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El incomprendido Señor Lobo de España SA, pocas gaviotas y muchos cuervos
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José Antonio Navas

Capital sin Reservas

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José Antonio Navas

El incomprendido Señor Lobo de España SA, pocas gaviotas y muchos cuervos

El ministro Montoro ha encontrado en los barones regionales de su propio partido los mayores opositores de la operación de limpieza llevada a cabo estos años en las cuentas del Estado

Foto: Montoro junto a Álvaro Nadal, director de la Oficina Económica del Presidente del Gobierno.
Montoro junto a Álvaro Nadal, director de la Oficina Económica del Presidente del Gobierno.

Puede que la convicción genere una sensación de autocomplacencia pero en el Ministerio de Hacienda todo el mundo se muestra convencido de que las cuentas públicas no pueden ir mejor de lo que se esperaba hace poco más de tres años, cuando el Gobierno de Mariano Rajoy levantó de un tirón las alfombras que Zapatero había dejado tras su paso por la Moncloa. La satisfacción íntima y personal que rodea al equipo de Cristóbal Montoro por los resultados obtenidos contiene, eso sí, un cierto regusto de amargura dada la desafección que se respira dentro del Partido Popular ante el temor a un voto de castigo que eche por tierra muchas expectativas electorales y no menos puestos políticos de trabajo el próximo 24 de mayo.

A su regreso a la Real Casa de la Aduana en diciembre de 2011, el recaudador mayor del Reino tenía muy claro que el desempeño ministerial de ajustes, recortes y reformas estructurales para el que había sido mandatado no le iba a resultar gratis en sus relaciones de vecindad con los viejos compañeros de fatigas. Las taifas populares se habían extendido por todo el territorio nacional como una mancha de aceite que causaba alborozo a los estrategas de la calle Génova, pero que iba a complicar de manera especial el trabajo de un ministro de Hacienda curado de espanto en antiguas lides y dispuesto a hacer tabla rasa con su manual de primeras, únicas y probadas instrucciones en materia de saneamiento fiscal y tributario.

Los gladiadores autonómicos del Partido Popular han dejado ahora de saludar a su emperador porque nunca han estado dispuestos a morir por su causa

Después de ocho años repartidos en dos etapas al frente de la Hacienda Pública, Montoro está en posesión del récord nacional como ministro custodio de las cuentas del Estado durante la actual era democrática. Otros colegas antecesores en el cargo, como Carlos Solchaga y Pedro Solbes, se le acercan en la clasificación pero en ambos casos los dos titulares del PSOE envolvían la cruel tijera presupuestaria con el celofán de una vicepresidencia económica que maquillaba su imagen pública ante la ciudadanía. El Partido Popular ha tenido que enfrentarse además con una labor especialmente inquisidora y, si se apura grosera, orientada a rellenar el granero público que los gobiernos socialistas han vaciado sucesivamente en una constante de ese bipartidismo de la cigarra y la hormiga que sostiene a los dos principales grupos del arco parlamentario en España.

Intereses encontrados

Montoro se ha convertido en el incomprendido Señor Lobo de esa falacia que tiende a mostrar al actual partido en el poder como un grupo realmente cohesionado en sus estructuras internas que disfruta de un ideario único y es capaz de atraer ideológicamente a un espectro mayoritario de la población española. La ficción popular se nutre más bien con los despojos del socialismo que Zapatero dejó hecho trizas hace cuatro años, pero se puede disolver rápidamente si el tamaño de la tarta a repartir no da abasto para satisfacer los estómagos agradecidos de todos los deudos que temen ahora por su destino. Donde no hay harina todo es mohína y cuanto más alto es el vuelo más dura suele ser la caída.

El Partido Popular se va a dejar muchas plumas en los comicios autonómicos y locales de mayo, donde Rajoy sólo aspira a salvar los muebles, firmar unas tablas o esperar que la campana le salve del K.O. técnico. Como buen fajador, el presidente confía en asimilar el castigo para después levantarse de la lona y vencer a los puntos en el combate definitivo de otoño, que es cuando se decide el ganador de la gran y frenética contienda electoral de 2015. El drama de esta estrategia reside en la escasa calidad gregaria de los que se resisten a perder las batallas intermedias para facilitar la victoria en la guerra final. Eso de reír el último no va con los gladiadores regionales de un partido que han dejado de saludar las decisiones de su emperador porque nunca han estado dispuestos a morir políticamente por su causa.

Los barones del PP admitieron muy a regañadientes el tirón de las bridas que viene manejando Montoro al antojo que exige Bruselas, pero una vez llegado el momento de comparecer en las urnas todos los virreyes regionales consideran que el inventario del ministro de Hacienda es una losa para el sermón que tienen que construir ante sus parroquianos. Detrás de cada logro existe un episodio de sacrificio que actúa como una rémora en la conciencia colectiva de los votantes, sobre todo ahora que se ventilan relaciones políticas mucho más cercanas y pegadas al terreno social. El clientelismo en el poder sustenta el marco de convivencia autonómico y municipal, provocando un conflicto frontal de intereses con los objetivos macroeconómicos del Estado que adquiere especial virulencia cada vez que hay que renovar la confianza del electorado.

La Intervención General del Estado, el Banco de España y el INE conforman la ‘troika’ a la española con licencia para intervenir a las comunidades autónomas  

Rajoy está abocado a enfrentarse ahora de manera abierta con la misma contradicción que ha sembrado de espinas el peregrinaje de su ministro de Hacienda como responsable de guiar a las Administraciones Públicas a la tierra prometida de la consolidación fiscal y financiera. Ahí es donde le duele a Montoro, incapaz de renunciar a una encomienda que Elena Salgado puso en entredicho cuando a poco de ceder los bártulos afirmó sin mayor pudor que el Gobierno no tenía fuerza para exigir nada a las comunidades autónomas. El epitafio político de la vicepresidenta de Zapatero encrespó los cabellos de Angela Merkel al tiempo que ponía de los nervios a los burócratas comunitarios que no dudaron en forzar la máquina de los draconianos ajustes exigidos a España.

El temor de Susana Díaz

Desde entonces el ministro de Hacienda ha tenido que lidiar en lo que se entiende como una verdadera faena de aliño, soportando la muleta al natural bajo un estoque de madera pero sin recurrir jamás al bisturí de acero de esa troika en versión doméstica que forman la Intervención General del Estado (IGAE), el Instituto Nacional de Estadística (INE) y el propio Banco de España. Los tres organismos están capacitados de forma mancomunada para intervenir, si es menester, las cuentas de cualquier autonomía y quizá por eso que Susana Díaz decidiera ponerse las pilas en los momentos previos a las últimas elecciones en Andalucía. No se puede decir lo mismo de otras comunidades del PP, donde los excesos de confianza y el clima de tensión electoral están empezando a dar asco. De ahí también que un varapalo el próximo 24-M no resulte tan demoledor en los cálculos estratégicos de un Gobierno que aspira a seguir siéndolo el año que viene.

Está claro que el Ejecutivo que salga de las elecciones generales no tendrá ni de lejos una mayoría cualificada para dirigir el país y sólo una precariedad equivalente del mando en el interior de las comunidades autónomas permitirá al nuevo inquilino de la Moncloa mantener el liderazgo efectivo sobre el cuestionado y singular modelo territorial del Estado. Las cuentas de España SA obligan a una labor de consolidación intensa y permanente donde aparte de gaviotas sobrevolando el horizonte se precisan firmes espantapájaros que puedan ahuyentar a todas esas aves rapaces que, en el actual panorama político, amenazan con destrozar la cosecha incipiente de estos últimos años. Todavía falta mucha siembra y sobran demasiados cuervos.

Puede que la convicción genere una sensación de autocomplacencia pero en el Ministerio de Hacienda todo el mundo se muestra convencido de que las cuentas públicas no pueden ir mejor de lo que se esperaba hace poco más de tres años, cuando el Gobierno de Mariano Rajoy levantó de un tirón las alfombras que Zapatero había dejado tras su paso por la Moncloa. La satisfacción íntima y personal que rodea al equipo de Cristóbal Montoro por los resultados obtenidos contiene, eso sí, un cierto regusto de amargura dada la desafección que se respira dentro del Partido Popular ante el temor a un voto de castigo que eche por tierra muchas expectativas electorales y no menos puestos políticos de trabajo el próximo 24 de mayo.

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