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El español corrupto
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Ignacio Rupérez

Basado en la Evidencia

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El español corrupto

“No se sabe qué se corrompe primero, si la realidad o las palabras”. Esta frase del Nobel Octavio Paz encaja a la perfección con lo que

“No se sabe qué se corrompe primero, si la realidad o las palabras”. Esta frase del Nobel Octavio Paz encaja a la perfección con lo que está ocurriendo en España. Y es que, en los tiempos que corren (expresión curiosa, porque el tiempo siempre corre), es probable que la falta de rigor en el uso de nuestra lengua sea un reflejo de la falta de rigor generalizado -moral, profesional y político- que asola nuestra sociedad.

“Te paso el briefing del brainstorming de las cinco para que ‘demos una vuelta’ al business plan”. Frases como esta pueden escucharse en cualquier oficina española sin que a nadie le sorprenda. La cotidianidad y el ritmo de la jornada laboral nos van arrastrando por los días hasta que todos estos palabros nos parecen normales y, sin darnos cuenta, un día empezamos a usarlos nosotros mismos sin ruborizarnos. La economía, que poco a poco ha ido conquistando casi todas las parcelas de la vida pública, ha hecho que términos como high yield, distress, private equity o rating circulen libremente por nuestras conversaciones. Por si esto fuera poco, no sólo adoptamos términos foráneos innecesarios (por esnobismo, por comodidad, para parecer más técnicos), sino que existe una tendencia sistemática a descuidar las normas básicas de nuestra lengua madre.

En un momento de inestabilidad como el actual es cuando con mayor motivo deberíamos cuidar nuestro patrimonio, aquello que “nos constituye y nos hace” y una de nuestras principales ventanas al mundoMuchos culpan a las nuevas tecnologías y a su inmediatez. Puede ser que, en unos medios constituidos en torno a la brevedad y la rapidez, como el email, los SMS o las redes sociales, sea difícil construir frases correctas, con sentido y significado, con sujeto y predicado. La tarea se complica si, además, queremos que nuestra frase tenga contenido. Y es que 140 caracteres no dan para tanto. Sin embargo, las nuevas tecnologías también son una lanzadera para nuestra lengua y, si no, echen un vistazo a los números. El español es la tercera lengua de comunicación internacional en Internet, detrás de inglés y chino, tanto por número de usuarios como por páginas web, y su uso en la Red ha crecido en la última década un 800%. Según el último informe del Instituto Cervantes, el español es ya el segundo idioma más utilizado en Twitter y en Facebook más de 80 millones de personas (con un total de 1.000 millones de cuentas) utilizan diariamente el español para comunicarse.  

Como últimamente parece que los únicos argumentos que importan son los económicos, no se preocupen, que también existen estudios para cuantificar la aportación de nuestro idioma a la economía. Según los últimos datos extraídos del informe "El valor económico del español" elaborado por la Fundación Telefónica en junio de 2012, la capacidad de compra de los hispanohablantes representa el 9% del PIB mundial. Además, se estima que el español multiplica por 4 los intercambios comerciales entre los países hispanohablantes y es un gran instrumento de internacionalización empresarial que multiplica por 7 los flujos bilaterales de inversión directa exterior. Nuestra lengua tiene un ‘mercado’ de 495 millones de personas que ya la hablan y, según el Instituto Cervantes, 18 millones de personas lo estudian en todo el planeta. De hecho, se calcula que en 2030 el 7,5% de la población mundial hable español y, de continuar con la tendencia actual, en 2050 Estados Unidos podría convertirse en el primer país del mundo en cuanto a número de personas que lo hablan. No se puede negar que, pensando en la famosa ‘marca España’, nuestro idioma supone una ventaja competitiva impagable.

Víctor García de la Concha, presidente del Instituto Cervantes, declaraba recientemente en una entrevista que “somos lengua, un estado es lengua, de ahí que la cultura no sea un adorno, sino algo que nos constituye y nos hace”. Si hacemos caso a esta premisa, prestar la debida atención a nuestro lenguaje debería ser prioritario e incluso, como ocurre en Francia, una cuestión de Estado (el español aún no es considerada una lengua oficial en Naciones Unidas ni tiene estatus de lengua de trabajo en la Unión Europea). Debería también ser responsabilidad de todos prestar atención no sólo a qué decimos, sino a cómo lo decimos.

En un momento de inestabilidad como el actual es cuando con mayor motivo deberíamos cuidar nuestro patrimonio, aquello que “nos constituye y nos hace” y supone una de nuestras principales ventanas al mundo. Los asesores patrimoniales aconsejan a sus clientes cautela para preservar su riqueza en el largo plazo. Del mismo modo, a pesar de la crisis, nadie pone en duda la importancia de restaurar nuestros monumentos para garantizar su conservación. Entonces, ¿por qué no ocurre lo mismo con la lengua?

*Ignacio Rupérez Larrea, Corporate Finance Burson-Marsteller

“No se sabe qué se corrompe primero, si la realidad o las palabras”. Esta frase del Nobel Octavio Paz encaja a la perfección con lo que está ocurriendo en España. Y es que, en los tiempos que corren (expresión curiosa, porque el tiempo siempre corre), es probable que la falta de rigor en el uso de nuestra lengua sea un reflejo de la falta de rigor generalizado -moral, profesional y político- que asola nuestra sociedad.