron tal año los astilleros civiles públicos a grupos de interés depredador. Todos menos uno, el único que sobrevive y todavía construye sofisticados barcos cuando le dejan o se lo permite la insensible burocracia europea.

Los nuevos 'gestores' y 'empresarios' iban a dejar atrás un pasado público ineficiente y funesto. Algunos de los adjudicatarios quebraron, junto con sus 'nuevos' astilleros, en menos de tres años. Cuatro astilleros fueron arruinados de una tacada.

Más de uno hizo caja directamente sin ningún rubor. Se adulaba la oreja de los trabajadores, se prometía el oro y el moro que muchos incautos siguen esperando, los políticos aplaudían con las ídem, se forraban los nuevos 'empresarios' mientras arruinaban a las empresas. El resultado es conocido: ni industria, ni empleo, ni futuro, solo préstamos morosos que pagamos entre todos.

Fue una enajenación de bienes públicos sin retorno porque así lo había decidido Bruselas, aun cuando los compradores incumplieran, a gestores contrastadamente ineptos en la gestión, con la connivencia de todos los involucrados. ¿Se interesó 'objetivamente' alguno en sede parlamentaria por tal privatización desastrosa y costosísima?

Un ejemplo de lo que le puede ocurrir a la sanidad de gasto privatizado e ingresos públicos, vistos antecedentes tan siniestros.

Sólo un astillero se salvó de la quema. Una única excepción que confirmaba la regla, digno astillero que todavía pugna por sobrevivir. La tozudez y el empeño le ayudarán a conseguirlo. Aquel que, por razones extrañas y desconocidas, se adjudicó a un grupo que tenía, y tiene, un contrastado recorrido saturado de solvencia profesional, trabajo duro, prudencia y buen hacer, nada que ver con aquellos a los que privatizaron el resto.

En la misma época un señor que se dedicaba al voluptuoso sector de chapa y pintura de curvas sinuosas y otras delicadezas faciales, algo parecido a construir barcos, se apoderó de cierto astillero y lo acabó hundiendo después de historia sangrante independiente. De algún otro se interesaron grupos serios. No los dejaron. Prefirieron cerrarlo para especular con los terrenos con el apoyo de las fuerzas vivas y biempensantes que eran más listas que nadie. La desgraciada casuística fue de lo más variopinta y sangrante. 

… una nueva oportunidad avalada…

La industria naval española sigue disponiendo de la mejor tecnología, instalaciones fantásticas implorantes de vida y, sobre todo, personal muy cualificado y experto. Los buenos profesionales se están marchando, algunos marchitando. Los están recibiendo amorosamente y los esperan en los cada vez menos fríos países del Norte, cuya industria sí es competitiva a pesar de los sueldos de allí y la vileza de Europa.

Si ellos pueden, nosotros deberíamos ser capaces de hacer revivir tal industria, auténtico generador de empleo de calidad. Tenemos sueldos más reducidos, experiencia de sobra, mercados exportadores a los que batir, tecnología por arrobas y, a pesar de los sindicatos, siempre y cuando dejen de hacer daño, productividad y magníficas instalaciones que están deseando palpitar y retornar a la agitada vida civil.

Podría haber gestores y empresarios eficaces y serios, esa gente incómoda que no interesaba hasta ahora, porque cualquier pelele o indocumentado valía. Que no se casan con ningún contubernio ni confraternizan con chanchulleros políticos mendaces, de esos que habitualmente calzan cerradas mentalidades retrógradas, aldeanas o paletas. A cambio de tales inconveniencias, podrían levantar nuevo vergel industrial y sembrar buenos empleos de calidad si la sociedad lo implorara y los Gobiernos en su nombre se empeñaran.

…por la mejor solvencia histórica que permitirá…

España enseñó a construir barcos al mundo, incluida Inglaterra. Los primeros buques oceánicos de verdad, los primeros barcos mercantes dignos de tal apellido, fueron los conocidos galeones españoles si se enseñase historia, no sólo naval. Estos, a pesar de ir habitualmente hasta los topes con tesoros y mercancías, no tenían ningún problema en liquidar al desalmado enemigo corsario o pirata, a pesar de lo que digan las películas y el imaginario de origen anglosajón.

Los malos ni se atrevían acercarse a los buques a causa del patentado sistema español de convoyes, del que tanto jugo sacaron los aliados durante las dos últimas guerras mundiales, copiando estrategia sublime que por algo fue invención nuestra. Sólo se atrevían con el que se quedaba rezagado o desarbolado por algún huracán, siempre y cuando atacasen en mayoría, por lo que pudiera pasar.

El primer, único y probablemente último imperio marítimo global que ha existido jamás, el español, duró la friolera de trescientos años a pesar de ingleses, franceses y holandeses.

Cosa que solo se consigue con buena industria, logística incomparable teniendo en cuenta los medios de la época y una organización administrativa eficaz a pesar de lo que digan los historiadores que sufren de complejo vital y de acomplejadas influencias nada cuerdas y escasamente rigurosas.

Y, por supuesto, ganando al enemigo que era lo que habitualmente pasaba. Eso era España entonces a pesar de lo que nos han hecho creer y de tanta nacioncita que pugna por envilecerse, por empequeñecer sus propios logros y su memoria ancestral; por negar su historia veraz, inventándose saga mítica y fantástica en solitario que nunca se representó. Hechos ciertos constatables, los maravillosos archivos españoles los certifican, en vez de agravios regionales, que jamás hubo hasta ahora y, ojalá, dejen de vociferarse.

Con gestas heroicas y hermosas como las de Alvaro de Bazán, Blas de Lezo o, por mentar alguna concreta, la mítica carrera del Glorioso, capitaneado por D. Pedro Messía de la Cerda, buque que se desembarazó, él solo, de un par de flotas inglesas en 1747 hasta que se le acabó la munición, después de haber desembarcado su tesoro, poniendo la mercancía a salvo en Corcubión.

Se celebra este año el menguado y desconocido quinto centenario del descubrimiento de los Mares del Sur, denominado el Lago Español durante siglos, humedal que hoy incluye y atiende al insulso y nada apropiado nombre de Océano Pacífico, bien feroz cuando se lo propone y algún tsunami lo dispone. Cuarenta rugientes, cincuenta tronantes de latitud sur. Tales epítetos, entre otros, merecen tan pacíficos lugares.

La industria de construcción naval española ha proporcionado abundante riqueza y prestigio durante los últimos quinientos años y más. Ha enseñado a construir barcos a todo el mundo, dicho de manera literal. Del galeón al destructor, pasando por el submarino, el vocabulario náutico, la cartografía o la mejor estrategia que todavía hoy es moderna.

Cuatro quintas partes del planeta están cubiertas por los mares y los océanos. El futuro, no sólo tecnológico, seguirá estando en el mismo lugar acuoso y acuático que nos seguirá dando de comer si no acabamos por desertizarlo, acidificarlo o, dicho finamente, de desgraciarlo.

… el enésimo renacimiento industrial y naval

Se puede volver a crear abundante empleo tecnológico y de calidad en España en la industria naval y la imprescindible industria auxiliar que abarca cualquier cosa sofisticada que uno pueda imaginar.

Tan sólo se necesita voluntad política, ganas de hacerlo, desentumecer estúpidas molleras ideologizadas y dineros mínimos comparados con los que se utilizan para regar los bancos de infamia. Con cantidad menor a la que cada año se dilapida en bonus viles e inmerecidos que todavía disfrutan los bastardos inútiles, dañinos e incompetentes que lucen manguitos digitales es suficiente para comenzar.

¿Vamos a ser tan idiotas de dar la espalda al futuro de la misma manera que renegamos del pasado marítimo más brillante que ninguna nación tuvo jamás? ¡Hay que ser gili….!

En España se fabrican los barcos más sofisticados que uno pueda imaginar, aunque alguno sufra de sobrepeso y cierto cachondeo obeso. Desde los enormes artefactos que levantan islas de ensueño en Dubái hasta los buques más complejos de la industria llamada offshore, sea petrolífera, minera, de apoyo a la industria eólica marina o lo que sea, más yates o atuneros, portaaviones o patrulleros, la mayoría para la exportación a todos los confines del globo, sea Noruega, Reino Unido, Tailandia o Australia